Cuando yo te amé

2.2

Micaela

Todo es demasiado confuso como para asimilarlo, pero no es lo que esperaba encontrar al abrir los ojos. No hay olvido, el dolor persiste en el pecho y no dejo de pensar una y otra vez en Caelum y la noticia de su boda con quien ahora sé que es su hermanastra, una que ni siquiera me presentó.

No entiendo qué hice mal con Caelum, a quien conocí cuando mis padres y yo llegamos al vecindario y un apuesto niño se acercó a ayudarnos con las cajas que yo inútilmente trataba de cargar. Parecía muy mayor para mí entonces y yo no era una niña enamoradiza, pero simplemente supe en ese instante que él era el chico con el que quería estar para siempre.

¿Por qué dejó de amarme? ¿No le bastaban todas las veces por semana que estábamos juntos? ¿No le gustaba ya? ¿Tal vez porque yo no era rubia?

—Mi niña, mi niña hermosa —susurra alguien. Creo que es mamá—. ¿Estás despierta?

En ese momento me queda claro que mi madre volvió pronto de las compras y me trajo al hospital.

—Mamá —balbuceo, tratando de abrir los ojos.

—Hola, mi vida —saluda contenta.

Su rostro, siempre joven, ahora luce cansado. Me ha estado cuidando toda la noche, seguramente.

—Perdóname —le pido con voz quebrada—. Lamento haberte asustado así, pero es que ya nada tiene sentido.

Sus ojos color hazel, como los míos, se llenan de alarma.

—No vuelvas a decir eso, Micaela Finnley —me reprende—. Si vuelves a decirlo te las verás conmigo.

—Mamá…

—Sentí que me iba contigo —solloza—. Sé que la noticia fue impactante, pero mi amor, tú vales mucho más que él. Recuerdo que pasé horas dándote a luz, esperando a mi niña perfecta. ¿Cómo crees que me siento al verte sufrir por alguien que no te merece?

—Caelum lo es todo para mí. Sin él no puedo seguir —murmuro, desviando la mirada—. No sé para que existir, no quiero nada, no valgo nada.

Mamá se queda callada y se aleja, dándome la espalda. Mientras espero su respuesta, me fijo en los carteles de la habitación del hospital. Por eso me sorprende cuando grita como nunca y comienza a patear el sofá junto a la ventana.

—Lo odio, lo odio, lo odio —solloza, sentándose bruscamente en el sofá y dándome la espalda otra vez.

Intento levantarme, pero me duele todo y llega un doctor a ver qué está pasando. Al ver a mi madre así, se le acerca. Es un hombre atractivo, que no creo que tenga muchos más años que mi madre, que solo tiene treinta y seis.

—Mamá, perdóname por decir eso —le pido llorando.

Los dos voltean a verme y se acercan preocupados.

—Perdóname, mi cielo —me suplica, besando la mano que no está conectada a la vía—. Es solo que no tolero que digas esas cosas. Tienes muchos motivos para vivir.

—Tu madre tiene razón —me dice el doctor, mirándome con compasión—. Tienes muchos motivos para seguir viviendo.

—¿Cuáles? —inquiero con escepticismo.

Mi mente me susurra que mi madre me necesita, pero aparto el pensamiento. Ella es joven, todavía puede rehacer su vida e incluso formar otra familia. El bebé que perdió a causa de la impresión de la muerte de mi padre no la dejó estéril, por tanto, puede volver a tener otro y recordarme por lo mucho que la quise.

—Hija, no solo tienes que vivir por ti o por mí, sino también por las muchas personas que te queremos. Dentro de ti tienes lo más importante que puede sucederle a una persona.

—¿Qué cosa? —Mi voz cada vez es más baja.

—Señorita, usted está embarazada —me anuncia el doctor—. Tiene que luchar para salvar la vida de su bebé. Corre riesgo de perderlo si sigue…

—¿Estoy embarazada? —grito—. No, no puede ser… ¿Es en serio?

—Sí, mi vida —asiente mamá, sonriendo—. Y te juro que no voy a regañarte por eso, que te apoyo en todo y que desde ya amo a mi pequeño nieto. Lo amo, ¿entiendes? Lo amo como te amo a ti, mi niña.

—Voy a tener un bebé.

Me llevo las manos al vientre, ignorando la punzada en la mano derecha. Me echo a reír mientras las lágrimas de felicidad se deslizan por mis mejillas. Tendré un bebé de Caelum, un hermoso bebé, producto de nuestro amor.

—Mamá, tengo que llamarlo —le digo con urgencia—. Por favor, por favor.

—Hija…

—Por favor —le ruego desesperada—. Tenemos que decirle. Eso lo hará volver.

—Hija, no, eso no…

—Tiene que saberlo; es el padre —respondo, enojada—. Caelum tiene que saberlo.

—De acuerdo, pero promete que te vas a calmar. Voy a intentar contactarlo. No será fácil, ¿sabes? Está en Europa.

—Por favor, mami —ruego una vez más—. Necesito decírselo.

El doctor asiente cuando mi madre lo mira.

—Está bien, mi niña, lo buscaré y te prometo que te lo pasaré al teléfono. Solo tienes que jurar que comerás, que vas a cuidarte.

—Lo juro —respondo de inmediato—. Necesito estar sana y vivir por mi bebé.




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