¡cuánto resistiremos!

PRÓLOGO

En aquel momento el doctor Bauerstein se abrió

paso autoritariamente a través de la habitación.

Agatha Christie

PISTAS

Los dos hombres no venían hablando, sino gritando. Y según le pareció a Augusto, el tema de su conversación requería el más absoluto secreto, pues en ella surgían palabras como ‹‹matar›› o ‹‹robar››. Tal vez aquellos hombres le ofrecieran una suculenta pizca de diversión, porque el aburrimiento le estaba matando. Decidió seguirlos.

-¡El del casino!

-¿Es posible?

-¡Bastante! ¡El viejo sabe muy bien que huelo la mentira a leguas!

-No le habrás pegado.

-¡Me ofendes, amigo! ¡Ese anciano no vale el esfuerzo, me lo ha dicho todo con solo mostrarle una sonrisa!

-¡Algo entendible! ¿Acaso no has visto en el espejo lo horrendo que eres?

Ante semejante ofensa, el aludido le tiró un zarpazo a su compañero, que lo esquivó muy relajado. Era un hombre altísimo, claramente torpe, con brazos descomunales, piernas torcidas y un achatado rostro con una larga cicatriz que atravesaba su ojo derecho.

El otro no se le quedaba atrás en altura, pero sí en corpulencia. Tenía una cara afilada y demacrada donde, sobre todo en la nariz, sus huesos sobresalían puntiagudos, dándole un aspecto de roedor. A diferencia de su compañero, este se manejaba con más destreza y astucia.

-¡Sea cuidadoso, Héctor -advertía el hombre delgado, llevándose la mano al interior de su abrigo color tierra-, o podría resultar herido!

Héctor lo observaba meditabundo, taladrándolo con su único ojo. Al final exclamó:

-¡No soy Lucas!... A él lo intimidarás, Pascual, pero a mí ¡A mí jamás!

Dicho esto, se lanzó contra su compañero extendiendo sus largos brazos, mientras el otro extraía un largo cuchillo de su abrigo, dispuesto a defenderse. Y estaban a punto de combatir, cuando una providencial aparición, dirigiéndoles un extraño saludo, los dejó tan helados como sorprendidos por lo que dijo:

-¡Eh, marcianos! Acaba de terminar el ajuste de cuentas.

Ambos hombres olvidaron rápidamente su discusión y corrieron humildes al encuentro del recién aparecido, quien, acodado en la entrada de una sucia taberna, los miraba con visible desprecio. Intercambiaron ridículos saludos, entraron en el local y tras un portazo, Augusto les perdió de vista.

-¿Alguien los siguió? -les preguntó el último una vez dentro.

Héctor y Pascual negaron con la cabeza. Ni siquiera en pesadillas hubieran imaginado que, en efecto, existía un seguidor.

Augusto, consciente de la imposibilidad de continuar espiando a aquellos peculiares hombres, se alejó, no obstante, muy satisfecho. Caminaba hacia su casa, sumido en pensamientos acerca de aquella insólita conversación. ‹‹¿Qué significará “ajuste de cuentas”?›› se preguntaba, figurándose múltiples teorías bastante ilusorias; robos, deudas, infidelidad, mascotas desaparecidas, bromas etc., pero nunca un asesinato.

Y fue precisamente esto lo que pensó el inspector Amadeus Maury, horas más tarde, tan pronto examinó el pálido cadáver de Lucas:

‹‹A este hombre lo han matado››, se dijo, muy convencido de ello.




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