Cuando yo te amé

1.2

Iris sigue gritando y agitando los brazos para que su nuera la escuche, pero no hay caso. Micaela ha cruzado la calle y se ha perdido en aquel callejón que separa las dos casas a la vista. Consternada, gira sobre sus talones y se adentra en la casa sin apenas pensar en las compras que ha dejado en el auto. Muy preocupada, teme que algo le haya sucedido a su hijo; sin embargo, la casa está en silencio y no parece haber nada fuera de lugar.

Abre la boca para gritar, pero se detiene y niega con la cabeza. La idea que le ronda la mente en los últimos días la hace quedarse callada y subir cuidadosamente las escaleras. Al llegar al último escalón, se tapa la boca. Su hijo, ese que siempre juró amar a Micaela, está besándose apasionadamente con una rubia, a quien reconoce cuando ambos advierten su llegada y se separan.

—¡¿Qué significa esto?! —les grita furibunda, saliendo de su impresión y dándose cuenta de que la rubia está desnuda bajo la sábana que la envuelve y que él no lleva camisa.

—Nada que te incumba —responde su hijo con ojos apagados.

La belleza del rostro de Caelum, que heredó de su padre, siempre ha sido tormentosa para Iris; pero en ese momento siente que se le desgarra el pecho al verlo convertido en lo que fue su padre. Recuerdos de una vida anterior comienzan a incrustarse en su cerebro como dolorosas agujas, demasiado profundamente enterradas para poder sacarlas. No lo logró; su hijo es igual a su padre. Solo hizo falta una visita de él para derrumbar todo lo que en años trató de desaparecer. Ese hombre es una maldición en su vida que nunca se irá, al menos no mientras intente darse una oportunidad para conocer de nuevo el amor. Ese ha sido su error: intentar rehacer su vida ahora que su hijo es un adulto, con una vida estable y una pareja a la que adora.

Ahora nada de eso queda. En la mirada de Caelum hay la más absoluta frialdad.

—Claro que me incumbe. Acabo de ver a mi nuera salir desesperada de la casa —vocifera Iris—. ¿Cómo te atreviste?

Caelum le da la espalda, protegiendo a la rubia, que no parece tener vergüenza alguna de lo que hace.

—No la quiero, ya no —responde su hijo—. Ella jamás me dejaría lograr mis objetivos; solo quiere quedarse aquí y tener una familia. No quiero eso.

—¡Largo de aquí! —exige Iris a la rubia—. Vete, maldita zorra. Tú sabías bien que él estaba con Micaela.

—A mí no me va a correr; esta casa es de mi padre —se ríe Daniela—. Y a mí no me importa lo que usted piense. Amo a Caelum.

—Padrastro —le recuerda Iris, más furiosa, con deseos de lanzar a la chica por las escaleras—. Bristol es tu padrastro.

—Como sea —Daniela pone los ojos en blanco mientras se aleja de Caelum—. Yo lo considero mi padre porque se hizo cargo de mí. Mi madre sí supo…

Iris suelta un grito furioso y camina hacia ella para darle una bofetada; pero entonces Caelum se interpone.

—¡NO TE ATREVAS A TOCARLA! —brama con tanta furia que Iris se queda estática, comenzando a asimilar una realidad que sabe que va a destruir a su niña, la única chica que quiere para ser madre de sus nietos.

En ese momento, sabe que los sentimientos de Caelum realmente han cambiado.




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