Cuando te fuiste

Epílogo

Jueves 5 de diciembre, 2013

 

—Hola mamá ¿Cómo estás? —Saludó cariñosamente cuando la voz de su madre respondió el teléfono.

Minerva había postergado esa llamada, no porque no quisiera hacerla sino más bien por la vergüenza que le provocaba el haber sido tan desconsiderada con sus padres por tanto tiempo. Sin embargo, era tiempo de reconciliarse con sus propios fantasmas. Era algo necesario, la experiencia en Palermo había conseguido hacerla entender lo privilegiada que fue al nacer y crecer en un hogar con una madre amorosa y un padre cuya mayor preocupación fue siempre darle lo mejor a sus hijos; especialmente a ella a la que había consentido en casi todo, excepto quizá en aceptar inmediatamente su matrimonio con alguien que apenas conocía. Ciertamente tanto sus padres como ella habían dicho palabras hirientes en medio de discusiones en las que ninguna de las dos partes quería ceder, pero en realidad nunca le faltó nada a su lado y le dieron la seguridad que necesitaba para emprender su propio vuelo lejos del hogar; eso valía demasiado.

—Mi amor —exclamó efusivamente la mujer al otro lado de la línea —Estaba preocupada por ti, no me has llamado en semanas y en tu casa nadie respondía. Eugenia me dijo que estabas de vacaciones y que no me preocupara, pero aun así tu padre está que no lo calienta ni el sol.

El tono de su madre conmovió a Minerva, sabía que era sincera; jamás volvería a dudar de su cariño ni del de su padre.

—Deja de preocuparte mamá, tuve que irme unos días, pero estoy de vuelta —cada palabra pronunciada era con la mayor empatía y sin la intolerancia con la que por mucho tiempo trató a sus progenitores; su madre notó enseguida el cambio en su actitud.

—Pero ¿A dónde fuiste? Me quedé tan preocupada al dejarte, hubiera querido quedarme más contigo, sé que lo de Luca no fue fácil para ti.

—Ya está todo bien mamá, más que bien, tanto que iré a pasar navidad con ustedes. Dile a papá que puede apartarme mi lugar a su lado en la mesa, esta vez no lo dejaré plantado.

Su madre saltó de alegría y Minerva rio con sus expresiones de entusiasmo. Luego hubo un silencio.

—¿Vendrás sola? —inquirió su madre, dubitativa al no querer herir los sentimientos de su hija.  

—No, iré acompañada y tengo una noticia que darte, aunque si no te molesta, esperaré hasta estar allá.

—Me dejarás con la duda tanto tiempo, no seas así Minerva, dime quién vendrá contigo ¿Un hombre?

—Sí.

—Pero hija, no crees que es demasiado pronto.

A Minerva la divertía lo lejos que debían estar las suposiciones de su madre de lo que realmente había ocurrido; no obstante, no pensaba revelar más detalles pues ella misma seguía procesando todo lo vivido.

—No mamá, no lo es.

Su madre esperaba un reclamo por la intromisión en sus asuntos así que le agradó que Minerva recibiera con calma su comentario.

—¿Al menos es mejor que Luca?

Minerva sonrió pensando en Paolo.

—Luca siempre será el mejor.

—Pero hija, te abandonó y por como hablas, puedo ver que sigues amándolo.

—Mamá, las apariencias engañan ¿No fuiste tú quién me enseñó eso? Te prometo que al llegar allá les explicaré todo; no volveré a decepcionarlos.

—Nunca lo has hecho, mi vida.

Minerva sabía que sí, quizás sus padres hubieran perdonado su arrogancia juvenil y su consecuente abandono, algo más que tenía que agradecerles; sin embargo, ella necesitaba estrechar esos vínculos rotos por la incapacidad de entenderse y le alegraba tener tiempo para hacerlo.




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