Lunes 28 de octubre, 2013
Eugenia despertó sintiendo que había dormido durante días, el descanso profundo la puso de buen humor así que encendió el móvil que había apagado la tarde anterior. Inmediatamente, en la pantalla apareció un aviso anunciándole que tenía doce llamadas perdidas y varios mensajes de texto, enviados como último recurso de comunicación. Los leyó de prisa, Miguel podía ser insistente cuando quería y el asunto del embarazo lo tenía realmente interesado. Ella hubiera preferido que no le importara para que la dejara tomar a ella sola la decisión que mejor le pareciera y conviniera a su vida. Pero se equivocó al decírselo en medio de la crisis que le ocasionó la noticia y tenía que soportar las consecuencias de su mala decisión. Se quedó con lo que decía el último mensaje.
“Necesito hablar contigo, estaré esperando”.
Mirando la pantalla llevó el dedo pulgar a la tecla que llamaría al remitente del mensaje. Ceder a la tentación de llamarlo parecía fácil, pero en realidad a Eugenia se le revolvía el estómago solo de pensarlo. No tenía idea de qué decirle y lo que más le preocupaba era lo que diría él ¿Seguiría enfadado? No podía más con tanta incertidumbre. Decidió que no pensaría más en eso y se concentraría en ayudar a Minerva, eso le daría un respiro antes de tener que sumergirse de lleno en su propio dilema.
Fue a la cocina, tomó dos vasos de agua seguidos que solo le aliviaron momentáneamente la sensación de sequedad en la lengua. Iba a servirse el tercero cuando vio el móvil de Luca. Minerva lo había dejado el día anterior cargando en el tomacorriente entre la licuadora y el horno de microondas. A Eugenia la venció la curiosidad, era una descortesía no esperar a Minerva, pero era temprano y no quería interrumpir su descanso, había escuchado el sonido de la televisión hasta avanzada la madrugada y sabía que ella no se dormiría dejando encendido el aparato así que debió desvelarse. Cierta en que una disculpa arreglaría todo, desconectó el móvil y lo encendió, mientras esperaba fue a la barra que adornaba el centro de la cocina y se sentó. Minerva no creía que revisarlo sirviera de mucho, pero ella no estaba tan segura. Era de esos aparatos producto de la innovación en la telefonía móvil que permitían tener acceso a cuentas de correo, redes sociales, internet y cualquier otra cosa imaginable, por lo que algo debía tener. No obstante, al lograr encenderlo, resopló decepcionada. El esposo de Minerva no lo había olvidado, lo había dejado no sin antes borrar toda su información. Era completamente inútil, pero la joven tuvo una idea al tenerlo entre las manos. Le disgustaba porque implicaba llamar con la última persona que deseaba hablar, aunque por Minerva estaba dispuesta a hacerlo.
Dos horas después y viendo que aún no despertaba pese a ser día hábil y estar pasadas por treinta minutos de la hora habitual de entrada, decidió ir a buscarla. Nadie respondió a los primeros golpes ligeros que dio en la madera de la puerta de la habitación así que tocó más fuerte, está vez la voz adormilada de Minerva le indicó que podía entrar. Encontró a su amiga tendida en la cama boca abajo y envuelta con el cobertor hasta media cabeza. La mañana era fresca como la mayoría en Guanajuato y mucho más considerando el inicio del otoño. Eugenia se sentó al otro lado de la cama, Minerva estaba solo medio despierta y su cara indicaba que necesitaba más horas de descanso.
—Desvelarse en domingo no es buena idea —Le señaló. Su amiga gimoteo un poco dándole la razón y lamentándose de tener que despertar cuando lo único que deseaba era dormir —Lástima que tengamos que ir a trabajar.
—No iré —aseveró Minerva, poniéndose boca arriba para poder mirarla — Tengo algo que decirte.
—¿Y qué será? ¿Tuviste un buen sueño?
—Ayer hablé con Sofía.
—¿Qué? —Cuestionó la joven boquiabierta y con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa —No te creo. Quizás lo soñaste.
—Por supuesto que no, estaba bien despierta, tanto que pase la noche en vela y ahora no puedo ni levantarme de la cama —Minerva respiró hondo y soltó un suspiro. La plática con Sofía se le antojaba un sueño, tal y como decía Eugenia, pero había sido real, tan real como su necesidad de encontrar a Luca.
—Bueno, pero me dirás que te dijo ¿Cómo lograste hablarle? Cuéntamelo todo.
Minerva le contó todo, cada detalle y palabra. Al final Eugenia quedó tan impactada como ella la noche anterior. Toda la historia de Sofía parecía sacada de una película o una serie televisiva, pero ninguna se atrevió a poner en duda su veracidad. Ambas mujeres guardaron silencio unos segundos luego de finalizado el relato. Eugenia no sabía que decir al respecto y Minerva no podía dejar de pensar, la cabeza le estallaba de tanto repasar una a una las palabras de Sofía y entremezclarlas con sus recuerdos de Luca.
—No sé qué hacer Eugenia, quisiera salir corriendo a su lado, pero ni Sofía ni yo sabemos a dónde fue o por qué. Aunque, las dos sospechamos que puede estar en Italia. Si tan solo pudiera asegurarme.
Minerva echó la cabeza para atrás, hundiéndola en la almohada. Necesitaba descansar, desafortunadamente lo que sabía no se lo permitía. No podía dormir tranquila hasta ver a su esposo.
—Así que Paolo. Vaya enigma que ha resultado ser tu hombre —Eugenia resopló y miró a su amiga extendiéndole el móvil de Luca —Tenías razón, aquí no hay nada.