Cuando te fuiste

Capítulo 12

Lunes 28 de octubre, 2013

 

Sofía comenzó su relato con los ojos destilando nostalgia.

—Paolo es mayor que yo cinco años y siempre ha cuidado de mí, desde que éramos unos niños ha sido el mejor de los hermanos. Mis padres eran buenos, tanto como podían, ambos tenían una visión muy rígida acerca de la educación, especialmente papá. Igual nos daban lo mejor que podían, él trabajaba y mamá se quedaba en casa para cuidarnos. La mayoría de mis recuerdos son agradables pese a la difícil época que nos tocó vivir. No nos faltaba nada y nos sentíamos amados hasta que llegó ese horrible día en el que mi padre tuvo un accidente en el trabajo del que no se pudo recuperar y que al final le costó la vida —Sofía bajó la vista, su infancia era algo que mezclaba añoranza con dolor —Mamá lo sobrellevó lo mejor que pudo hasta que la pobreza y la soledad la quebraron, entonces hizo lo que pensó mejor y llevó a la casa a Stephano, un hombre al que conoció en algún lugar. A mí no me incomodó, tenía diez años y ver a mamá aparentemente feliz me bastaba, pero a Paolo le desagradó desde el principio. Él hizo lo que cualquier adolescente cuando algo no le gusta y comenzó a ausentarse. Mamá discutía con él cada vez más fuerte por su actitud, además no le gustaban sus amigos, uno en especial. Creo que se llamaba Flavio y era bastante conocido por ser un traficante de poca monta en el barrio —Minerva tuvo el impulso de preguntar si Luca se dedicaba a lo mismo que su amigo, pero se obligó a guardar silencio viendo que para Sofía era difícil hablar de lo sucedido. Además, dudó que lo supiera, después de todo era una niña —Ignoro lo que hacía Paolo tanto tiempo con ese maleante y no puedo culparlo de nada, pero en casa las cosas iban de mal en peor. Mamá pasó de estar bien con su nueva relación a caer en una total depresión y es que Stephano no era para nada el hombre que pensaba, era violento y manipulador. Ella comenzó a tomar licor, primero solo los fines de semana, luego diariamente. Stephano contribuía a eso, la alentaba y le daba dinero para que lo hiciera. Ella se volvió inestable pero aún nos cuidaba. Eso duró poco porque luego también empezó a probar las porquerías que vendía el amigo de Paolo. Quien la invitó a probarlas fue el mismo Stephano. Ese maldito cerdo, disfrutaba verla mal y a su merced. La golpeaba y ella apenas se daba cuenta —Sofía hablaba con rabia y tuvo que respirar hondo un par de veces para calmarse —Paolo volvió a casa al ver a mamá caer en ese detestable vicio. Esos meses él cuidó de mí lo mejor que pudo y trató de defenderla a ella de Stephano, pero ¿qué podía hacer que no fuera recibir la mayoría de los golpes en su lugar? Ese fue el peor año de nuestra vida y antes de que terminara, mamá tomó una sobredosis de la que no sobrevivió.

Sofía calló abruptamente y se limpió las lágrimas que le corrían por todo el rostro. A Minerva le hubiera gustado tenerla cerca para poder abrazarla, se notaba que necesitaba consuelo, quizás ambos hermanos lo necesitaban. Sintió tristeza al enterarse de lo que Luca se había obligado a guardarse para sí mismo por tanto tiempo porque, aunque ella estuviera a su lado, nunca le reveló esa parte de su vida que probablemente le seguía doliendo tanto como a Sofía.

—Está bien si ya no puedes continuar, no tienes por qué decirme todo.

