Cuando te fuiste

Capítulo 8

Viernes 25 de octubre, 2013

 

La tarde era cálida y debido a la corta distancia entre la clínica y la editorial, Minerva decidió que caminar era buena idea. Eugenia iba a su lado malhumorada y con los audífonos de su MP3 puestos. Lo más probable es que no fuera escuchando nada, pero Minerva no quería presionarla demasiado, debía esperar el momento adecuado. Mientras tanto se dedicó a disfrutar de la caminata, las estrechas banquetas y la calle adoquinada flanqueada por altos árboles y jacarandas en flor que ofrecían una vista poética. A Minerva le encantaba todo ese paseo, respirar ese aire puro de ciudad pequeña y sentir la armonía que emanaba del ambiente, le daba la paz que le faltaba en el interior. Por los minutos que duró el trayecto se dejó llevar por esa sensación de deleite que la hizo olvidar lo que la aquejaba. Miró a Eugenia de reojo de vez en cuando, el paseo parecía haberla relajado también así que se atrevió a creer que había acertado en su decisión de obligarla a acompañarla.  

—Sería buena idea llevar flores —sugirió Eugenia. Ella no lo había pensado, llegar con las manos vacías no era muy considerado.

—Tienes razón, bajaremos por unas al mercado.

—Yo puedo ir, tú entra a saludar a Karina.

Minerva asintió, aunque eso afectaba en mucho su plan para reconciliarse con su amiga. Para cuando Eugenia volviera ya sería pasada la hora de salida y sin ninguna excusa de trabajo para retenerla, tendría que dejarla ir. Sintiéndose derrotada entró a la clínica, no fue difícil encontrar la habitación de Karina. Bastó con darle el nombre de la paciente a la recepcionista para que esta le diera un número. La mayor ventaja del sistema de salud privado era que tampoco tenía que esperar turno o que fuera horario de visita, además el lugar era pequeño por lo que no había forma de perderse. Cuando entró, la reciente madre dormía y su esposo le velaba el descanso sentado en el sillón al lado de la cama. Del otro lado estaba el cunero con el pequeño. Minerva saludó al nuevo papá con un gesto y dejó su bolso en la mesita frente a la cama sin hacer ruido para no despertar a Karina y casi por instinto, se acercó al cunero. El recién nacido dormía plácidamente igual que su mamá. Era tan pequeño y frágil que Minerva tuvo miedo hasta de respirarle encima. Le acarició la mejilla y él hizo un ruidito que sonó como un suave gimoteo.  

—¿Quieres tomarlo en brazos? —preguntó el esposo de Karina luego de acercarse.

—No quiero despertarlo. Es hermoso, los felicito —le respondió sin dejar de ver al recién nacido —¿Cómo está Karina?

—Agotada, pero bien. Si hubieras llegado un poco antes la hubieras encontrado despierta, acaba de darle de comer.

Minerva miró al esposo de Karina de reojo. Él también contemplaba a su hijo, parecía orgulloso y un destello de ternura le iluminaba la mirada. Imaginó ver a Luca en él y sonrió enternecida. Aunque nunca lo pensó mucho, siempre creyó que su esposo sería un buen padre llegado el momento. Era tierno, paciente y firme, el hombre perfecto, al menos lo fue durante trece años. Lamentablemente la inquietud por la maternidad apenas despertaba en ella cuando la editorial ocupó su mente y su tiempo casi por completo. Quiso pensar que pasado el primer año sería más fácil pensar en un embarazo. Eso nunca sucedió, el trabajo en lugar de disminuir se incrementaba conforme Editorial Visión alcanzaba sus metas, así que dejó de lado la idea sin molestarse en preguntarle a Luca lo que pensaba al respecto. De pronto la embargó la tristeza, no se arrepentía de su decisión, pero tampoco podía descartar la idea de que había contribuido a la partida de Luca.

—Me saludas a Karina cuando despierte, trataré de volver más tarde —se disculpó antes de tomar su bolso y retirarse con prisa.

Seguir en esa habitación con tanta alegría e ilusiones flotando en el aire le resultaba insoportable. Avergonzada, tuvo que reconocer que envidiaba a la feliz familia. No era que les deseara ningún mal, más bien añoraba volver a tener la oportunidad de vivir lo mismo.

Apenas salió y cerró la puerta tras ella, las lágrimas se desbordaron de sus ojos sin que pudiera reprimirlas. Las limpió una y otra vez con los dedos, pero seguían brotando. Permaneció cabizbaja en el pasillo vacío por lo que se sintió una eternidad para intentar calmarse, si veía a alguien acercarse fingía ver por una ventana hasta que una enfermera le preguntó si podía ayudarla en algo, entonces tuvo que huir. Pensó en lo patética que debía verse, llorando por nada luego de visitar a una feliz mamá. Lo único en lo que pensaba era en salir de ahí y llegar a un lugar apartado donde nadie fuera testigo de su ridículo espectáculo. Había elegido el peor horario, la sala de espera estaba repleta de personas esperando su cita médica. Salió desviando la mirada a uno y otro lado para ocultar su rostro enrojecido y bañado por el llanto.

A Eugenia le faltaban unos pasos para llegar frente a la clínica cuando vio salir a Minerva casi corriendo. Iba mirando hacia abajo y tomó el rumbo de vuelta a la editorial, pese a la distancia la joven pudo notar que lloraba e imaginó el motivo. Debía ser duro ver a otros felices cuando se estaba en crisis. Eugenia meditó entre si seguirla o no, aún estaba resentida, pero la quería sinceramente, era su amiga y le había enseñado mucho. Decidida a hacer lo correcto corrió a la clínica, dejó el ramo de flores en la recepción pidiendo que se lo hicieran llegar a Karina y salió con prisa tras los pasos de Minerva. No tardó en verla nuevamente, aunque parecía tan trastornada que no notó que la seguía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.