Micaela
Una vez que me cercioro de que Pauline está bien, llevo a los chicos a casa. Esta vez llevo a mi precioso Josh, que está un poco cansado. Yo también lo estoy, a decir verdad. Después de casi morir de angustia, mínimamente merezco llegar a casa y encerrarme con mis pequeños para olvidarme del mundo entero. No creo que vuelva a confiar en ese colegio, y mucho menos en las salidas, así que al terminar este año escolar tendré que buscar otra escuela.
—Pero me gusta mi escuela —se queja Mason cuando le digo mi decisión durante el camino—. Allí están mis amigos.
—Sí, mi amor, pero no me siento segura —respondo.
Estas son las cosas negativas que tiene el ser tan franca con mis hijos. A veces ellos se oponen a algunas cosas que digo. Siempre encontramos un punto medio que nos beneficie a los tres, pero en este caso no veo el sentido de que se queden allí. Cuando se trata de su seguridad, para mí no hay grises; todo es blanco o negro.
—Podemos buscar otra escuela —sugiero—. Es…
—Queremos ir allí, mami —me interrumpe Cassiel, enfurruñado.
—Ya lo veremos —mascullo, aunque para mí la decisión ya está más que tomada.
Sigo avanzando por la calle. El corazón se me acelera al pensar en papá y en lo afortunada que soy de que él encontrara a Mason, aunque mi salud cardiaca haya estado en juego en el proceso. Ahora que lo tengo de vuelta, no quiero que se vaya, así que tengo que averiguar todo cuanto pueda sobre el caso. Necesito también que se incorpore a nuestro gran proyecto y que juntos, como familia, crezcamos. Será demasiado hermoso volver a ver a mis padres formar un maravilloso equipo.
Solo espero que papá no me rechace por orgullo.
Al detenerme frente a la casa, mi corazón se acelera aún más. ¿Cómo estará mamá? ¿Cómo se habrá tomado la noticia? Lo que menos quiero es interrumpir su reencuentro, pero estoy preocupada por la falta de noticias. Además, quiero abrazar a papá de nuevo.
—Mami, ¿allí está el abuelito? —pregunta Mason.
—Sí, espero que sí, mi amor —le contesto—. Seguramente está hablando con la abuela.
—¿Por qué volvió del cielo? —pregunta Cassiel.
—A veces ocurren milagros, cariño —digo con una sonrisa.
Llena de nervios, me bajo del auto. En ese momento, salen mis padres de la casa. Ahora papá lleva puesta una de las camisas que mamá siempre guardó. En realidad, toda su ropa la guardó y la iba a seguir guardando. Jamás se sintió capaz de desprenderse de nada de sus cosas. Ahora entiendo por qué.
—Hija —dice él, caminando rápidamente hacia mí para tomarme en sus brazos con asombrosa facilidad—. Sigues tan ligera como antes.
—No, creo que tú te has puesto más fuerte —me burlo—. Papi, te quiero.
—Y yo más. Puede que hayas crecido, pero tienes esa misma hermosa cara de niña que dejé de ver. Siempre serás mi niña.
—Siempre serás mi papi —me río, conteniendo las lágrimas.
—Vamos a ver —dice al bajarme y notar que mi madre está abriendo la puerta de mi auto para sacar a los niños—. ¿Son tres?
—No, uno es Josh —me río—. Mi sobrino, hijo de Austin.
Papá arquea ambas cejas.
—¿Austin está casado y con hijos? ¿El mismo Austin que lloró y me pateó cuando se lastimó una uña mientras lavábamos el auto?
—Ya maduró —lo defiendo—. Bueno, la verdad es que no, pero ya no llorará si se le quiebra una uña.
Papá se echa a reír. El eco de su risa me hace sonreír. Por más realizada e independiente que me sienta como mujer, sin duda necesitaba la seguridad de papá.
Mi madre está con los tres niños, abrazando con más ahínco a Mason, que fue quien la asustó hoy.
—No te vuelvas a perder, mi cielo. No debes separarte de tu grupo nunca más.
—Nunca, abuelita. Es que quería ver al abuelo.
Ella lo voltea a ver. Papá asiente.
—Nuestro nieto me siguió. Quise ayudarlo a volver a su grupo, así que lo único que se me ocurrió fue hacerlo anunciar.
—Por cierto, seguirás castigado por eso —gruñe mamá mientras toma a Josh en brazos, ya que tiene sueño—. Tú te harás cargo de las cosas pesadas de la mudanza.
—Mudanza— murmura papá. ¿Es por eso que está todo tan desordenado?
—Parece que no se pusieron muy al corriente, que digamos —me burlo.
Mis hijos sueltan una risita antes de echarse a correr hacia dentro de la casa. Mamá nos da la espalda, pero sé que está sonrojada. No hace falta que lo oculte; le tiemblan las piernas.
—Sí, creo que tendré un hermano dentro de poco —digo con sorna.
Mamá deja escapar un gruñido y entra casi corriendo a la casa, haciendo que papá y yo nos riamos.
—Me alegra estar de vuelta —dice abrazándome—. No te preocupes, hija, conseguiré un trabajo. Será difícil, dados mis antecedentes, pero lo conseguiré.
—No tienes que buscar, siempre tendrás una hija que te puede contratar.
—No, hija, no me parece bien que tú…