Cuando yo te amé

10.1

Caelum

Quisiera reírme en estos momentos, pero de algún modo consigo controlarme para que nunca llegue a sospechar lo que pasó. Mi pequeña Jane es la responsable de este autocontrol.

El féretro va bajando, así como mi ansiedad, que lo acompaña al infierno. El equipo llora la pérdida, pese a que hace más de un año él ya no era el presidente. También lloran por mi madrastra, que se fue con él. ¿Qué mujer compartirán ahora?

«Al fin, malditas ratas, al fin van a desaparecer de nuestras vidas», pienso con una alegría que me es difícil reprimir. Por fin se acabó esta larga pesadilla y podré mirarlas a los ojos y decirles que son libres.

Jane, que nos tiene sujetos de la mano a Daniela y a mí, se suelta de ella y me pide que la cargue. Lo hago sin dudarlo, a pesar de que no me quiero perder ni un solo segundo de este momento que he esperado por ocho largos años.

Daniela y yo mantenemos la compostura, esperando a que todo esto termine para regresar a esa casa. Jane se duerme en mis brazos; la muerte de sus abuelos no le ha afectado demasiado, dado que nunca fueron muy cercanos a él, a pesar de vivir en la misma propiedad.

—Lo siento mucho, hijo —me dice la señora Wilson.

—Gracias —respondo.

—Me siento un poco mal —dice Daniela.

Reconozco esa señal enseguida y me disculpo con todos para poder salir del cementerio sin miradas acusatorias.

—Al fin, Caelum —dice en voz baja mientras nos dirigimos hacia la salida.

Solo asiento, ya que tenemos a nuestros guardaespaldas detrás.

Al llegar al auto, acomodo a Jane en su silla de coche. Sobresaltada, abre los ojos, pero sonríe y los vuelve a cerrar al verme.

«Solo tú has hecho que lo soporte», pienso al verla. No sé lo que se siente tener un hijo, pero mi pequeña Jane es lo más cercano a ello.

—Dios, esto es demasiado cansado —se queja Daniela al salir de la habitación de Jane, que se ha querido volver a dormir—. No soporto a esas personas.

—Ya, ya todo terminó —la consuelo, apenas pudiendo creer que sea realidad.

Daniela suelta un pequeño sollozo y me abraza.

—Te quiero tanto —me dice.

—Sabes que te has vuelto mi hermana. Volvería a hacerlo por ti —contesto—. Ya pasó y tendrás todo lo que te corresponde por…

—No, no —me interrumpe, soltándome—. No quiero que renuncies a tu parte de la herencia.

—Sabes que nunca perseguí esto.

—Sé lo que te digo —dice al separarse—. Y no hiciste el horrible sacrificio de besarme para que al final te quedes sin nada.

—Creo que fui un desconsiderado —río, avergonzado.

Sigo pensando que besar a alguien que no sea Micaela es un sacrilegio, pero creo que he ido demasiado lejos al abrirme con Daniela acerca de lo difícil que me ha resultado.

—No, es que sí fue horrible —resopla—. No me malinterpretes, no besas mal, al contrario, pero ya sabes… En fin, debes tener algo que ofrecerle a Micaela cuando vuelvas.

Mi corazón se contrae y luego rompe a latir con mucha fuerza al escuchar el nombre de mi mujer. No es que no lo piense a diario o que no lo escriba como un loco en cualquier servilleta o en las notas de mi celular, sino que escucharlo de otra persona me descoloca.

—Sabes algo de ella, ¿verdad? Dímelo.

—Sí, creo que es momento de que lo sepas.

—Quiero saberlo. Sé que no se ha casado ni está con nadie; Adam se ha encargado de eso.

—Lo cual es muy egoísta de tu parte. Pobre mujer, se le pudrirá la…

—Ella no estará con nadie —la corto—. Volveré y será mi esposa.

—¿Y si ella no quiere, qué harás?

Le doy la espalda, respirando agitado. La simple idea de que me rechace me aterra, pero no estoy dispuesto a dejar que eso me frene. No hice todo esto en vano, y Micaela tendrá que comprenderme, le guste o no.

No hay día en que no piense en ella, en lo mucho que deseo y necesito volver para sentirme vivo otra vez. Estos malditos ocho años han sido como estar muerto en vida, buscando la mejor manera de protegerla a ella y a mi madre de los alcances de esa maldita rata.

—Ella es una mujer poderosa ahora —me dice Daniela, a quien miro, extrañado.

—¿A qué te refieres?

—Es dueña de una cadena de restaurantes que está en vías de expansión fuera de América. Además, acaba de firmar un jugoso contrato para la realización de un programa sobre ellos. Es grandioso, ¿no lo crees? Micaela es increíble.

—Me estás mintiendo —espeto, nervioso—. Ella es muy capaz, pero es imposible que en ocho años…

—Pues sí, ella lo logró, y por eso te digo que vas a tener muy difícil recuperarla.

Imaginar a Micaela teniendo éxito no es el problema, pero imaginarla haciéndolo sin mí me vuelve a hundir en el maldito lodo en el que he estado sumergido todo este tiempo. ¿A cuántas personas habrá conocido?

—Necesito regresar —le suelto—. Y ustedes vendrán conmigo.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.