Martes 5 de noviembre, 2013
Luca tomó el teléfono móvil de prepago que había comprado con la única intención de utilizarlo para comunicarse con Fontana; en su otra mano sostenía la nota del comisario. Sobre la pequeña mesa de su habitación de hotel, estaba el sobre que había guardado por más de veinte años con el temor oculto de que alguna vez su contenido pusiera en peligro su vida y la de los suyos. Al verlo sintió como si fuera la manifestación de una maldición que Stephano había hecho caer sobre él por haberlo robado y asesinado. El recuerdo de esa terrible noche de 1991 se le vino a la cabeza, haciéndolo sentir un escalofrío que le heló la sangre. Nadie en sus cinco sentidos quiere cegar una vida, aunque fuera la de alguien tan malvado y ruin como Stephano. Al final, ese hombre maldito le quitó todo, hasta la calma porque desde lo sucedido, él vivía sintiendo el peso de una gran deuda sobre sus hombros. También lo agobiaba la culpa por los problemas que le dejó a Flavio y por dejarlo solo sabiendo que él había sacrificado todo por ayudarlos. Pensarlo le provocaba una opresión en el pecho al recordar la imagen de Flavio, tendido en la cama de hospital con pocas esperanzas de volver en sí alguna vez. Lo peor era que aún si despertaba, estaba acabado y condenado a una vida criminal o a afrontar las consecuencias de haber vivido de ese modo por tanto tiempo.
Luca se llevó las manos a las sienes, sentía como si hubiera estado soñando por veinte años para luego despertar nuevamente en Palermo y sus horrores. La diferencia era que antes le fue más fácil afrontarlos pues no había vivido el sueño de Minerva al que egoístamente se negaba a renunciar del todo. Por un lado, quería ayudar a Flavio y devolverle el favor; pero al pensar en lo que dejó en México, deseaba tener la oportunidad de seguir viviendo para un día volver junto a su esposa y verla una vez más, aunque solo fuera para explicarle el motivo que lo obligó a alejarse de ella. Sacudió la cabeza ligeramente, era una ingenuidad pensar que tenía alguna posibilidad de volver a México. Además, Minerva no tenía por qué esperarlo, tal vez lo haría un tiempo, pero él ignoraba en que acabaría todo aquello y no deseaba que la mujer que tanto adoraba desperdiciara su vida pensando en él. Por otro lado, imaginaba que, si Fontana no lo enviaba a la tumba, lo haría a la cárcel a cumplir la condena por el asesinato de Stephano. Negó otra vez con la cabeza, Fontana lo quería muerto, no tenía la menor duda y él tendría que ser más listo de lo que fue antes para librarse de él. Ya no tenía la suerte de contar con Flavio y su audacia, o con Letizia y su devoción. Esta vez, estaba totalmente solo.
Se levantó de la silla de madera dónde había estado sentado y caminó por la minúscula habitación. Una brisa fresca entró por el balcón que daba a la calle, y su caricia alejó tantos fatídicos pensamientos y lo hizo armarse del coraje necesario para marcar el número de Fontana. Eran las ocho de la mañana y debía hablarle antes de que se le ocurriera hacerle daño a Flavio. La llamada entró y rápidamente recibió la respuesta. Apenas escuchar la voz del comisario, Luca revivió el infierno que lo hizo padecer aquella lejana y calurosa tarde de verano; y que lo dejó teniendo pesadillas por años enteros hasta que al fin encontró la calma en los brazos de Minerva. En un primer instante, el aire le faltó y un nudo en la garganta le impidió pronunciar palabra. Lo único en lo que podía pensar era en el sonido del mecanismo del arma de Fontana al ser disparada.
—Sé que eres tú, Lombardo. No me hagas esperar, ya sabes que no tengo paciencia —La voz de Fontana era aún más áspera de lo que recordaba.
Luca tragó saliva y se aclaró la garganta antes de responder.
—Sí, soy yo. Tengo lo que quiere, pero debe asegurarme que Flavio estará bien si se lo entrego.
—¿Y cómo esperas que haga eso? —Cuestionó mofándose —Escúchame bien, no tengo tiempo para perder contigo. O me das la maldita lista o voy ahora mismo y mato al drogadicto.
—Si lo mata jamás tendrá la lista y le juro que iré a cada estación de policía, con cada jefe en toda Italia hasta que alguno me escuche y venga por usted.
—¡Vaya! Veo que los años te han envalentonado, pero no se te olvide que yo te vi llorar como una niña así que no te hagas el héroe conmigo.
—Era imposible no hacerlo cuando tenía dieciséis años y el arma de un policía en mi cabeza.
—Sí y así como no dudé entonces en amenazarte con ella, no dudaré ahora en usarla para matarte si no haces lo que te digo. Te daré una dirección y si en una hora no estás ahí con la lista, ya sabes lo que pasara.
—Le daré la lista, pero no hoy; tendrá que esperar hasta mañana.
—¿Me tomas por un estúpido? No te daré tiempo para que trames algo o para que escapes nuevamente.
—No lo haré, volví por Flavio así que debe saber que no lo dejaré y no hay mucho que pueda hacer por evitar que usted me mate si esa es su intención.
—También agrega a tus pocas posibilidades lo de Stephano ¿O crees que no sé qué tú y tu amigo lo mataron para robarlo? Que imbécil fuiste, hace veinte años te di dos días luego de que intentaste denunciarlo para que huyeras con tu hermana y se te ocurrió robarlo, esa noche firmaste tu sentencia Lombardo —Luca contuvo el aliento, maldiciendo en silencio a Fontana —Te has quedado sin palabras ¿no? Matarte sería generoso en comparación con el infierno que te haré pasar si te arresto; sabes bien que la generosidad no es una de mis cualidades.