Miércoles 23 de octubre, 2013
Los siguientes días pasaron sin muchas novedades. Lo más notable fue una tormenta de granizo poco común que azotó la ciudad acompañada de las ráfagas de viento que caracterizaban las noches guanajuatenses. Esa noche de viernes dio miedo, y Minerva tuvo que soportarlo con la única compañía de su gata que se agazapaba entre sus brazos, haciéndose ovillo y tratando de ocultarse de los relámpagos y truenos que cimbraban el chalet. Para colmo, la electricidad, su más leal amiga desde que Luca se fuera, la que le proporcionaba entretenimiento, luz y las cenas de microondas, le falló irremediablemente, dejándola sumida en las sombras de una noche de horror y soledad. Al menos el cansancio la venció pronto y así pasó otro día más.
Por los siguientes días, Minerva continuó usando la editorial para no pensar más en Luca y en lo mucho que le dolía su ausencia. Ese miércoles se cumplían dos semanas de su abandono y Minerva pensó que el mejor distractor sería dedicarle todas las horas del día necesarias a resolver los asuntos pendientes con la publicación de su próximo lanzamiento de una vez por todas.
Eugenia entró a la oficina para anunciarle que todo estaba listo para la tarde. Eran las nueve de la mañana y la joven asistente creyó que a Minerva le caería bien su taza acostumbrada de café.
—Me consientes mucho, no sé qué haría sin ti —Le dijo dando un sorbo a la bebida.
—Para eso estoy, además los últimos días han sido muy difíciles.
Minerva respiró hondo pensando que los días no eran tan malos, las realmente insoportables eran las noches. De todos modos, ella no admitiría lo que en realidad sentía.
—No tanto como crees.
—No me refiero a eso, es lo que sucede aquí. Me parece que estás invirtiendo demasiado tiempo y recursos en este último libro.
—Es muy bueno —Minerva no miraba a Eugenia, distraída en revisar uno a uno los puntos que planeaba ver en la próxima reunión.
—Lo es, pero ¿no crees que se te está escapando un poco de las manos?
—¿Qué me quieres decir exactamente? —cuestionó mirándola severamente.
El último comentario de Eugenia logró captar la atención de Minerva. La joven sabía que lo que tenía que decir probablemente la haría enfurecer, pero consideraba a Minerva su amiga y no quería que algo más en su vida saliera mal estando las cosas como estaban. El manuscrito a publicar era causa de muchas expectativas, algunas muy altas y las de Minerva eran las más altas de todas. Eso de a poco provocó que el proceso ágil al que estaban acostumbrados en la editorial se tornara lento y conflictivo. A esas alturas, el tiempo ya estaba sobre ellos y aún faltaban muchos detalles. A Eugenia le sorprendía que, con el carácter fuerte y conciliador que tenía su jefa, hubiera tardado tanto en enfocarse en resolver las complicaciones que tenían. Lo más grave era que desde la partida de Luca, su amiga se concentraba más en pequeños trámites que en atender los procesos sustantivos de la editorial. Era casi como si no quisiera tomar decisiones de impacto en ningún aspecto de su vida. Todo aquello se estaba volviendo un cuello de botella que Eugenia no sabía muy bien si Minerva ignoraba o simplemente no quería resolver.
La joven asistente expresó sus dudas y preocupaciones de la manera más breve, comprensible y respetuosa que encontró. Lamentablemente, Minerva se encontraba en un punto de su vida en el que no podía ser objetiva con nada.
—Así que para ti soy incompetente en el proyecto que me ha costado más lágrimas y sudor que a ninguno, y que tú ni conocerías si no fuera gracias a mí.
Las palabras de Minerva y la forma tan grosera en que las pronunció le dolieron a Eugenia, pero era común en ella terminar lo que iniciaba así que se mantuvo firme.
—Minerva, mi intención no es cuestionar tu capacidad, sé que si alguien puede resolver esto eres tú, pero pienso que lo de Luca te ha afectado demasiado y te niegas a reconocerlo.
—Te dije que no lo mencionaras ¿Eres tonta o simplemente quieres fastidiarme?
La voz elevada de Minerva logró que todos afuera de su oficina escucharan su disgusto. Por primera vez desde el inicio de la editorial sentía que perdía el control de sí misma. Respiró hondo antes de continuar y en el fondo contempló la posibilidad de que su amiga tuviera razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo, al menos no todavía.
—Solo quería ayudar —la expresión dolida de Eugenia se manifestaba en las lágrimas que humedecieron sus ojos.
—No lo haces, aunque puede que no te equivoques del todo, así que para que puedas ver más de cerca mis fallas y luego me las hagas saber, te quedarás está tarde a la reunión.
—Pero Minerva, hoy es la cena de aniversario de mis papás, incluso te pedí permiso para salir temprano desde hace una semana. Le prometí a mi hermana que la ayudaría a preparar todo.
—Si tienes que irte hazlo, pero no te molestes en presentarte mañana.
Eugenia se quedó perpleja sin poder contener el llanto, era como si Minerva fuera otra. Arrepentida de atreverse a dar su opinión, salió de la oficina con el ánimo por los suelos. Por su parte, Minerva se quedó arrepentida de lo dicho, ella no era sí. Nunca usó su autoridad para ejercer abuso o tomar venganza por algo que no le pareciera y menos con alguien que estimaba tanto y que le había demostrado una amistad incondicional. De hecho, detestaba a las personas que se comportaban como ella acababa de hacerlo.