Lunes 7 de octubre, 2013
La silla era cómoda, lo más ergonómico que ofrecía el mercado de muebles de oficina, o al menos eso anunciaba el exorbitante precio al que la había adquirido dos años atrás. Pensó en salir corriendo al primer centro comercial y comprar otra pues no le cabía la menor duda de que esa ya no le era útil. Para su desgracia, lo comprobó ese día en el que más necesitaba un buen asiento que le permitiera permanecer concentrada frente al escritorio de imitación madera de su oficina. Se echó para atrás, inclinando el respaldo, aquello no tenía remedio, mantener la concentración le estaba resultando una labor titánica así que apreció la vista que le ofrecía el amplio espacio de su oficina. No era lo mejor en decoración de interiores y la diversidad de colores de los muebles no resultaba demasiado agradable, pero poco le importaba pues estando ahí se sentía tan cómoda que la consideraba su segunda casa. No obstante, tuvo que reconocer que, en los últimos meses, el horario se alargaba muy a menudo, los pendientes se habían multiplicado y no parecían tener fin, tanto que llevaba ya catorce horas en ese sitio y por la cantidad de papeles, carpetas y correos electrónicos sin leer necesitaría muchas más para terminar al menos los más urgentes.
Editorial Visión era el nombre que había elegido en conjunto con sus dos socios casi cinco años atrás cuando decidió aventurarse en ese mundo de los libros y las historias para compartir que desde pequeña la había cautivado. Sonrió para sí misma y se permitió entrecerrar un poco los ojos mientras recordaba aquella noche de viernes en la que luego de una buena cena había proclamado que quería abandonar su carrera como catedrática universitaria para iniciar algo propio.
—¿Y qué es lo que tienes en mente? —le había preguntado entonces Luca, su esposo, con esa sonrisa que la hacía caer rendida.
Él la había mirado entusiasmado sin cuestionarle cómo se le ocurría tirar a la basura una plaza en una de las universidades más importantes del país y que en su momento le costó mucho obtener. Ella no debió explicarle que los pocos años que dedicó a su labor como catedrática le dejaron muchas satisfacciones, pero también le sirvieron para darse cuenta de que no quería pasar los siguientes veinte o treinta años haciendo lo mismo. Simplemente no era lo suyo, él lo entendió y ella lo amó más por eso.
Eran esos detalles lo que más le gustaba de Luca. Esa emoción que veía en sus ojos cada vez que ella hablaba ya fuera de una tontería o de una cosa seria. A él siempre parecía importarle y dejaba todo para escucharla sin cuestionarla jamás. Confiaba en ella y el sentimiento era recíproco. Pensar en él la hizo suspirar en tanto veía la foto en la esquina derecha de su escritorio. En la imagen él estaba junto a ella con las Cataratas del Niágara del lado canadiense como fondo. Esas habían sido unas excelentes y bien merecidas vacaciones que llevaron a sus hombros el descanso que necesitaba luego de los tres primeros años de existencia de su editorial. Sin duda lo más difícil había sido el arranque, pero ahora que ya todo el proceso estaba dominado y que ella y su equipo de trabajo habían logrado situarse en un sitio privilegiado en el negocio, lo único en lo que podía pensar era en otras vacaciones junto a su esposo en algún paradisíaco lugar del mundo. Las ganas de desaparecer junto a él aunque fuera por unos días se le acrecentaron al recordar esos ocho días con sus noches, cada una de las cuales habían hecho el amor para despertar a la mañana siguiente y volver a hacerlo. Luego habían dedicado horas a pasear por doquier como dos adolescentes enamorados. Ese viaje había significado no solo un descanso sino la luna de miel de la que se habían privado al inicio de su matrimonio y que había llegado sazonada con años de feliz convivencia.
Contempló el retrato un rato más, admirando al hombre que representaba la imagen. Alto, de hermosa tez morena clara y cabello castaño que anunciaban su ascendencia italiana. Lo mejor era su rostro, ese que a ella le seguía fascinando, con sus labios mágicos, sus facciones fuertes y su expresión severa que únicamente suavizaba con sonrisas y gestos tiernos dedicados a ella. En cambio, otros no tenían tanta suerte, no necesitaba haberlo visto para imaginar como hacía temblar a todos en la empresa en la que trabajaba como gerente de producción. Sin duda la gente a la que debía aprobar el trabajo se sacudía cada vez que él les negaba su visto bueno.
—¿Cómo no hacerlo? —comentó para sí recordando las pocas veces que lo había visto furioso.
Él no solía perder los estribos fácilmente, no obstante, aunque ella tenía la habilidad de alegrarlo y cautivarlo, parecía tener la misma capacidad para exasperarlo. Lo admitía, a veces podía comportarse como toda una diva insoportable, pero pasara lo que pasara siempre conseguía contentarlo y tenerlo nuevamente a su merced. Pensándolo se le antojó más que nunca durante esa larga y tediosa jornada laboral estar en su casa.
Sin embargo, notó algo fuera de lo común. Luca no le había llamado en todo el día, faltando con eso a una de las costumbres más arraigadas en él. Miró el reloj en su computadora, pasaban ya de las ocho de la noche. Fue todavía más insólito no haber hablado con él desde el desayuno. Llevaban ya trece años de matrimonio en los cuáles él le había marcado religiosamente cada día al móvil o a la oficina. En las ocasiones en las que ella no podía contestar por alguna reunión o asunto importante, Luca le mandaba un mensaje por cualquier medio, o incluso un correo electrónico, para que ella lo viera cuando tuviera oportunidad y así saber cómo iba su día. Si ella no le respondía luego de un par de horas, él no paraba de insistir hasta escuchar su voz. Sus llamadas eran tan cortas o largas como el tiempo que el trabajo de los dos lo permitiera, pero lo que nunca faltaba eran las palabras cariñosas. Ese día extrañaba como nunca las amorosas palabras de aliento de Luca.