Lunes 4 de noviembre, 2013
A poco más de tres semanas de haber llegado a Palermo seguía sintiéndose fuera de lugar. Esa ciudad lo había visto nacer y él conocía lo peor y lo mejor de ella. Atestiguó en primera fila esa época violenta en la que había escapado de ahí como un último recurso para proteger a Angella de la maldad de Stephano. La pérdida y la desesperación marcaron los recuerdos que tenía de su ciudad natal y más espantoso había sido tener que vivir todo eso en carne propia viendo a su madre caer como una víctima más. Reconocía que México no era un paraíso, pero al menos en ese país vivió los mejores años de su vida, al lado de una mujer que había hecho que lo visto en Italia pareciera solo una pesadilla lejana que hubiera deseado enterrar hasta el fin de sus días. Pero ya le parecía que su vida con Minerva era demasiado buena, no se podía ser tan feliz sin pagar el precio. Para él la factura por esos trece idílicos años llegó el día que recibió un correo de Letizia.
La cuenta de correo que había creado a nombre de Paolo Lombardo fue el único medio de comunicación que conservó con la vida que dejó en Italia y sus numerosos fantasmas. Solo Angella y Letizia la conocían, pero está última nunca se había comunicado con él a través de ella. Las últimas noticias que tuvo de su novia de adolescencia fueron por una dramática carta de despedida que ella le escribió mucho antes de que conociera a Minerva. Luego de su partida a México, Letizia y él habían mantenido por cuatro años correspondencia y algunas esporádicas llamadas telefónicas en las que se contaron como iba todo para cada uno. Pero la relación irremediablemente se había enfriado hasta que no dio para más y Letizia decidió darla por terminada. A él le había dolido poco, la realidad había sido que su historia con Letizia llevaba mucho tiempo enterrada en sus memorias. La había amado y mucho, fue su primer amor y a ella le dedicó sus más intensos pensamientos adolescentes. Fue la primera mujer con la que estuvo y aún recordaba con cariño esas tardes de verano que compartieron y lo que ella le dio. Sin embargo, hubiera preferido no haber vuelto a saber de ella y menos cuando el motivo era tan alarmante.
Ese lunes negro iba como de costumbre rumbo a su trabajo. Estando en la caseta, detenido por un inusual tráfico de salida de la ciudad a esa hora, escuchó el sonido con el que su móvil le indicaba un nuevo correo electrónico. Él no era de los que solían esclavizarse de esos pequeños aparatos y si hubiera estado conduciendo, muy probablemente habría revisado el correo hasta la tarde, después de terminar su jornada y llegar a casa. Tenía un sentido de responsabilidad muy rígido que incluía cero distracciones personales en horario laboral. Pero los vehículos sin avanzar a la espera de su turno para pagar la caseta lo alteraban, sus horarios estaban bien establecidos y un retraso como ese implicaba una llegada tarde. Si hubiera salido más temprano como acostumbraba no habría pasado nada, pero esa mañana perdió más tiempo despertando a Minerva, lo que no le disgustaba para nada pues su charla matutina era lo que animaba su día. Aun así, lo frustraba no poder avanzar y quiso distraerse viendo el mensaje que acababa de recibir. Se sorprendió un poco cuando vio que había llegado a la cuenta de Paolo y pensó que Angella debía tener algo importante que contarle pues sus correos eran muy esporádicos. Entre su trabajo y su familia, su hermana había logrado hacerse de una vida muy ajetreada. Pero el correo no era de Angella, era de una cuenta que desconocía. El corazón le dio un vuelco. Lo leyó intrigado y enseguida se dio cuenta que era de Letizia. Todo lo vivido en Italia se le fue encima al ver el nombre de Flavio.
Ese adolescente desgarbado y que luchaba por aparentar ser más rudo de lo que en realidad era había significado su salvación y la de su hermana, el único que junto a Letizia supo dar oídos a sus suplicas. Tratándose de él y de Letizia, él estaba obligado a responder a cualquier llamado. Sin dudarlo, dio media vuelta a su auto para salir de la larga fila y tomar la carretera de vuelta a su chalet. Al llegar lo primero que hizo fue reportarse enfermo en su trabajo y luego marcar el número que Letizia le había dado en el correo, pero nadie contestó. Supuso que estaría trabajando por la hora que debía ser en Palermo así que esperó. Sin embargo, le resultó imposible quedarse de brazos cruzados y con la incertidumbre saturándole la cabeza, encendió su computadora y escribió en el buscador el nombre completo de su amigo seguido por la palabra Palermo. El primer resultado que le arrojó el buscador le congeló la sangre. Era la noticia de un periódico digital en Palermo que informaba de un accidente de tráfico ocurrido dos días antes, el viernes por la noche. El nombre de Flavio aparecía en el cuerpo del texto al referirse al implicado y principal víctima, además de eso solo decía que había sobrevivido y se encontraba en estado crítico al momento de ser trasladado al hospital.
Luca palideció y se sintió morir al enterarse de que el hombre al que le debía tanto bien podía estar muerto. Su urgencia por hablar con Letizia se incrementó, necesitaba saber más detalles y solo ella podía dárselos o al menos eso esperaba. Pero la mujer tardó tres horas más en responder a sus insistentes llamadas. Escuchar su voz luego de tantos años lo sacudió de los pies a la cabeza. Conservaba el tono dulce que recordaba, tan diferente al enérgico que Minerva usaba cada vez que hablaba, excepto en la intimidad cuando la voz se le transformaba en un tono amoroso y suave. A su cabeza también acudió el recuerdo de su apariencia, Letizia era una belleza de nariz pequeña y ojos grandes. A él le había fascinado desde que la vio por primera vez más de veinte años atrás pero ese sentimiento había ido acabando debido a la lejanía y falta de convivencia.