Cuando yo te amé

5.1

Micaela

Aquellos segundos infernales de rechazo se convirtieron en minutos, luego en horas de una conciencia nublada, para luego ser días y semanas de lenta agonía. Ahora, que han pasado meses, llego a la conclusión de que el dolor es una constante. Por más que encuentro felicidad momentánea en los logros que consigo con mamá, en cada ecografía y en las patadas de mis bebés, la sombra del desamor y el dolor siempre está en mí, arruinando casi de inmediato esos momentos.

Todos esos instantes quisiera vivirlos con él.

Sigo respirando agitada en medio de la oscuridad, recuperándome de lo que me causó ese acalorado recuerdo de la última vez que Caelum y yo estuvimos juntos. No sé cómo pudo pasar de ser tan apasionado y posesivo a mirarme con indiferencia y desagrado en tan poco tiempo. Todavía me resulta imposible concebir cómo tantos años de amor incondicional se fueron a la basura.

Mis bebés comienzan a moverse, luego de que mi abultado vientre deje de estar tan endurecido. Sonriendo un poco, me paso las manos por este, disfrutando de los bultos que ellos hacen en mi barriga. Me gusta mucho jugar e interactuar con ellos. Son unos bebés muy activos, sobre todo por las noches, en las que ya he aprendido a ignorarlos cuando quiero descansar. Al principio, me costaba trabajo dormir cuando hacían sus fiestas, pero ahora necesito sentirlos para conciliar el sueño.

Los tres nos hemos acoplado bien.

—Mis amores, ¿será que hoy pueden decirnos lo que son ambos? —murmuro.

Solo sé el sexo de uno de ellos, el que está más cerca de la «salida», como diría mi doctora. Él es mi niño, al que nombraré Cassiel, el nombre de mi abuelo materno. Caelum y yo acordamos nombrarlo así en caso de tener un hijo varón. Siendo honesta, nunca nos planteamos tener una niña; él solía decir que tendríamos nuestro equipo de fútbol y que entre todos me cuidarían para siempre.

Me limpio el rostro para secarme las lágrimas, pero es inútil. En estos meses, el restaurante ha ganado mucha popularidad gracias al dinero invertido en publicidad. Incluso mamá y yo nos planteamos abrir otra sucursal que dirijan Austin y Pauline, quienes sé que tienen planes de casarse, aunque no lo digan para no lastimarme. Todo esto que mamá soñaba se está cumpliendo, pero yo sigo sin poder superar lo que pasó y mi corazón se rompe cada día más porque no sé de Caelum y porque no regresa.

«¿Por qué no te das cuenta de que ahora sí soy digna de ti?», pienso mientras sollozo con el rostro entre las manos. Mis hijos se quedan quietos, como si entendieran que ahora mismo no puedo concentrarme en ellos.

—Caelum —susurro—. ¿Por qué no me amas más? ¿Qué tengo que hacer para que vuelvas?

Desesperada por mis sentimientos, me levanto de la cama y voy a sentarme en el alféizar de la ventana. Ya no puedo acurrucarme debido al tamaño de mi vientre, pero el lugar me sigue causando cierto consuelo.

—¿Cuándo volverás, mi amor? Sigo esperándote; nuestros bebés te necesitan mucho, yo también.

Las lágrimas salen sin cesar durante un buen rato. Por más que voy a terapia, no puedo abandonar ese sentimiento de melancolía que me invade constantemente.

—Vuelve, vuelve —musito una y otra vez hasta que el cielo se aclara—. Te amo, y sé que puedes volver a amarme.

—Hija, buenos días —me dice mamá, asomando la cabeza por la puerta. Al ver el estado en que me encuentro, entra y camina hacia mí—. Mi pequeña, ¿de nuevo pesadillas?

—No, fue un sueño lindo, de cuando él me amaba —le confieso y ella se sienta junto a mí—. ¿Qué hay de malo conmigo? ¿Me volví una chica fea?

—Es absurdo que te conteste eso cuando sabes la respuesta —me responde, tomándome de las manos—. Sabes bien que eres una mujer hermosa, que vales demasiado como para derramar lágrimas por él. Incluso Iris, que es su madre, dice lo mismo.

—Pero entonces…

—A veces no hay respuestas a nuestras preguntas, mi amor. Sin embargo, él te dio una y has de salir adelante.

—No me resigno —susurro.

—Lo harás, dale tiempo al tiempo, mi cielo. —Alza las manos y me limpia las lágrimas—. Hoy tenemos que irnos temprano, ¿sí? Llegará la mercancía.

—Sí, mamá, en unos minutos estoy.

—Mis niños hermosos —saluda, tocándome el vientre e inclinándose para besarlo—. Muero de ganas de conocerlos; solo debemos esperar un poco más.

—Puede que uno sea una niña.

—Sí, es lo más probable porque no se deja ver. Eso me ocurría contigo —admite riéndose—. Te amo, pequeña, alístate pronto para desayunar.

Una vez que me deja sola, me arreglo de inmediato. Me encanta que mamá me distraiga, que ya no se muestre angustiada y que comprenda mi dolor. Ella siempre me ha sostenido en todo momento, siendo lo que necesito.

Luego del desayuno, las dos nos marchamos al restaurante. Allí encontramos a Austin y a Pauline, que nos reciben riéndose y con trajes pequeños de fútbol. La ternura que siento es tanta que prácticamente corro hacia ellos y se los arrebato.

—¡Por Dios, son hermosos! —exclamo fascinada—. ¿Dónde…?

—Y viene con falda por si uno de ellos es niña —dice Pauline, sacando una pequeña falda que me hace reír.




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