Cuando yo te amé

4.2

Micaela

—Aquí tiene —le digo al abogado, poniéndole una taza de café en la mesa donde lo he sentado.

Por suerte, no había muchos clientes cuando llegó, así que pude cerrar en cuanto se fueron los últimos.

—Gracias, señorita Finnley —me responde con una leve sonrisa.

A pesar de que tengo miedo, el rostro de ese hombre me parece amistoso y sé que tocará el asunto con tacto.

—¿No puede decirme algo antes de que mi madre llegue? —le pregunto, sentándome frente a él.

—Me temo que no, señorita —niega con la cabeza—. No se trata de nada malo; eso es lo que puedo adelantarle. Por el contrario, creo que podría venirle muy bien para su futuro y el de este negocio.

Me siento desconcertada. Sospecho que se trata de una situación bastante surrealista, como si me hubieran dejado una herencia o alguien hubiera abierto un fideicomiso para mí.

—Supongo que mi padre dejó algo para nosotras —respondo—. En ese caso, ¿por qué hasta ahora? Y, que yo sepa, él apenas estaba planteándose hacer un testamento. Él ni siquiera cumplía los treinta años cuando murió.

—Tenga paciencia, señorita. —El abogado baja la taza y me sonríe de forma condescendiente.

Estas cosas me irritan. Odio que todo el mundo me trate como si fuera algo delicado que va a explotar en cualquier momento. Y lo soy. A cada minuto del día sé que corro el riesgo de desbordarme emocionalmente, pero de todos modos lo detesto. Solo mi madre e Iris han entendido que necesito mi espacio, que necesito hacer algo más que quedarme en cama.

El sonido de la campanilla de la puerta me hace voltear. Es mi madre, que llega apresurada.

—Lo siento, estaba visitando a mi tío —le dice al abogado, extendiéndole la mano.

El tipo carraspea y se sonroja un poco. Lo comprendo. Mi madre es absolutamente hermosa y suele impactar a algunos hombres cuando la miran. Aquello siempre ponía muy celoso y de mal humor a papá, aunque no quisiera admitirlo.

—Le puedo ofrecer algo de comer, si gusta —añade ella.

—No, no, señora Finnley, así estoy bien —le responde—. Ahora que ambas están aquí, puedo proceder con mi cometido, que es informarles sobre la última voluntad del señor Erick Finnley.

—¿Mi suegro? ¿Murió? —pregunta mamá.

No conozco a ese hombre, solo sé que es mi abuelo. Papá jamás me habló de él, ni bien ni mal, pero mamá me confesó, cuando tenía quince años, que él renunció a su familia porque a ella no la aceptaban.

—Sí, ha fallecido hace unos cuantos días. Al no tener más familiares, ha decidido dejar su fortuna en manos de…

—Espere, Theon tenía una hermana —interviene mamá—. Ella es…

—Tanto ella como su madre murieron en un accidente automovilístico hace tres años —dice el abogado, dejándome helada—. Al no tener más herederos, puesto que su hijo murió, decidió dejar su fortuna a su nieta y a usted una cantidad bastante generosa por toda su…

—No, no quiero nada —espeta mamá—. No puedo aceptar, y no porque le tenga rencor, ya que a mí no me hizo nada, sino porque yo no tengo cabida en…

—Tómelo como compensación por los años que estuvo casada con…

—Yo no me casé con Theon para recibir ninguna herencia. Yo lo amaba —insiste mi madre, al borde del llanto.

Aunque me siento aún más hundida que antes, coloco una mano sobre la de mamá para calmarla.

—Mamá, por favor —le pido—. No te alteres.

—Hija, tú tienes derecho a ese dinero, y respetaré que quieras tomarlo, pero…

De pronto se queda callada, frunciendo el ceño. El abogado y yo esperamos con paciencia a que vuelva a hablar.

—En caso de que yo no quiera el dinero, ¿podría hacerse un fideicomiso para mis nietos? Yo de verdad no necesito…

—Puede hacer lo que quiera con el dinero — asiente él —. Aunque podría invertirlo y generar más ganancias.

—Lo vamos a pensar —intervengo—. Yo tampoco quiero nada que tenga que ver con esa familia. Mi abuelo nunca me buscó.

—Tienen que acudir a la lectura oficial del testamento. Al menos hagan eso —nos pide el abogado—. La última voluntad del señor Finnley era decírselo ahora, para que tengan tiempo de pensarlo. Lo haremos oficial cuando se decidan.

—¿Y no hay nadie más que pueda reclamar la herencia? —inquiere mamá—. Lo que menos deseamos…

—No, señora Finnley, no hay nadie más. El hombre no tenía hermanos ni otros familiares.

Un rato después de que él se va, las dos nos quedamos sentadas, mirando al vacío. Por mi cabeza transitan muchos pensamientos que no puedo ordenar, pero entre ellos está Caelum.

¿Y si acepto ese dinero y puedo ser digna de él? Tal vez, al ver que puedo progresar, él se dé cuenta de que no necesita a su padre y regrese a mi lado. En el fondo, sé que es horrible esa idea, pero lo necesito tanto que estoy dispuesta a perdonárselo todo. Mis hijos merecen una familia completa.

—Quiero aceptar el dinero —murmuro—. Eso puede ayudarnos a salir adelante, a promocionar más el negocio.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.