Miércoles 14 de agosto, 1991
Solo tenían una oportunidad para cometer el robo pues los miércoles Stephano se quedaba solo en la casa, sin ningún cómplice alrededor y con el dinero ahí. El martes anterior, Paolo decidió no separarse de Angella ni un segundo, temeroso de que el cómplice de Stephano cumpliera sus perversos deseos. Ambos permanecieron en casa, encerrados en su habitación pues el lunes cuando fue por ella, la madre de su novia no tuvo reparos en hacerle saber que era la última vez que recibiría a su hermana ya que su esposo estaba furioso, él la comprendía y tuvo un motivo más que se sumó a su apremiante necesidad de huir. Para su fortuna, ese martes por alguna razón el hombre no apareció.
El día por fin llegó, la mañana como siempre fue tranquila, su padrastro durmió hasta tarde y solo se levantó a comer algo. Luego volvió a encerrarse en la habitación que había tomado como despacho para sus negocios sucios, la misma donde Paolo sabía que guardaba el dinero. Flavio le había dicho que esperaran hasta la noche para el robo porque ese día le entregarían las identificaciones falsas para ellos. No le quedó de otra más que aguardar impaciente y esperando que sus planes resultaran. Lamentablemente su suerte cambió cuando al atardecer, Stephano recibió una llamada. Lo escuchó gritar e inmediatamente le dijo a Angella que no saliera de la habitación hasta que él volviera. Al bajar las escaleras a la primera planta, el hombre ya lo esperaba con el rostro desfigurado en ira y la respiración de un toro enardecido. Sin que pudiera hacer nada, se le fue encima y le propinó un puñetazo que lo hizo caer al suelo.
—Pensé que había sido claro contigo, imbécil ¡Te dije que no te metieras conmigo! ¿Creíste que ir a la policía te serviría de algo? —Paolo lo miró aterrorizado con los ojos muy abiertos al saberse descubierto —Te juro que de esta noche no pasas.
Paolo no supo en que momento terminó la pesadilla, tampoco si Stephano lo dejó de golpear por cansancio o porque en realidad su intención era alargar su agonía, pero lo agradeció pues le dio un respiro. Al menos, el hombre había tenido la decencia de bajarlo a rastras al sótano, así Angella no escuchó el sonido de los puños contra su rostro ni los puntapiés que le propinó en el cuerpo, tampoco los dolorosos quejidos que por más que intentó no pudo tragarse.
Sin darse cuenta, se sumió en un estado de inconsciencia luego de que la golpiza terminara. Despertó tendido en el mismo suelo, el dolor era intenso y por las pequeñas ventanas que daban directamente a la calle ya no se filtraba la luz del día. Sobresaltado, recordó lo planeado con Flavio y se puso de pie con un enorme esfuerzo, cada movimiento y respiro castigaba sus músculos y huesos, ocasionando que ahogados lamentos emergieran de su boca. Subió las escaleras y rogó que la puerta no estuviera cerrada. Stephano debía menospreciarlo mucho porque ni siquiera se molestó en encerrarlo pese a que su intención era no dejarlo escapar, así que él salió arrastrando sus pasos. Así llegó hasta la puerta que daba al patio trasero donde Flavio quedó en esperarlo.
—Flavio —llamó sintiendo que le costaba hasta respirar. Nadie respondió y él temió que su amigo se hubiera arrepentido.
Seguía aguardando a que apareciera cuando sintió un jalón en sus ropas que lo arrojó nuevamente dentro de la casa. Cayó al suelo al serle imposible mantener el equilibrio ante la fuerza externa y lo vio frente a él: los ojos de Stephano lo atravesaban con desprecio, como si no valiera ni el esfuerzo que se estaba tomando.
—¿A dónde crees que vas? Te dije que esta noche acabaría contigo y luego, venderé a tu hermana al mejor postor.
El hombre se le iba a ir encima nuevamente cuando una figura de pie en la puerta aún abierta apareció.
—¡Tú no harás nada, lunático! —le gritó apuntándole desde atrás con un revolver directo a la nuca.
Era Flavio. Paolo nunca imaginó que verlo le causaría tal alivio.
—Par de imbéciles ¿Qué creen que pueden hacer? —inquirió Stephano burlándose.
—Por el momento, llevarnos el dinero. Vamos Paolo ¿Puedes levantarte? —la voz de Flavio sonaba tan inhumana que Paolo apenas lo reconocía. Asintió y nuevamente hizo un esfuerzo tremendo para ponerse de pie.
Entonces los tres se dirigieron al despacho de Stephano, con Flavio llevando a este amenazado y tomado por detrás del cuello de la camisa. Paolo le enseñó a su amigo la caja fuerte en tanto este no dejaba de apuntar al hombre.
—¿Conoces la clave? —le cuestionó el adolescente armado. El otro negó con la cabeza —Si no quieres que te vuele la cabeza vas a abrir esa maldita caja inmediatamente —dijo entonces al hombre. Este solo se rio, crispando aún más los nervios de Paolo.
—Como quieran, pero recuerden: Nadie le roba a la Cosa Nostra sin pagar las consecuencias. Donde quiera que vayan, los vamos a encontrar —luego de su amenaza se dejó empujar hasta la caja fuerte y la abrió.
—¡Vamos Paolo, toma el dinero y solo el dinero! —la orden llegó a un ensordecido Paolo que lo único que lograba escuchar con nitidez era el palpitar de su propio y desbordado corazón. Tal vez si hubiera escuchado mejor la última parte, su suerte hubiera sido otra.
Hizo lo que Flavio le pedía, tomó absolutamente todo lo que se encontraba en esa caja y lo metió en una mochila que había preparado para eso. Apenas había terminado cuando Stephano se giró intempestivamente, tanto que Flavio no alcanzó a anticipar su movimiento y en un parpadeo se encontraba luchando con él por el arma. El revolver cayó al suelo lejos de ambos y el hombre le propinó un par de puñetazos en el costado. Paolo vio como se trenzaban en una lucha sin atinar a hacer algo hasta que vio como Stephano sometía a su amigo contra el suelo, sus gruesas manos se fueron al cuello de Flavio y comenzaron a apretar hasta dejarlo sin respiración.