Cuando te fuiste

Capítulo 4

Jueves 10 de octubre, 2013

 

La mañana amaneció fría y el cielo cerrado. Minerva se levantó temprano, había dormido poco y pensado mucho. Repasó uno a uno los últimos días con cada una de sus horas y siempre llegó a la misma conclusión: Luca había tomado la decisión de irse ese lunes negro y cabía la posibilidad de que el correo que ella encontró abierto en su computadora tuviera algo que ver. Igual seguía sin imaginarse qué significaba esa cuenta y si era de él, no tenía manera de saber con qué intención tenía algo a nombre de alguien más. Se culpó por no haberle cuestionado eso antes de dejarlo partir tan fácilmente, al menos le debía una explicación y ella sentía a ratos que lo odiaba por habérsela negado. También pensaba obsesivamente en las últimas palabras de Luca, le había dicho que para él sí era tarde. Hubiera querido saber qué significaba eso, por qué era tarde para un hombre como él y para qué era tarde. Los hijos aún podían llegar si él hubiera preferido seguir a su lado o era qué la relación había dado todo de sí sin que ella se diera cuenta. Tal vez sí había otra mujer y si era el caso, a Minerva no le interesaba seguir amando a un mentiroso.

Luego de varias horas decidió que, si Luca era tan ingrato como para dejarla con el corazón roto y peor aún, mortificada con cientos de dudas que no tenía posibilidad de aclarar, entonces ella también le daría vuelta a la página o al menos lo intentaría. Firme en su objetivo de no pensar más en él, se preparó para ir a la editorial y distrajo su mente con las noticias del día, desayunó poco y atendió a Linda. Para cuando Eugenia despertó, Minerva ya estaba lista para irse.

—¿Cómo amaneciste? —le preguntó la joven asistente apenas la vio en pie.

A Eugenia le pareció que Minerva se veía bien, tanto que llegó a pensar que lo acontecido había sido una equivocación, más la ausencia de Luca le recordó que no lo era.

—Bien, hice desayuno para las dos. Come y vámonos, tenemos mucho trabajo.

—Pero Minerva, ¿No prefieres hablar de lo que pasó ayer?

Minerva siguió lavando los platos que había usado en el desayuno sin mirar a la joven. Tenía los ojos inflamados de tanto llorar, pero se había prometido no derramar una lágrima más.

—¿Para qué? No vale la pena. Lo único que pasó ayer es que descubrí que me casé con un mentiroso cobarde. No quiero hablar de él y desde hoy me deja de interesar lo que le pase ¿Entiendes? No me lo vuelvas a mencionar.

—No creo que eso sea lo mejor.

Eugenia ya se había sentado en una de las sillas altas frente la barra de la cocina y comenzaba a comer su desayuno sin dejar de mirar a su amiga, presentía que ella no estaba bien, pero no sabía la manera de ayudarla. Al escucharla, Minerva tiró con frustración el plato que intentaba enjuagar contra el resto en el fregador y fulminó a Eugenia con la mirada.

—¿Y qué es lo mejor? ¿Qué quieres que haga? ¿Qué le llore? ¿Qué me corte las venas por él? No lo haré, prefiero odiarlo por lo que me hizo. Estoy decepcionada, no te lo voy a negar, pero al final de cuentas él es quien se lo pierde —Minerva se aclaró la garganta y suavizó el tono de su voz, comprendiendo que Eugenia no tenía por qué sufrir sus arrebatos —Discúlpame, pero por favor podrías tratar de comprenderme, lo único que quiero es olvidarme de él. El cuento se acabó ¿Sí? Voy a seguir con mi vida y punto.

Eugenia asintió tímidamente, dando un prolongado trago al vaso de jugo de naranja frente a ella y mirando fijamente su contenido. No deseaba que Minerva se diera cuenta de lo mucho que la apenaba lo que le estaba pasando, era obvio que su amiga seguía amando a su esposo, solo estaba en negación total y ella pensó que lo mejor sería darle el tiempo y espacio necesarios para que pudiera asimilar de una forma más sana la partida de Luca.

Ninguna de las dos dijo más sobre el asunto y cuando llegaron a la editorial, Minerva notó de inmediato como todos guardaban silencio al verlas entrar. Aunque ninguno de sus colaboradores excepto Eugenia sabía exactamente lo sucedido, la mayoría había visto las condiciones en las que se marchó el día anterior e imaginaban que el motivo era algo grave. Minerva los miró severamente antes de saludarlos de la misma forma y entrar a su oficina. Adentro, pidió a Eugenia que llamara a los involucrados para reanudar la reunión interrumpida. Tenía la apremiante necesidad de retomar el trabajo, de hundirse en él y olvidarse del mundo.

Y así lo hizo, por días pasó de reunión en reunión, revisó todas y cada una de las propuestas del contador Morales a conciencia, siendo que siempre había procurado tener solo el panorama general y dejarle lo demás al experto. Visitó la imprenta y participó en hasta el más mínimo detalle durante la planeación de la difusión del libro que lanzarían ese mes. Para Minerva, la editorial pasó de ser su pasión para convertirse en su salvación, algo a lo cual aferrarse en tanto intentaba olvidar que había perdido lo más importante en su vida. Se quedaba en la oficina hasta tarde, incluso más que antes. Hubo días en los que regresaba hasta la medianoche a lo que dejó de considerar un hogar, no soportaba llegar a una casa vacía. El silencio que únicamente perturbaban los maullidos exigentes de su gata era algo con lo que no podía lidiar. Por eso buscaba cualquier pretexto que le permitiera quedarse en la editorial hasta muy avanzada la noche y cenaba fuera siempre que podía. El cansancio de la exigente labor que se impuso le permitía llegar a su chalet con apenas energía suficiente para alimentar a Linda, echarse en la cama y ver unos minutos la televisión antes de quedarse profundamente dormida.




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