Miércoles 6 de noviembre, 2013
Luca aferraba el sobre que le había robado a Stephano en su mano derecha mientras su mirada iba de un lado a otro nerviosamente, mirando sin ver a través de la ventanilla a la calle y los transeúntes que por ella caminaban. El panorama que le ofrecía Palermo le resultó desolador pese a estar lleno de gente, como si estuviera en un mundo en el que nadie lo acompañaba, solo sombras y desamparo. Lo vivido en las últimas semanas lo había devuelto a un tiempo que dejó por muchos años en el olvido. Otra vez se sentía el mismo de antes, con todo a su alrededor fuera de control y totalmente imposibilitado para luchar contra la marea que lo arrastraba. En su mente seguía escuchando la amenaza de Fontana:
“Lo único que volverás a ver de ella será su cadáver”.
Cada una de esas palabras se le clavaron como puñaladas ardientes. Al regresar a Italia, pensó en los posibles desenlaces y en su común denominador: él no volvería a México. En todos ellos imaginó a Minerva viviendo sin él, pero jamás contempló la posibilidad de que él tuviera que sobrevivir sin ella; eso no estaba en sus planes y no lo aceptaría. La vida no podía ser tan injusta. A duras penas había logrado reponerse a la pérdida de sus padres y aún le dolía haber vivido lejos del cariño de su hermana, pero que algo malo le sucediera a Minerva le resultaba insoportable. La espantosa idea le rondó por la cabeza durante todo el viaje hasta que pidió al conductor detenerse; estaba cerca del lugar dónde Fontana lo esperaba y caminaría lo que restaba del trayecto. Lo último que quería era involucrar a alguien más así que le pagó al hombre y continúo cuando el taxi desapareció de su vista de regreso a la ciudad. Miró antes el reloj en su móvil y aprovechó para revisar si no tenía ninguna llamada pérdida. Respiró al ver que faltaban diez minutos para que se cumpliera el plazo de tiempo del comisario; además, no tenía ninguna llamada por lo que supuso que aún lo aguardaba según lo convenido. El solitario sendero lo llevó hasta un campo abierto. Lo primero que vio al llegar fue a Fontana, de pie a un lado de su vehículo. Luca se quedó quieto observándolo y no pudo evitar que sus ojos se posaran en el maletero del auto del comisario; este sonrío con una mueca cruel al notar su angustia.
—Han pasado muchos años, Lombardo. Reconozco que el drogadicto y tú fueron listos, tardé demasiado en encontrarlos. Pero el idiota de tu amigo volvió a Palermo hace unos meses y en medio de sus delirios dijo quién era; y tú que has vuelto por esa basura, me facilitaste el trabajo de tener que encontrarte.
—Quiero verla —Exigió él, ignorando las palabras de Fontana y tratando de aparentar una calma que lejos estaba de sentir; por impulso, avanzó hacia el vehículo.
Fontana sacó su arma al verlo aproximarse y le apuntó con ella con una frialdad inhumana; Luca levantó las manos ante la amenaza, lo que menos quería era darle una excusa para matarlo, aunque sabía bien que esa era la intención del comisario.
—No te acerques más y antes de cualquier cosa, muéstrame lo que te pedí.
Luca no llevaba la lista con él, la había dejado escondida unos metros antes de llegar ahí.
—Si lo hago, nos matara.
—Y si no lo haces será lo mismo, pero al menos la verás una última vez. Sabes bien que siempre hubo un solo fin para todo esto.
Luca bajó la mirada, la brutal honestidad de Fontana no era algo que agradeciera. El corazón comenzó a latirle rápido, en ese punto no sabía que más podía hacer para salvaguardar a Minerva.
—¿Por qué lo hace? Nunca le hablé a nadie de esa lista y jamás lo haré si nos deja ir —Reflexionó lo que pedía sabiendo que el comisario jamás accedería a liberarlos a los dos —O déjela ir a ella. Ni siquiera es italiana, volverá a su país y no será una amenaza para usted.
—No seas ingenuo, Lombardo. Esto no es personal y tú no me hiciste ningún favor al desaparecer la primera vez; esa lista vale mucho. No importa los veinte años que han pasado, hay tantos que todavía pagarían lo que fuera por no figurar en ella; sobre todo ahora que el país quiere limpiar su nombre llevando a cada involucrado ante la justicia. Stephano lo sabía bien cuando la hizo, creyó que podía burlarse de todos y al final su atrevimiento le costó la vida.
Luca meditó las palabras del comisario: ¿Cómo no lo pensó antes? Fontana no había hecho lo que hizo por temor a que esa lista lo llevara a prisión sino por pura y burda ambición. Una vez más maldijo la imprudencia juvenil que lo llevó a tomar el sobre en vez de dejarlo en la caja fuerte de Stephano donde no le habría ocasionado ningún problema, lamentablemente ya era tarde para arrepentimientos. Por otro lado, algo de lo que dijo Fontana captó especialmente su interés; todos esos años había creído que Stephano había muerto a causa del golpe que él le dio, pero lo que acababa de escuchar contradecía esa idea.
—¿De qué habla? La lista no fue lo que mató a Stephano.
Fontana lo fulminó con la mirada; en su negocio las palabras sobraban y él prefería no malgastar su saliva para explicar actos que no tenían justificación. Sin embargo, su historia con Paolo Lombardo era larga así que pensó que hablar un poco no cambiaría el hecho de que ese día él obtendría la lista de Stephano, y que Paolo y la mexicana que lo acompañaba dejarían de ser un cabo suelto, lo mismo que el drogadicto al cual pensaba liquidar sin perder más tiempo. Sin dejar de amenazarlo con el arma se acercó hasta él y con la violencia que lo caracterizaba lo obligó a dar media vuelta para esposarle las manos por detrás de la espalda; no quería darle oportunidad de hacer alguna tontería. Luego lo hizo girar de nuevo para encararlo.