Cuando te fuiste

Capítulo 3

Miércoles 9 de octubre, 2013

 

El contador Morales estaba como poseído, no paraba de hablar de números e informes financieros. Le preocupaba el excesivo presupuesto, pero Minerva creía firmemente que la inversión bien valía la pena. De todos modos, no quería discutir. Si el hombre pensaba que podía arreglar el desbalance financiero entonces lo dejaría hacerlo. Tampoco tenía muchas ganas de pensar en cuentas, ese día lo único que ocupaba su mente era el recuerdo de la noche anterior. Además, la falta de sueño acabó con su voluntad de seguir el razonamiento del hombre.

Una vez que se quedó sola en la oficina, pensó que era hora de hacer algo que le interesara lo suficiente como para mantenerla despierta y que al mismo tiempo le permitiera avanzar con su trabajo. Abrió en su computadora uno de los manuscritos recibidos esa semana. Era de una autora novel. Como editorial estaban al tope con las publicaciones y probablemente no había espacio para otra hasta dentro de dos años; pero como lectora aficionada, Minerva nunca se cansaba de buscar historias que disfrutar y su política era que siempre encontraría la forma de publicar un buen libro. Prefería las historias ficticias porque irónicamente eran las que le recordaban lo bonito del mundo en el que vivía. Curiosamente la protagonista de la novela que se encontró leyendo era una mujer más o menos de su edad que acababa de sufrir un penoso divorcio.

Minerva cerró el archivo, el estilo de la escritora era magnifico, tanto que transportaba al mundo de la protagonista desde los primeros renglones. Fue precisamente esa característica la que hizo a Minerva desistir de la lectura. Ella estaba demasiado feliz como para leer una historia que comenzaba tan lamentablemente. Su falta de objetividad resultaba imperdonable en su negocio, pero creyó que por una vez no le haría daño a nadie, dejaría que Eugenia revisara el manuscrito primero.

Conforme con su decisión, se preparó para la siguiente reunión. Como tantas otras veces, tuvo que escuchar la exposición de puntos de vista contrarios y tratar de mediar entre ellos. Llevaba una hora dentro cuando escuchó sonar su móvil y aunque supuso que era Luca, al ver el identificador vio que era un número desconocido. Lo ignoró y siguió con lo suyo hasta que media hora más tarde volvió a entrar otra llamada del mismo número, quien la llamaba era tan insistente que Minerva contempló la posibilidad de que fuera un asunto importante. Tomó el aparato, si no era Luca entonces debía ser algo relacionado con la editorial. Además, quiso aprovechar la oportunidad para alejarse un poco de la tediosa plática que parecía no llegar a ningún lado pese al tiempo transcurrido, se disculpó y salió de la oficina.

—Diga —respondió amablemente.

—¿Minerva? —la voz al otro era la de un hombre dubitativo.

—Sí ¿Quién habla?

—Hola Minerva, habla Rodolfo.

Minerva suspiró aliviada al reconocer a su interlocutor. Rodolfo era un compañero de trabajo de Luca que con el tiempo se había vuelto un buen amigo. Aunque hacía tiempo que no hablaba con él, pensó que era inusual que la llamara y mucho más en horario laboral. Algo la hizo sospechar que no se trataba de un simple saludo.

—Rodolfo, es un gusto saludarte ¿Cómo estás? ¿Caro y los niños están bien? — preguntó por cortesía y porque en verdad les tenía aprecio.

—Todos bien Minerva, gracias. Disculpa que te interrumpa, probablemente estés muy ocupada. Luca me ha dicho que los últimos meses han sido de mucho trabajo, pero quería saber si puedo ayudarlos en algo.

—¿Ayudarnos?

—Sí, es que todo fue tan repentino. Quise preguntarle a él, pero no contesta el móvil.

Minerva rio nerviosamente pensando que Rodolfo debía estar confundido.

—Pero Rodolfo, Luca está en el trabajo.

El silencio que siguió a su respuesta hizo que un mal presentimiento se adueñara de Minerva.

—Quizá no debí llamarte.

—No, dime que pasa ¿todo está bien? —la voz elevada de su cuestionamiento llamó la atención de varios en la editorial, así que entró apresurada al baño en busca de privacidad. Tenía el pulso acelerado, pero trató de respirar hondo para controlarse. El temor de una mala noticia la puso mal.

—Minerva, Luca no se ha presentado a trabajar desde el lunes y hoy solo vino a firmar su renuncia y a vender su auto a un compañero. Creí que podían tener algún problema, pero ya no lo alcancé para preguntarle.

Minerva se sentía más contrariada que nunca. Sí que tenían un problema, sus ilusiones de que el insólito comportamiento de su esposo hubiera llegado a su fin se vinieron abajo. Una angustia que nunca creyó conocer la trastornó. Al otro lado de la línea Rodolfo seguía llamándola, pero ella ya no respondió. Colgó y de inmediato marcó el número de Luca. Una vez más no recibió respuesta en ninguno de sus intentos. Los ojos se le llenaron de lágrimas y los peores pensamientos la hicieron correr hacia su auto.

—Minerva —Eugenia la alcanzó justo cuando arrancaba el motor. La preocupación le saltaba al rostro —¿Qué pasó?

—Tengo que irme, discúlpame con los demás y finaliza la reunión por mí.

—Pero estás mal, no puedes manejar así.

—¡Haz lo que te digo! —le gritó sin querer, empujada por la desesperación. Quería pedirle ayuda a Eugenia, pero no quiso confesarle a nadie lo que presentía. Debía comprobarlo y debía hacerlo sola.




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