Cuando yo te amé

3.2

Micaela

La noticia de mi embarazo sigue siendo algo que me motiva a sobrevivir, pero cada día que pasa es más difícil que el anterior, sabiendo que Caelum no lo quiso saber, que no hay manera de contactarlo para que lo sepa. Intento que la depresión no me vuelva a atacar como ese día, y ya no he vuelto a intentar quitarme la vida, aunque en ocasiones lo pienso y fantaseo con ello.

La vida sin Caelum es gris, sin sentido, sin alegría alguna. Por más que los demás intenten meterme en la cabeza lo fuerte que soy, que mi bebé sacará lo mejor de mí, simplemente mi corazón y mi cerebro no pueden procesar la información como alguien valiente lo haría.

Sin él, yo no soy nadie, no soy nada, y estoy casi segura de que lo seguiré pensando hasta el día en que muera. Solo espero poder soportar todo este dolor hasta dar a luz y volver a contemplar la posibilidad. No creo poder ser una buena madre, ni brindarle toda la atención que él o ella necesita. Por más amor que albergue en mi pecho, también estoy hundida, sin poder ver la luz al final del túnel.

—Hija, ¿te sientes mal? —me pregunta mamá cuando entra a la cocina y me ve la cara—. Si los olores te causan asco…

—No, estoy bien —le miento—. ¿Ya abriste?

—Sí, pero no creo que lleguen clientes pronto —responde—. Todavía son pocos, pero verás que con el tiempo nos irá mucho mejor. Vamos a salir adelante.

—Sí, mamá, claro que sí. —Le dedico mi mejor sonrisa antes de seguir con el guiso que estoy preparando.

A pesar de mi depresión, cocino bien. Tan solo me basta con imaginar que estoy preparando algo para él, como muchas veces lo hice, y todo queda delicioso.

Con nuestros ahorros —un dinero que mamá estuvo ahorrando durante meses y otro que yo tenía en la cuenta que Caelum abrió para mí para cuando nos casáramos— logramos abrir un restaurante. Desde que murió papá, mi madre se ha dedicado a vender postres y a trabajar a medio tiempo en una oficina contable, a la cual ya ha renunciado para centrarse de lleno en mi cuidado y en echar a andar nuestro negocio. Todavía no nos podemos considerar grandes empresarias, pero presiento que esto va a despegar en cualquier momento, sobre todo porque tenemos todo en perfecta regla gracias a mi primo, que está comprometido con la bella rubia que tengo al lado.

—¿De veras estás bien, hermosa? —me pregunta Pauline cuando mamá sale de la cocina—. Si quieres, yo puedo terminar de cocinar para que descanses.

—No, no, estoy bien.

—Por la tarde tienes la ecografía, cariño. Creo que lo más prudente sería…

—No. Prefiero mantenerme ocupada, sinceramente —contesto.

—¡Ya llegó la alegría del lugar! —exclama Austin, abriendo las puertas de la cocina de manera abrupta. Estas rebotan y regresan, empujándolo fuera.

—Dios mío, ¿será que sí me caso? —pregunta Pauline entre risas—. Es tan tonto.

—Pero te ama —murmuro con una leve sonrisa que, casi al instante, se borra al recordar que yo ya no soy amada—. No hay nada mejor que saber que…

—Nena, nena, no pienses en eso —me pide, abrazándome por los hombros—. Lo siento, no debí decir esas cosas.

—No, no debes —dice Austin, entrando con la mano en la nariz, que es donde le ha pegado la puerta—. Tienes prohibido romper el compromiso.

—Nunca lo rompería, pajarito —contesta ella, lanzándole un beso.

—Creo que tienes razón. Será mejor que descanse —susurro, apagando la estufa.

Adoro a estos chicos, pero sinceramente no puedo tolerar ver a parejas enamoradas.

Mamá no pone pegas a que salga a caminar un poco por el bonito jardín que tenemos en la entrada, donde hemos colocado mesas para las personas que prefieren degustar sus alimentos viendo el lindo parque que tenemos enfrente. La zona es muy buena, a decir verdad. Hemos apostado todo al desarrollo de este negocio, que ha comenzado con una buena cantidad gracias a mis ahorros. Parte de mi orgullo no quería tocarlos, pero terminé aceptándolo porque, después de todo, es una compensación para mi madre por todo lo que ha hecho por mí, y tampoco puedo dejar a mi bebé sin futuro.

Me llevo las manos al vientre, suspirando con tristeza. ¿Qué habría hecho Caelum si se hubiera enterado?

Saco mi celular y, llevada por la curiosidad, indago en sus redes sociales. No hay nada. Donde sí hay es en las noticias, y todo sigue igual. Él está feliz con quien sigue siendo su hermanastra.

—Hija, deberías dejar de ver eso —me dice mamá, viniendo donde estoy—. No te hace bien. Mucho menos le hace bien a mi nieto.

—No lo puedo evitar, mamá —digo con voz temblorosa—. Él me amaba mucho, ¿cómo dejó de hacerlo?

Un mareo me hace sentar. Mamá, preocupada, me da un vaso de limonada recién preparada. Está deliciosa, pero después de que él se fue, ya no puedo disfrutar nada.

Mi madre se parte en dos por estar pendiente de mí durante las horas que esperamos para ir al hospital, el cual queda cerca de aquí. Durante el camino, no hablo, lo cual ella respeta. Solo se limita a darme la mano y sonreírme.

Por eso y más la amo. Ella me ha perdonado por completo la tontería que iba a hacer y no lo ha vuelto a mencionar.




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