—Debo hacerlo Minerva, solo así podrás comprender a mi hermano. Necesitas saber todo porque lo más terrible que nos sucedió al lado de ese hombre fue después de la muerte de mamá. Eso fue lo que obligó a Paolo a sacarme de ese lugar que de ser nuestro hogar se convirtió en un infierno —un escalofrío recorrió a Minerva de los pies a la cabeza al escuchar el testimonio de Sofía e imaginarse lo que seguía —No te voy a dar detalles porque algunos de mis recuerdos no son tan claros, únicamente te voy a decir que Stephano era aún más perverso de lo que ya te he contado. Convirtió nuestra casa en su pequeño negocio, adictos entraban y salían todo el día y no solo ellos, traficantes también lo hacían y hasta creo que algunos jefes de la mafia. El maldito sin duda era importante, aunque nunca supimos cuánto. Uno de los hombres que lo visitaba casi a diario comenzó a interesarse en mí. No perdía la oportunidad de hablarme y hasta intentó varias veces quedarse a solas conmigo, yo era una niña, solo tenía once años y aunque me desagradaba no alcanzaba a ver sus malas intenciones, pero Paolo sí lo hizo. No se separaba de mí ni un solo instante y cuando debía salir me llevaba con él pese a que Stephano se lo prohibió. Él prefería recibir el castigo por desobedecerlo que dejarme sola. Ambos abandonamos la escuela, Stephano nos quitó todo, apenas y teníamos que comer y encima de eso había que soportar sus maltratos.  

—¿Qué pasó con la familia de sus padres? ¿Por qué ninguno los ayudó? — Minerva se negaba a creer que nadie hubiera hecho algo cuando dos niños quedaron a merced de un delincuente.

—Supongo que a nadie le importó. Mamá no era de Palermo y apenas conocíamos a su familia, teníamos mucho tiempo sin verlos. Y del lado de papá, todos se alejaron cuando él murió y mamá se relacionó con Stephano —otro pinchazo estrujó el corazón amilanado de Minerva, Luca también le había mentido sobre el lugar donde había nacido, supuso que todo era parte del engaño que se había propuesto vivir —Pero sí hubo alguien que nos ayudó: el amigo traficante de Paolo. No te puedo decir que sucedió exactamente, todo fue tan rápido que más bien lo recuerdo como un mal sueño. Esa noche dormía, encerrada en mi cuarto. Paolo no estaba conmigo, pero antes de irse me advirtió que pasara lo que pasara no le abriera a nadie que no fuera él. Stephano no tuvo muchas visitas ese día y la casa estaba silenciosa así que pude dormirme temprano. Lo siguiente que recuerdo fue a Paolo tocando la puerta y gritándome desde el otro lado, estaba aterrorizado, su miedo es algo en lo que pensé muchos años después. En ese momento le abrí casi dormida, él me envolvió en una manta y me dijo que debíamos irnos. Al salir de mi cuarto no vi a nadie, Stephano no estaba por ninguna parte y Flavio nos esperaba afuera. Subimos a su auto y para cuando amaneció ya íbamos en un autobús, lejos de Palermo. El viaje fue largo y al final terminamos aquí, en Valencia. Una tía, hermana de mi mamá, se había casado con un español y Paolo de alguna forma logró contactarla. Él la convenció de cuidarme y me trajo hasta acá. Ya lo tenía todo planeado: documentos con identidades falsas y el dinero suficiente para el viaje. Después de unos meses, él se fue a México. Le rogué que no me dejara sola, no conocía a mi tía ni a su familia, quería irme con mi hermano, pero de nada sirvieron mis súplicas, él ya estaba decidido. Dijo que era lo mejor porque a su lado corría peligro. Me pidió que fuera paciente y prometió que algún día volveríamos a estar juntos, también juramos que, aunque para los demás fuéramos otras personas, entre nosotros seguiríamos llamándonos por nuestros verdaderos nombres, así no olvidaríamos quienes éramos. No te voy a negar que pase muchos años un poco resentida con él por haberme abandonado, pero al final comprendí que lo único que quería era protegerme de lo que sea que hizo para sacarme de Italia. No quiero imaginar de dónde sacó el dinero necesario ni lo que hizo para conseguirlo.




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