Cuando yo te amé

23.1

Micaela

—¿Sabe Caelum que estás aquí? —le pregunto a Daniela al llegar a mi oficina.

Jane está dibujando en la mesa que mis hijos usan para hacer la tarea cuando vienen por las tardes. De vez en cuando, me mira y me sonríe, lo que aumenta ese sentimiento especial que me causa. Puede que sea la hija de la mujer que me hizo daño en el pasado, pero la pequeña me genera una inexplicable simpatía.

—No, no se lo dije —Daniela niega con la cabeza—, pero no creo que se moleste demasiado, sobre todo cuando se trata de que te pida disculpas.

—Daniela, no hace falta —le aseguro—. Esto sucedió hace muchos años.

—Sí, pero fueron años en los que Caelum sufrió mucho por no poder buscarte.

—Pudo buscarme, pudo haber atendido mis llamadas, pero no lo hizo —replico con dureza—. No le importó si vivía o moría. Y tal vez suene fuerte, quizás deberíamos discutirlo…

—Jane puede escuchar. Está al tanto de todo —me interrumpe Daniela con mucha seriedad—. Sabía que debía llamar «papá» a Caelum frente a su abuelo, pero que él no lo es.

—¿Qué?

—Mi hija sabe la verdad; sabe que teníamos que protegerte. De todos modos, no entraré en detalles sobre aquello. Lo único que quiero decirte es que Caelum te ama, que jamás pensó en otra mujer que no fueras tú.

—No quiero ofenderte, Daniela, pero no lo creo —respondo, intentando ignorar mi corazón acelerado—. Caelum y tú se veían…

—Era como estábamos obligados a actuar en público, Micaela —me aclara—. Te pido perdón de corazón por el daño que te causamos, porque sé que fue mucho.

—No eres tú quien debe disculparse, es…

—Caelum, sí, pero él no sabía nada sobre lo que te ocurrió. Yo tampoco lo supe, si te soy sincera.

—No entiendo nada de lo que pasa —admito—. Sí, Caelum me lo explicó todo, pero sigo sin entender por qué no me lo dijo.

—Estabas en peligro. Mucho peligro —responde Daniela—. Caelum no tiene idea de lo que tú viviste, pero tú tampoco tienes idea del peligro que nos rodeaba a todos, sobre todo a ti y a Iris. Bristol estaba obsesionado con ella, y por culpa de esa obsesión, se llevó a Caelum para lastimarla.

Trago saliva, imaginando esa situación.

—Por suerte, todo terminó —me tranquiliza Daniela—. Ni tus hijos ni tú corren peligro. Caelum se encargó de eso en este último año, mejor dicho, en todos estos años.

—No sé qué decir.

—No tienes que decir nada —replica Daniela—. Solo quería que lo supieras por mí, además de él. No estoy defendiéndolo, ni mucho menos a mí misma. Tuve mis razones egoístas para hacer lo que hice, quería…

—No me lo tienes que explicar si no quieres, Daniela —la interrumpo al notar que se le llenan los ojos de lágrimas.

—Quiero que sea Caelum quien te lo diga. Yo no podría mirarte a la cara si te lo dijera, y son cosas que…

Mira a Jane. Está absorta en su dibujo, como si ya hubiera escuchado esa conversación mil veces.

—Entiendo —la corto—. Tranquila. Quiero que sepas que no guardo rencor. Solo me gustaría que le dijeras a Caelum que, aunque tiene derecho a ver a los niños, no pienso regresar con él.

—Comprendo, aunque no creo que él se resigne. Te ama.

—Pero yo a él no —afirmo—. Y espero que no hayas venido aquí a abogar por él.

—No, por supuesto que no.

Daniela se inclina hacia adelante y toma el café que pidió.

—De verdad, aquí sirven un café delicioso —comenta con una sonrisa contagiosa.

Debería odiarla, pero no puedo. Creo que, si las cosas hubieran sido diferentes, podríamos haber sido amigas.

—¿Vas a regresar a Londres hoy? —le pregunto.

—Mañana temprano —me aclara.

—Yo no quiero irme —protesta Jane—. Quiero volver a ver a papá.

—¿De qué habla? —Frunzo el ceño.

—No, hija —le dice Daniela, dejando la taza sobre el escritorio—. Tenemos que volver a casa. Tengo responsabilidades con el club, y tú debes retomar tus clases.

—Pero quiero conocer a papá —insiste ella—. Micaela, ¿puedes pedirle que nos quedemos?

La pequeña pelirroja se acerca a mí y me hace pucheros. Nerviosa, acaricio su pequeño rostro. Es tan linda que no podría negarle esto.

—Tal vez tu papá se encuentre en Londres —le digo—. Deberías…

—No, mi papá está aquí —insiste la niña.

—¿En serio?

—Hija, basta ya —la reprende Daniela con severidad, levantándose—. Creo que es mejor que nos vayamos.

—Daniela, cálmate —le pido mientras Jane busca refugio en mis brazos—. No la trates así, es pequeña.

La culpa se refleja en su mirada antes de asentir y sentarse.

—Ven aquí, cariño —le pide.

Jane suelta un suspiro y se acerca a su madre, quien la sienta en su regazo y la abraza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.