Cuando yo te amé

5.2

Clio

Estoy segura de que, cuando me enderece y me levante de la silla en la que estoy sentada desde hace horas, me va a doler todo el cuerpo. Sin embargo, no puedo cambiar de posición. Me siento paralizada, presa de la más espantosa angustia y sin poder dejar de pensar en la horrible imagen de mi hija convulsionando y sangrando de la cabeza y la entrepierna. Por muchos años que viva, nunca podré olvidarlo, ni tampoco el odio que siento por Caelum por haberle causado todo este dolor, por hacerla tan dependiente de él y luego dejarla a la deriva.

—Lo siento, todo fue mi culpa —solloza Wren—. Pensé que…

—No digas nada —farfullo, cerrando los ojos—. Por favor.

En el fondo de mí, quiero gritarle que fue una inconsciente; que si mi hija muere, será su culpa, pero no puedo llegar a esos extremos, no cuando hay cosas buenas que pesan más.

—Mi pobre niña —se lamenta Iris—. Espero que Caelum no se me vuelva a aparecer, porque… Dios mío, ¿qué hice mal?

—Tú no hiciste nada mal —murmuro—. Por desgracia, la sangre de ese maldito corre por sus venas. Los dos son iguales.

—Lo siento tanto, Clio —me dice, sentándose a mi lado—. Te juro que me alejaré si así lo quieren. No puedo más de la…

—No, no —la interrumpo—. Eres muy importante para Micaela. No la dejes tú también. No hagas esto.

—No lo haré —promete—. Tienes razón. Nuestra niña nos necesita.

—Familiares de Micaela Finnley —dice un doctor.

Tal y como sospechaba, me duele todo al levantarme, pero eso no me impide acercarme al médico, que nos observa a las tres con mucha seriedad.

—¿Cómo está mi hija? ¿Cómo están mis nietos? —pregunto desesperada—. Por favor, dígame algo, no me mienta.

—Tuvimos que practicar una cesárea —nos informa—. Una de las placentas se desprendió a causa del golpe, y ella sigue inconsciente por la lesión en la cabeza. No sabemos a ciencia cierta si esto tendrá secuelas; no podemos asegurar nada.

—Quiero verla —suplico, tomándolo por las solapas de la bata—. Por favor.

—Por ahora no es posible —responde el doctor.

—Entonces, a mis nietos —sugiero, aunque eso no calma del todo mis ansias—. ¿Ellos están bien?

—Ellos están delicados. Su peso y desarrollo son acordes a las semanas de gestación, pero requieren oxígeno y no pueden alimentarse por sí solos. Ambos son varones.

—Mis niños —sollozo, soltando al doctor—. Quiero verlos, aunque sea a través de…

—Los horarios…

—La angustia de una madre no tiene horarios —lo interrumpe Iris—. Por favor, al menos por una ventana o algo, pero no podemos quedarnos con esta angustia.

—¿Tienen la autorización del padre?

—Mi hijo se desentendió y no será el padre, así que estoy en su lugar —dice Iris, sorprendiéndome—. Su abuela materna tiene derecho a verlos. Se lo pido como favor. Le aseguro que esto le será recompensado.

—Bien, veré qué puedo hacer —murmura el doctor antes de irse.

—Muchas gracias —le digo a Iris—. Gracias a las dos por no dejarme sola. Me estoy volviendo loca, eso es un hecho, pero…

—Tranquila, Micaela y nuestros nietos estarán bien —me asegura—. Ellos tienen muchos motivos para vivir, para seguir luchando. Verás que Micaela se repondrá y que esto que pasó será su impulso para dejar atrás todo ese dolor que lleva en el alma.

Asiento, aunque no creo demasiado en esas palabras. Ni siquiera yo he podido olvidar a Theon, así que me es imposible imaginar a Micaela olvidando a quien fue su primer y único amor, uno por el que daría la vida si fuera preciso.

Durante las siguientes horas, Iris viene y va con información que no varía mucho. No me dejan ingresar a ver a ninguno de los tres, pero consigue que una amable enfermera nos avise si hay algún cambio, por más mínimo que sea. También nos muestra fotografías de ambos bebés. Al verlos, me vuelvo a enamorar como lo hice el día en que sostuve a Micaela en mis brazos por primera vez. Son los seres más perfectos de este mundo, y me arrancaría la piel con tal de que ellos nunca sufran como lo ha hecho mi niña.

Y la primera información que me dan es que mi hija, por fin, se despertó y está asustada, preguntando por sus hijos.

—Puede pasar a verla —me dice el doctor—. Luego de eso, podrá ver a sus nietos en algunas horas más para que la señorita Finnley pueda extraerse leche para ellos.

El tío Wilfred, que está a mi lado, me abraza.

—Ve, sobrina, y dile a Micaela que la quiero, que sea muy fuerte, como su tío abuelo.

—Sí, se lo diré.

Le doy un último abrazo a Iris y otro antes de seguir al doctor, quien me pone al tanto sobre los estudios de imagen que le han hecho a Micaela. Hubo lesiones que le causaron convulsiones, pero cree que el pronóstico es bueno y que estará bien en unas cuantas semanas.

—Hija, mi vida —jadeo al entrar y verla con sus hermosos ojos abiertos y la cabeza vendada.

—Mamá —solloza despacio—. Mamá, quiero ver a mis bebés.




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