Cuando yo te amé

10.2

Micaela

—Dije que no.

—Pero, mamá…

—Son pequeños para aparecer en el programa, solo tienen ocho años. Cuando sean adolescentes, tal vez, pero por ahora no me parece seguro.

Mason farfulla algo que no entiendo, mientras que Cassiel pone los ojos en blanco, creyendo que soy exagerada.

—Eso traería mucha audiencia, mamá —me explica—. O bueno, eso dice Mason.

—A la gente le gusta ver niños, y nosotros somos niños.

—Precisamente es por eso por lo que no quiero que salgan en el programa. Los dos saben perfectamente bien que quiero que lleven una vida normal sin que los molesten.

—Mami, por favor —suplica Mason—. Soy bueno cocinando.

—Y yo comiendo —se ríe Cassiel.

—¿Y no es que querían ser futbolistas? —me cruzo de brazos, tratando de aguantarme la risa—. Es probable que los fichen pronto para el equipo infantil de…

—Sí, pero podemos hacer esto mientras tanto —me interrumpe Mason—. Tal vez nos acepten más rápido.

—No creo que lo hagan si los ven devorando tanta comida —digo riendo, tratando de hacerles cosquillas.

Mis dos hijos logran escabullirse, pero terminan abrazados a mi cintura. Alzan sus perfectos rostros hacia mí y se me derrite el corazón. A pesar de que son altos y que posiblemente en menos de tres años superen mi altura, siempre serán mis bebés.

—Por favor —dicen al unísono.

—Mmm… Lo voy a pensar —gruño—. Si esto es una trampa para mandar saludos groseros a ya saben quién, les quitaré los videojuegos durante todo un mes.

Mis hijos se apartan, horrorizados.

—No crean que no los escuché —les digo con una sonrisa triunfal, la cual se desvanece por la preocupación—. Mis niños, siempre les he dicho que no deben tener coraje contra su padre. ¿Por qué no lo entienden? A veces las relaciones no funcionan.

—Lo sé, mami, pero es que no entiendo por qué él no te quiere. Eres muy bonita —dice Mason con voz temblorosa.

Mi corazón se rompe como cada vez que hablan del tema. En momentos como este, me arrepiento de haber dejado que Iris les dijera quién es su padre. Ella me insistió en no hacerlo, en decirles que estaba muerto, pero yo me empeñé en ser honesta. Jamás les dije que Caelum fue cruel conmigo, pero sí que terminamos porque ya no había amor.

—Ustedes son más hermosos y con que me quieran a mí, me basta —respondo sonriendo—. No necesito más que tenerlos y que estén bien. Por eso trabajo día a día.

—Deberías tener un novio. Eso dice la abuelita Iris —espeta Cassiel.

—Vamos a buscarte un novio —dice Mason, riéndose.

—No me van a buscar nada, váyanse a duchar, están muy sucios.

—¡Pero mamá!

—¡A la ducha!

Refunfuñando, acceden a irse cada uno a su cuarto a bañarse. En realidad, los dos duermen juntos y conmigo, pero para hacer sus cosas siempre han querido ser independientes; cada uno tiene sus aficiones.

Al quedarme sola, saco mi laptop y me siento en la cama. Quiero terminar de leer el contrato que debo firmar la próxima semana para que puedan comenzar las grabaciones. La cantidad que me van a pagar, a pesar de que ya cuento con una fortuna considerable, no puedo despreciarla, sobre todo si estoy planeando expandirme.

Antes de ponerme a leer, suspiro. Apenas puedo creer todo lo que he conseguido en tan poco tiempo. Tal vez a mis hijos les siga doliendo que su padre no me quisiera, pero al pensarlo, yo siento alivio. Si él no me hubiese dejado, no habría descubierto mi enorme pasión por los negocios y tampoco los habría combinado con mi amor por la cocina. Tan solo sería la esposa sumisa de un médico; uno muy brillante, por supuesto, pero jamás habría encontrado mi propio brillo.

No, no puedo cambiar la vida que habría tenido con él por la que tengo ahora. Mi viejo yo no estaría de acuerdo, pero murió el día que nacieron mis hijos y terminó de ser enterrada cuando volvió papá.

—Hola, mi amor —me saluda él, asomando la cabeza por la puerta.

—Justo estaba pensando en ti. —Cierro la laptop y sonrío.

Papá se acerca y se recuesta de lado. Alargo la mano y acaricio su cabello, en el que apenas comienzan a asomarse algunas canas.

—¿Qué quieres almorzar? Eres la cumpleañera de esta semana.

—Me encanta que sigas con esa tradición —respondo emocionada, dándole un beso en la frente—. Dejaré que me sorprendas.

—Siempre la cumpliré, así como con tus hermanos y Clio.

—¿En dónde están los niños?

—Vigilando a tu madre, por supuesto —dice con una sonrisa descarada.

Pongo los ojos en blanco. Papá no deja de ser obsesivo a pesar de que ya ató a mamá con dos hijos más. Ella casi se muere al saberse embarazada de nuevo, y más cuando se enteró de que eran mellizos. Mi padre, en cambio, se murió de felicidad.

—Para eso la embarazaste, ¿verdad? —bromeo.




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