Con satisfacción, Bristol escucha tras la puerta lo que su hijo le ha dicho a la chica que fue su novia. Al principio, dudaba que Caelum realmente estuviera atrapado por Daniela, su hábil hijastra, y a la que él también tiene el lujo de disfrutar a su antojo. Pero ahora le queda claro que sí. Será un heredero ejemplar con el pasar del tiempo.
Tiene la tentación de tocar a la puerta y felicitarlo, pero se contiene. Su hijo es igual que él; no le gusta ser importunado. Sigue caminando por el pasillo hasta detenerse frente a la entrada de su habitación. Allí se abre más el albornoz y finalmente entra. Daniela y su mujer lo esperan listas y complacientes para él, aunque no puede evitar imaginar otro rostro: el de Iris. Esa maldita mujer que nunca ha dejado de obsesionarlo desde que la vio por primera vez y a la que no tiene intenciones de dejar libre nunca. Siempre se preguntará por qué nunca pudo comprenderlo y aceptarlo, por qué no fueron suficientes los lujos, detalles y atenciones que tuvo con ella.
Se entrega en cuerpo a las dos mujeres que tiene con él, pero en su mente solo está ella, la única que quiere tener y a la que ya no le es posible acercarse desde el divorcio. Todo sale casi conforme a lo que le gusta, y las dos se retiran. Si se sienten culpables o no, no le interesa. Él ya ha terminado con lo que tenía que hacer.
Una vez que se ducha, baja a su despacho y solicita al mayordomo la presencia de su hijo. Este no tarda en llegar y, con satisfacción, Bristol comprueba que Caelum no parece abatido en absoluto.
—Escuché lo que le has dicho a tu exnovia. Te felicito —le dice—. Me queda claro que has entrado en razón.
—Así que escuchas conversaciones ajenas —responde Caelum con una leve sonrisa—. No te creía capaz.
—Tengo ojos y oídos por todos lados —replica Bristol, encendiendo un cigarrillo, de esos que fuma solo cuando el recuerdo de Iris no lo deja disfrutar del todo del sexo—. Pero creo que eso ya deberías saberlo.
—Lo comprendo bien, pero no me importa. —Su hijo se encoge de hombros—. Lo único que me interesa es ir a conocer el estadio, el equipo y…
—Todavía no es tiempo —sentencia Bristol—. A su debido momento te harás cargo de la presidencia, pero yo aún soy capaz de hacerlo y me quedan muchos años por delante.
—De todos modos, me gustaría familiarizarme con él; no solo estudiar…
—¿Acaso te atreverías a operar a alguien solo con tus estudios de pregrado en medicina? No. Primero debes concluir tus estudios de administración y, cuando yo lo considere prudente, conocerás al equipo y todo lo que tendrás a tu cargo.
—Eso es totalmente injusto —farfulla Caelum, cuyos ojos por fin muestran una emoción después de semanas: rabia—. De acuerdo, confiaré en tu decisión. No me queda otro remedio.
—Tal vez, si demuestras ser un excelente estudiante, pueda acortar el tiempo. Todo dependerá de tu comportamiento. Por cierto, no quiero que vuelvas a contestar o contactar a tu madre.
—¿Por qué?
—Porque no. Ninguno de los dos volverá a verse.
Caelum se queda en silencio, meditando sus palabras. No le habría gustado llegar a esos extremos, pero no le queda más remedio. Iris merece ser castigada con severidad por ese intento de cita que tuvo con ese ingeniero, quien pronto debería desaparecer de la faz de la tierra. Tal vez esta fuera su oportunidad para negociar una reconciliación.
—Bien.
—Tampoco volverás a buscar a esa muchacha. Sabes lo que podría pasarle.
—Eso destruiría a mi madre, así que no, no lo haré. No vas a asesinar a Micaela —contesta Caelum con una leve inflexión en la voz, la cual no le parece sospechosa, dado que compartió muchos años con ella—. ¿Algo más que quieras añadir, o puedo irme a descansar?
—Sí, algo más —dice Bristol, embargado por la emoción—. Considero que no es necesario que te cases con Daniela todavía. Tus obligaciones para con ella te desviarán de tus estudios.
—Bien —responde Caelum sin rechistar—. Pero en cuanto los termine, nos…
—Sí, por supuesto que sí.
—Entonces me voy. —Caelum se levanta de su silla con la misma elegancia que caracteriza a su madre, a pesar de que ella nunca fue de clase alta. —Iré con Daniela.
—Oh, pero ella está indispuesta, hijo —sonríe con cinismo—. Será mejor que no la molestes.