Cuando yo te amé

6.1

Micaela

No hay minuto del día en que no sienta que la culpa me aplaste, como si yo fuese una cucaracha. Y es que lo he sido todo este tiempo. No me importaba nada que no fuera la inmundicia del amor que mi corazón albergaba por él. No puedo decir que he dejado de amarlo, ya que eso sería mentir, pero el ver en peligro la vida de mis hijos me hizo tocar fondo; me hizo saber que no quiero pasar el resto de mi vida llorando por un amor que no pudo y que nunca más podrá ser. Por culpa de aquella obsesión tan insana, estuve a punto de perder a los dos seres que más me importan en la vida y que debí haber protegido con todas mis fuerzas.

Todavía no sé cómo voy a encontrar las fuerzas para vivir, pero estoy dispuesta a hacerlo, no solo a intentarlo.

—¿Estás lista? —me pregunta mamá cuando ya estoy en mi silla de ruedas, a punto de que me lleven a ver a mis hijos.

—Sí, mamá, lo estoy —respondo sonriendo, aunque tenga el alma destrozada.

¿Con qué cara puedo ver a mis hijos después de lo que les pasó por mi culpa?

—Mi vida, conozco esa sonrisa falsa —dice ella—. Sigues sintiéndote culpable por lo que pasó.

—No lo puedo evitar. Pudieron haber muerto por…

—Ya no te atormentes y, si sientes tanta culpa, expíala siendo la mejor madre que puedas ser. Los bebés te necesitan.

—Tienes razón — asiento —. No puedo pasarme la vida culpándome; tengo que ganarme el perdón de mis hijos.

Una amable enfermera entra en mi habitación y me pregunta si estoy lista para irnos. Mi corazón comienza a latir con fuerza y no se calma en todo el camino a la UCIN, donde debo entrar sin mi madre.

Mientras me llevan a las incubadoras de mis bebés, no puedo evitar pensar en lo incómoda que estoy debido al dolor de cabeza y a la herida de la cesárea. No me hubiera gustado conocer a mis hijos hecha un desastre, pero no dejo que el pensamiento vaya más allá. Aunque duela, aunque me cueste todo el trabajo del mundo, voy a aprovechar esta oportunidad que me dio la vida.

Finalmente, detienen mi silla frente a dos pequeñas incubadoras. Se me encoge el estómago y el corazón al mismo tiempo, provocándome un sollozo que logro detener a tiempo. La enfermera me toca los hombros con cariño, dándome el valor que necesito para acercarme a mis bebés.

—¿Quieres ponerte de pie? —me pregunta.

—¿Puedo?

—Sí, así puedes verlos un rato.

Soportando todo el dolor que invade mi cuerpo, logro ponerme de pie y acercarme. Uno de mis pequeñitos apenas tiene cabello, pero es muy rubio, como lo fue su padre cuando era bebé; el otro tiene cabello oscuro, como el mío.

—Los amo, mis niños hermosos —les digo llorando—. Mamá está aquí, se extrajo leche para ustedes. No olviden nunca que son mi fuerza, la luz de mi vida. Perdónenme por haber sido tan negligente, por vivir su embarazo llena de tristeza. Pero prometo que a partir de ahora todo será felicidad, que nunca más me verán sufrir por nadie. Ustedes tampoco van a sufrir de nuevo por mi culpa. Lo juro, hijos, lo juro. Su madre será la más fuerte del mundo por ustedes, mis pequeños futbolistas.

Después de esa visita, me siento con más entereza para afrontar la vida. Decirles esas palabras fue como quitarme una pesada carga de encima, como cortar por fin el lazo voluntario que me une a Caelum. Sé que siempre nos unirán nuestros hijos y que a ellos jamás les podré negar de dónde vienen, pero mi corazón no volverá a latir por él nunca más.

Cuatro semanas después de aquel momento, mis hijos evolucionan tanto que nos dan el alta y podemos irnos todos juntos a casa. Iris se ha venido a quedarse con nosotras y me ha enseñado muchísimo por haber sido madre de un varón. Mamá también me ayuda demasiado, pero por ahora tiene que hacerse cargo del restaurante, uno que pienso comenzar a dirigir en cuanto mis hijos crezcan un poco más.

—Mis pequeñitos, son tan hermosos —les digo mientras trato de tomarles fotos de su primer mes sobre mi cama.

—Menos mal que tienen el cabello diferente, porque por las caras no sé quién es quién —se ríe Austin, mientras le ajusta la pequeña corbata a Mason, mi pequeño de cabello castaño.

—Son lo más perfecto que he visto en mi vida —suspira Pauline—. Ya se me antojó tener un bebé.

—¿Qué? —Austin gira la cabeza bruscamente hacia ella.

—Ay, no —murmura mi amiga.

—Oh, sí, vamos a hacer a ese bebé.

—Chicos, creo que deberíamos concentrarnos en los bebés, en las fotos —les dice Iris, pero mi primo ya ha salido corriendo para perseguir a Pauline, quien chilla como desesperada y se ríe—. Rayos, estos chicos no tienen remedio.

—No, están muy enamorados —digo sonriendo—. En ese momento, mis bebés sonríen y capturo el momento—. ¡Ah, un poco borrosa, pero salió! ¡Es genial!

—Mi niña, ¿cómo vas con la terapia? —me pregunta Iris.

—Muy bien, Iris —respondo—. Mi terapeuta es un hombre muy sabio, aunque creo que no le quedan muchos años en circulación, como él diría, pero espera que yo pueda avanzar mucho en estos meses.

—Me alegro. Has vuelto a sonreír y te ves preciosa.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.