Cuando te alejas, yo renazco

Capítulo 16: “No volver al caparazón”

Había algo especial en cómo cambiaba mi cuerpo. Y no solo por fuera. Por primera vez en mucho tiempo, lo sentía. No como algo que debía esconder bajo un suéter, ni como un objeto de dolor o crítica. Sino como a mí misma. Como una mujer que, por fin, empezaba a verse y a escucharse de verdad.

Había adelgazado casi veinte kilos. Y no fue magia. Fueron carreras matutinas, lágrimas, una rutina nueva, y a veces… solo ensalada y té verde, porque el apetito se esfumaba en cuanto aparecían pensamientos sobre Antón. Pero el cuerpo… atravesó una transformación. Y la piel también.

Un día, después de bailar en clase, se me acercó una chica. Joven, alegre, con un tatuaje diminuto en la muñeca y el pelo ondulado.

—¡Hola! Soy Marichka. Vi tus Reels. ¡Están geniales! Y además… soy masajista. Si quieres, puedo agendarte. Tengo un cuartito justo aquí cerca.

—¿Masajista? —sonreí—. ¿Y qué sabes hacer?

—¡Todo! Pero lo que más me gusta es trabajar con mujeres que han adelgazado. Ayudo a que la piel recupere su tono. Porque adelgazar es solo el comienzo. El cuerpo también necesita apoyo, no solo la mente.

Fue tan certero, que acepté enseguida.

La primera sesión fue… rara. No estaba acostumbrada a que alguien tocara mi cuerpo con cuidado, no con juicio o deseo. Estaba allí, escuchando sus manos. No pedían permiso, pero tampoco invadían. Simplemente… estaban. Y no era una cuestión física. Era aceptación.

—Aquí hay tensión —dijo—. Te contraes cuando sientes miedo. Y aquí… es estrés antiguo. Lo vamos a soltar.

Guardé silencio, pero mis ojos se humedecieron. Tal vez tenía razón. Tal vez mi cuerpo aún recordaba todos esos momentos en que quise ser fuerte porque no había nadie en quien apoyarse.

Salí de su consultorio sintiendo que había estado en una confesión. No en el sentido religioso, sino íntimo. No dije nada, pero algo adentro se soltó. Como si me hubiese quitado una piel vieja.

—¿Cómo estás? —me escribió Natali.

—Es como si alguien me acariciara el alma… por la espalda.

—¿Y ahora?

—Ahora voy a venir seguido.

Y así nació una nueva tradición. Dos veces por semana. No por belleza. Por mí. Para no volver a esconderme en un caparazón, sino salir de él —aunque diera miedo.

Antón escribía. No mucho. Pero a veces sus mensajes irrumpían en mis mañanas como una sirena fuera de lugar. Inesperados. Ruidosos. Fuera de tema.

—¿Cómo estás?

—¿Puedo recoger a Liza hoy?

—¿Vas a seguir molesta mucho tiempo?

Y cada vez pensaba: ya no duele. Pero algo dentro aún se encoge. No de dolor. De costumbre. Del pasado.

Pero cada vez que volvía del masaje… ya no era la misma. No quería encerrarme en el baño, mirar al techo o poner una serie vieja. Quería vivir. Y vivir en este nuevo cuerpo. En una nueva versión de mí. No para nadie. Para mí.

“El cuerpo no es el enemigo”

Hubo un tiempo en que creía que mi cuerpo era la raíz de todos mis problemas. ¿Sobrepeso? Significaba que yo era mala. ¿Delgada? Entonces, era buena. Lo que había dentro no importaba. Lo importante era entrar en los vaqueros y evitar las miradas de desprecio en la calle.

Pero cuando empecé a cuidarme de verdad —no desde el odio— algo cambió. Después de algunas sesiones con Marichka, después de algunas tazas de cerámica mal torneadas, después de tardes con flores en las manos… dejé de pelear con mi cuerpo.

Empecé a ser su amiga.

Recuerdo que un día me puse un vestido ajustado. Así, sin motivo. Caminaba por la calle sintiendo que… sí, la piel aún no era perfecta. Sí, había rastros del peso que había tenido. Pero este era mi cuerpo. No me traicionó. No permitió que me quebrara. Merecía gratitud, no críticas.

En una tienda, un vendedor me miró. Sonrió. Se ofreció a ayudarme a elegir. Y me di cuenta: me gustaba. No porque me validara. Sino porque yo me permitía ser visible. Ya no me escondía.

Hasta el espejo era otro. Ya no me agarraba los costados pensando “aquí tengo que adelgazar más”. Solo me miraba. Y veía: a mí. Viva. Bonita. Con ojos que ya no escondían lágrimas, sino que brillaban.

Natali me escribió:

—¿Qué tal, reina de belleza?

—Ahora soy la reina del “no-me-da-vergüenza-pedir-ayuda”.

—¡Eso ya es profundo!

Y era verdad. Empecé a pedir. Le pedí a Svitlana que me ayudara con Liza cuando tenía masaje. Le pedí a Marichka que me recomendara cremas para el cuerpo. Incluso en la farmacia, por primera vez, pregunté cuál era la mejor vitamina para la piel después de adelgazar. Antes me daba pena. Ahora —no.

Antón lo notaba. Veía su mirada cuando venía por Liza. Algo cambiaba en sus ojos. Pero no decía nada.

—Te ves bien —dijo una vez.

—Lo sé —respondí con una sonrisa.

Y no necesitaba más. Porque por primera vez en mucho tiempo lo decía no para impresionar a nadie. Lo decía porque lo creía. Y si mañana todo volviera a romperse, sabría algo: me tengo a mí misma. Con mi cuerpo. Y estamos en el mismo equipo.

“Rituales femeninos y un poco de conspiración”

—¡Hola, Masha! Pasa, túmbate —Marichka, la masajista, como siempre, estaba de buen humor. Tenía una voz como de presentadora de radio matutina: alegre, brillante, con un toque de complicidad.

Ya no era la primera vez que entraba en su consultorio. Incluso había dejado de preguntarme cómo me sentía. Solo asentía y preparaba su campo de batalla para el masaje. Y yo… yo también había dejado de actuar como “todo está bien”. Aquí era yo.

—¿Semana pesada? —preguntó mientras empezaba a trabajar mis hombros.

—Se podría decir que sí. Entre la escuela de baile, la piel adolorida del abdomen y… mensajes raros de mi ex.

—¿El mismo de siempre?

—¿Crees que me inventé uno nuevo? —resoplé—. Es como esos anuncios en YouTube: desaparece y de pronto… ahí está otra vez.

—¿Y no has activado el “premium”? —rió Marichka—. O sea: el bloqueo de esa gente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.