Viernes 25 de octubre, 2013
Los hermosos anillos de compromiso y de boda lucían bien en su dedo, pero ya no tenían ningún significado para ella así que los dejó caer sobre la caja dónde había guardado lo que pertenecía a Luca. Más tarde se desharía de todo eso, por lo pronto se concentró en estar lista pronto. Esa mañana llevaría a su madre a la central de autobuses antes de ir a la editorial y no quería llegar tarde a ninguna de las dos partes. El día anterior la había pasado bien con su mamá así que se sentía con el valor de enfrentar a Eugenia y a Julio. A la primera tenía que pedirle disculpas, al segundo soportarlo durante unas semanas, y confiaba en que podía hacer ambas cosas.
Una vez que vio partir el autobús en el que iba su madre, salió de la pequeña central de autobuses rumbo a su vehículo. La despedida fue buena y afectuosa e incluso la dejó con ánimo para ir a visitar la casa paterna en navidad. Comenzaba a sentirse en paz con sus padres y aunque todavía no lograba deshacerse completamente del resentimiento por tantos enfrentamientos con ellos, al menos empezaba a recordar lo bueno sin que lo malo hiciera tanta sombra. Lo único que la incomodaba era pensar en ir sola y tener que soportar los comentarios sarcásticos de sus hermanos al respecto, solo esperaba ser capaz de lidiar con eso una vez llegado el momento.
Sin ganas de darle más vueltas al asunto, encendió la radio de su automóvil mientras conducía hacia la editorial. Las noticias no ofrecían más que cosas tristes: jovencitas desaparecidas y hechos violentos, por lo que cambió de estación. Al siguiente instante se encontró escuchando la canción de Mocedades, Dónde estás corazón.
Apagó la radio violentamente, la letra y la música describían con una exactitud que impresionaba lo que sentía desde que Luca se había ido de su lado. Era el peor momento para escuchar algo así, el silencio era más reconfortante. Pasados unos minutos ya se encontraba frente a las puertas de la editorial, y tal y como esperaba fue la primera en llegar. Tras ella llegó el contador Morales que siempre había demostrado tener la puntualidad como una de sus principales políticas. Luego vio a través de la ventana a Julio mientras estacionaba su vehículo. Se puso un poco nerviosa, era la primera vez que lo veía luego de su desastrosa cita, si es que a lo ocurrido podía llamársele así. Al final, decidió actuar como si nada hubiera pasado y evitar acercamientos más personales con él. Volvió a su escritorio y abrió en la computadora el manuscrito de la escritora novel que había comenzado a leer días antes cuando Luca todavía estaba a su lado, se le antojó un buen momento para retomarlo y distraerse con la historia de su protagonista. Llevaba ya una decena de páginas leídas cuando alguien llamó a la puerta de su oficina.
—Adelante —dijo sin mirar y pensando que sería Eugenia. La joven asistente era muy comprometida con su trabajo así que pese a la forma tan ruin en que la trató, Minerva no dudaba que conservaría su actitud profesional.
—Buenos días, Minerva —la voz que la saludó no era la que esperaba. Minerva levantó la vista, incómoda con la presencia de Julio. No esperaba enfrentarlo tan pronto.
—¿Necesitas algo?
Minerva fue consciente de la frialdad en su tono, pero esperaba dejarle claro que no buscaba nada más con él, y que los besos y las caricias que le permitió serían lo único que obtendría de ella.
—Vengo a decirte que voy a renunciar —la expresión apesadumbrada del joven era sincera, pero no conmovió a Minerva.
—No puedes irte, tienes un contrato.
—¿Quieres que me quede?
Minerva lo fulminó con la mirada. No olvidaba sus arrogantes insultos y aunque tampoco tenía ganas de volver a verlo, era importante para la editorial que permaneciera ahí hasta el regreso de Karina. Se levantó de su escritorio y cerró la puerta que él había dejado entreabierta, no quería que nadie escuchara por casualidad su conversación. Luego se le plantó enfrente sosteniéndole la mirada, no pensaba demostrarle vergüenza o que creyera que tenía el más mínimo poder sobre ella. Estaban en su territorio, como él bien había dicho en medio de su desahogo: en la editorial ella era la jefa y él tendría que escucharla.
—¿En serio crees que quiero volver a verte? —inquirió envalentonada.
El joven miró a otro lado antes de responder. Minerva lo notó nervioso, ya no lucía como el conquistador orgulloso de sí mismo que aparentaba ser. Julio no estaba acostumbrado a perder el control cuando de mujeres se trataba y lo sucedido con Minerva lo había hecho enfurecer, pero recapacitó poco después. Era imposible esperar que Minerva lo viera como un hombre si se comportaba como un niño caprichoso.
—Imagino que no quieres saber de mí —dijo dubitativo —Y también entiendo que tienes todo el derecho de echarme de la editorial si quieres, por eso quise ahorrarte la molestia renunciando, aunque si crees que me necesitas me quedaré. Igual conozco a alguien que puede ocupar mi lugar mientras regresa Karina.
—Escúchame bien: si quiero que te quedes es porque te has adaptado a la editorial y haces bien tu trabajo. Sin embargo, también quiero que tengas claro que no quiero saber nada de lo que pasó la otra noche y espero que seas lo suficientemente considerado como para no comentarlo con mi equipo de trabajo.
—Jamás haría algo así.