Sábado 26 de octubre, 2013
Minerva no pudo dormir esa noche pensado en lo hablado con Eugenia. Apenas amaneció, dejó la cama y siguió buscando entre las pertenencias de Luca algo que la ayudara a aclarar las dudas que la inquietaban. En el armario ya no encontró nada, pero recordó las horas que él pasaba en el estudio del chalet y fue para allá. La habitación era de las más acogedoras de la casa, con vigas de madera visibles en el techo y pintada de un acabado amarillo que le ayudaba a seguir el mismo estilo rústico de decoración que el resto de la construcción. Tenía piso de madera y una amplia ventana en arco por la cual entraba la luz del día iluminando hasta el último rincón. En el centro estaba el escritorio de madera sobre un tapete de tejidos naturales y tonos terracotas. Una pequeña chimenea en la esquina contraria daba el toque hogareño al lugar. Y en la pared del fondo, había un librero del mismo estilo que el resto que ella había comprado en un bazar. Lo recordaba bien porque esa adquisición le había valido varios halagos de su esposo y una cena romántica. Sonrió y añoró esos tiempos buenos, en los que nada la hacía dudar del hombre con el que compartía su vida.
Se llevó las manos a la cabeza, sacudiéndose cualquier pensamiento que pudiera distraerla. Un punzante dolor en la frente comenzaba a molestarla debido a la falta de sueño así que antes de comenzar fue por una pastilla al botiquín. Volvió minutos después con un café en la mano y un plato con galletas en la otra, era todo lo que necesitaba para llevar a cabo su propósito. Minerva comenzó buscando en los cajones del escritorio. Ahí encontró varias agendas, hojeó una a una las páginas de todas, pero solo contenían números telefónicos de México. A Minerva se le hizo increíble que en ninguna estuviera el número de la madre de Luca.
Siguió buscando hasta que un dolor en el cuello bajo la nuca comenzó a atormentarla. Pasaba del mediodía y el hambre comenzaba a ponerla inquieta. Eugenia le había prometido la noche anterior ir temprano a visitarla para continuar con sus planes de investigación, pero supuso que se había quedado dormida. En realidad, no le importaba demasiado, ella sola tenía bastante por donde comenzar. Aún le restaban bastantes recovecos y gavetas donde continuar indagando así que continuo, no podía detenerse a esas alturas. Apenas había retomado su búsqueda cuando alguien llamó a la puerta. Supuso que era Eugenia que de nuevo se negaba por respeto a usar las llaves que ella le había confiado de su casa.
Salió desperezándose del chalet, el fuerte sol le caló en los ojos y en la nuca bajo la cabellera despeinada, pero le sirvió para despejarse un poco. Abrió la reja de entrada y casi de inmediato se sobresaltó al encontrarse con Julio. Lo primero que pensó fue que el holgado pantalón deportivo y la playera con los que había dormido contrastaban vergonzosamente con la vestimenta siempre impecable de su visitante. Carraspeó para deshacerse de la molestia, más le interesaba el motivo de Julio para estar ahí.
—Julio, que sorpresa —saludó sintiéndose ligeramente nerviosa.
Sin importar porque estuviera en su casa, Julio le provocaba una sensación que le resultaba atemorizante de lo agradable que podía ser. No quería tener que lidiar con eso hasta aclarar todo respecto a Luca.
—Hola, lamento venir sin avisar, pero… —a Julio lo atosigaba la inquietud, comprendía que su visita era imprudente, pero el deseo de ver a Minerva era más fuerte que su cautela —Solo quería saber cómo estabas. Te vi ayer junto a Eugenia cuando volvían de visitar a Karina y creí que algo había sucedido.
—Nada grave, estoy bien. Gracias por preocuparte —le aclaró disimulando una calma que no sentía. Lo último que necesitaba era que Julio se diera cuenta de lo que seguía provocando en ella.
—Que bueno.
Julio la miró a los ojos en busca de algo que le dijera si su visita era o no bien recibida, pero el gesto imperturbable de Minerva era igual al que mostraba en la editorial y completamente diferente al que le había revelado la noche en la que las circunstancias conspiraron a su favor y le permitieron probar la boca en la que no podía dejar de pensar. El solo recuerdo de la cercanía que tuvieron aceleró sus latidos.
—Será mejor que me vaya. No quiero importunarte más.
Tras su breve despedida dio media vuelta sintiéndose avergonzado por su intromisión, le resultaba obvio que Minerva tendría mejores cosas que hacer, incluso descansar un sábado por la tarde, que recibir al hombre que la había insultado luego de intentar seducirla sin conseguirlo.
—Espera —le pidió ella bastante dubitativa al respecto —¿Quieres pasar? Estaba por pedir algo para comer, tal vez puedas acompañarme.
Él sonrió tímidamente y Minerva pensó que ese gesto tierno era aún más tentador que el aire seductor que solía mostrar.
—Me encantaría.
Apenas entraron, Minerva se dispuso a ordenar algo de comer. La pizza era su favorita así que tras preguntarle por cortesía a Julio si le apetecía, tomó el teléfono y la pidió. Sabiendo que el repartidor tardaría lo suficiente, dejó a Julio en la sala de estar y fue a cambiarse la ropa de dormir por algo más apropiado. Recogió su cabello y se lavó la cara. Antes de salir de su habitación se miró al espejo. La declaración de Julio hizo eco en su cabeza. A ella también le simpatizaba y la atraía hasta el punto de que casi podía afirmar que le gustaba, pero no podía iniciar nada con nadie hasta no ver a Luca y cerrar lo que tuvieron. Igual pensó que pasar un rato agradable a su lado, la ayudaría a relajarse y distraerse un poco antes de continuar con la búsqueda de Luca y su pasado.