Cuando yo te amé

8.2

Clio

No me puedo quitar la sensación de que algo sucede, pero no sé si es bueno o malo. Para no preocupar a mi hija con el tema del paseo, no la he llamado; pero conforme pasa el día, esa sensación se intensifica y apenas tengo aliento.

—¿Qué pasa, abuelita? —me pregunta Josh, a quien estoy cuidando en la oficina, ya que a Pauline le ha dado una urgencia terrible de trabajar en la cocina y Austin tiene que cuidarla para que no pierda el equilibrio. Los dos han decidido no llevar a Josh a la escuela hasta que ella tenga a su bebé y se acabe este caos.

La entiendo. Yo también estaba así cuando se acercaba el parto de Micaela. Theon tuvo casi que amarrarme a la cama para que no siguiera limpiando ni cargando cosas.

Suelto un suspiro mientras acaricio el cabello rojizo de mi hermoso pequeño. Me encanta ser una mujer independiente, trabajar y no tener que rendir cuentas a nadie, pero extraño demasiado a mi esposo y su sobreprotección. Extraño rendirle cuentas a él, reírme de sus celos, sentirme amada y protegida. Hoy, el sentimiento es mucho más intenso.

—Nada, cariño, es solo que estoy un poco cansada —le digo con una sonrisa apagada—. ¿Ya te sientes mejor?

—¡Sí! —exclama contento, con esa hermosa voz chillona de bebé que tanto extraño en Cassiel y Mason. Todavía no la pierden del todo, pero ya se nota el cambio.

—Me alegra, mi cielo. Pronto vas a conocer a tu hermanita y no queremos que te sientas mal.

—¡Auxilio! —grita Austin, entrando con Pauline a la oficina—. Creo que se puso de parto.

Me levanto con Josh en brazos del área de juegos acondicionada aquí. Alarmada, observo el vientre de Pauline, que a simple vista está durísimo.

—¿Estás bien, cariño? —inquiero, avanzando hacia ella—. Parece que esto se acerca.

—Solo son contracciones —farfulla ella—, pero Austin se empeña en decir que la bebé nacerá pronto.

—No le hagas caso, así comenzó con Josh —dice mi asustado sobrino—. Le he dicho mil veces que debe quedarse en casa a descansar, pero no quiere hacerlo.

—No puedes —respondemos Pauline y yo al unísono.

—¿Por qué no?

—Es imposible, hijo —le digo—. Pauline necesita moverse; el parto se acerca y es mejor que esté activa.

—Bien, entonces que se ponga de parto aquí y daremos como plato principal la placenta de mi hija.

Me echo a reír.

—Eres un exagerado, pero para que te quedes tranquilo, llamaré a Alfie para que revise a Pauline.

—A tu novio —se burla Austin.

—No es mi novio —refunfuño.

—Claro que lo es, solo que no quieres verlo. Ese hombre respira por ti, Clio —me dice Pauline.

—Están equivocados —replico, comenzando a enojarme—. Él y yo solo somos amigos.

—Sí, sí, como digas.

Pongo los ojos en blanco, tentada a irme de aquí sin ayudarlos, pero como los quiero mucho, llamo a Alfie. Si bien es cierto que él es muy atento con todos nosotros, siempre he puesto mi fidelidad a Theon por delante. Y no es que no crea que no tengo derecho a rehacer mi vida; por supuesto que lo tengo y no me sentiría culpable si decidiera hacerlo, pero simplemente no quiero. Theon vive en mi corazón y sé que no dejaré de amarlo ni de considerarme su esposa hasta el día que muera.

Alfie no tarda en llegar cuando le llamo, motivo por el cual Austin me mira con una sonrisa burlona mientras cuida a Josh.

—No, no estás de parto todavía, pero te acercas. Considero que lo mejor es que te vayas a casa y descanses —le dice a Pauline—. Vas a necesitar energías cuando llegue la hora.

De acuerdo, doctor, haré lo que me diga —le responde Pauline con amabilidad.

—¡Pero yo te dije lo mismo! —exclama Austin, ofendido.

—Tú no eres doctor.

—Soy tu esposo.

—Tonterías —resopla Pauline.

—Acude a los monitores —añade Alfie con una leve y encantadora risita.

A veces siento lástima al pensar que pueda ser verdad que él quiera algo conmigo. Es un hombre casi sin defectos y muy atractivo, pero simplemente mi corazón no quiere ni intentarlo.

—¿Crees que pronto entrará en labor de parto? —le pregunto mientras lo acompaño a su auto.

—Sí, es cuestión de horas. No puedo revisar su dilatación por obvias razones, pero esas contracciones y actitudes indican que es inminente.

—Eres muy listo —lo elogio.

Alfie detiene sus pasos y no entra en el auto. Al volverse hacia mí, me dedica una mirada que me pesa en el estómago, pero no de una buena manera.

—¿Pasa algo?

—Me preguntaba si quieres salir este fin de semana.

—Eh… Sí, claro. Un café, ¿cierto?

—En realidad, pensaba invitarte a un mejor lugar. No me preguntes cuál, es sorpresa.

—Alfie, yo…

—Por favor, dame tu respuesta ahí —me interrumpe, dándome un beso en la mejilla.




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