Cuando yo te amé

11.2

Micaela

El día ha empezado de manera magnífica. Antes, cuando no tenía hijos, cada año que pasaba me hacía sentir vieja; pero ahora, todo lo contrario. Siempre espero mis cumpleaños con mucha ilusión, porque me hacen sentir muy amada, no solo en casa, sino también en el restaurante que dirijo.

—¡Sorpresa! —me gritan todos al entrar al restaurante. No importa cuántas veces pase, siempre se me llenan los ojos de lágrimas.

—Felicidades a la mejor jefa del mundo —me dice Michelle, que tiene un enorme pastel de chocolate en las manos. Duncan está a su lado, sonriendo.

—Y la mejor chef —añade él.

—Ay, chicos —digo conmovida—. Gracias por venir. Los amo.

—Y nosotros a ti —responde mi amiga—. Te mereces esto y más.

Duncan asiente, mirándome con cariño. Los demás empleados del restaurante también me felicitan. Cada uno me observa con una cálida sonrisa. A pesar de que a veces soy muy exigente con todos, ellos me quieren tanto como yo a ellos. Juntos hemos pasado momentos buenos y malos, pero siempre salimos adelante.

—Dios mío, cada día me asombran más con los regalos —le digo a Pauline al entrar en mi oficina—. Mira esto, son al menos diez más que el año pasado.

—Es que te adoran —se ríe ella—. Sobre todo desde que les aumentaste el salario.

—El turismo de hace unos meses trajo más clientes, así que era lo menos que podía hacer. —Me encojo de hombros—. Siempre me apoyan demasiado.

—Mica, ¿qué sientes al estar aquí? —pregunta emocionada, mirando mi oficina—. ¿Te lo imaginabas hace ocho años?

—Para nada —sonrío—. A veces me parece que estoy viviendo un sueño, Pauline. No puedo creer que esto se haya convertido en una serie.

—Austin está que brinca de felicidad—. Pone los ojos en blanco mientras se sienta frente a mí, en el escritorio—. No para de decir que se lucirá en el programa, que todos admirarán lo guapo e increíble que es.

Me río. Por más que mi primo envejezca, no deja de tener alma de niño. Aunque Pauline no lo admita, eso es lo que la tiene enganchada.

—Se quiere lucir frente a otras mujeres —gruñe, celosa.

—Creo que lo que quiere es que tú te pongas así —me burlo. Tomo el termo que puse sobre el escritorio y le doy un sorbo a mi bebida. El sabor del té me hace suspirar—. No le hagas caso y se le pasará en menos de una semana.

—Eso espero. Sinceramente, no me gusta que bromee con esas cosas. Me hace creer que no le gusto más o algo así. —Hace un puchero.

—Eres preciosa —respondo—. Austin te ama como loco. Siempre está diciendo lo especial que eres.

—Pero también se la pasa diciendo lo guapo que es y que le gusta a todo el mundo.

—Pues habla con él. La base de una buena relación es la comunicación.

Ella asiente, mirándome con cautela. Resisto las ganas de poner los ojos en blanco. Sé lo que está pensando sobre mí por dar estos consejos cuando la única pareja que he tenido en estos años es mi viejo consolador de silicona. Y con tanto trabajo, creo que mi única relación está quebrantándose también.

Ya no me queda más que tomarme este asunto con humor, sinceramente. Algún día se morirá también, y tal vez yo siga siendo joven para entonces.

—Sí, sé que piensas que soy una solterona que no tiene derecho a decir nada, pero…

—No es eso —me interrumpe—. Estoy pensando en… ese tipo.

—¿En quién? ¿El «desaparecido» egoísta? —me río—. No sabes cuántas ganas tengo de tenerlo enfrente y decirle que al menos me regale un jodido muñeco inflable.

—¿Y por qué no lo haces con un técnico? —propone—. Solo será una vez y ya.

La entrepierna me tiembla ante la idea, aunque sé que no está bien.

—La mayoría están casados. Y no, no me voy a meter con alguien de quien no sepa nada sobre sus hábitos, salud e higiene. ¿Te imaginas que me contagie de algo?

Las dos arrugamos la cara. Menos mal que ya desayuné antes de venir, porque si no, no habría podido pasar bocado.

—No, mejor no arriesgarnos.

—Ya llegará —digo convencida—. Mientras tanto, estoy feliz con todo esto. Por cierto, creo que debo ir a la cocina. Hoy recibo a proveedores y tengo que ver que ya hicieran espacio en los refrigeradores.

—Está bien —asiente—. Yo tengo que regresar con mi «guapo y superespecial» marido.

—Él te ama, déjalo disfrutar sus cinco minutos de fama. Se lo merece.

—Lo sé, pero me pongo celosa —refunfuña—. Austin es el tipo más maravilloso, y no sé qué haría sin él.

—Nadie necesita a nadie en esta vida —le recuerdo—. No vivas con miedo, menos ahora que tienes dos hermosas razones para salir adelante.

—Tienes razón —sonríe.

Una vez que ella se va, me bebo el resto del té. No importa que sea tanto la empresaria como la solterona del año, me gusta aconsejar a los demás. Eso me hace sentir bien conmigo misma, porque sé que pude contra todas las adversidades.




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