Capítulo 1
EL PRINCIPIO… ¿DE UN FINAL FELIZ?
Entró en la cafetería como cada viernes por la tarde, el lugar estaba repleto de personas, familias, parejas, amigos, pero como siempre, Lucca había ido solo. Y no era que fuera una persona solitaria, pero sus dos mejores amigos trabajaban en ese horario y no iría con su madre a la cafetería donde se volvía un tonto cada vez que Dolores lo atendía. Además, era muy probable que cuestionara por qué era que debían irse a la otra punta de la ciudad, cuando tenía una cafetería muy buena a dos cuadras de su casa.
Se sentó en la misma mesa de siempre, aquella en la esquina que lo hacía pasar desapercibido al resto de las personas, pero que le permitía tener una visión excelente de todo el lugar.
Y la vio.
Con su extravagante cabello color violeta y sus pecas desparramadas por la cara.
Al verlo le sonrió y le hizo una señal que indicaba que enseguida lo atendería. Llevaba dos años asistiendo a ese lugar rigurosamente los viernes. Lo había encontrado de casualidad una tarde en la que había tenido ir a ver un posible trabajo que había quedado en la nada. Aun así, cuando vio a la chica sonriente que lo atendió, no pudo dejar de ir.
Encontró trabajo un mes después, pero no quedaba ni cerca de ahí. Tampoco su casa, lo que hacía que sus amigos se burlaran de él por ir a una cafetería a ver a una muchacha a la que no se animaba a invitar a salir.
Y si, era un tonto, porque no era un adolescente tímido, tenía veintisiete años y no debería ser tan complejo preguntarle a una chica, si quisiera tomar un café algún día, o bueno unas cervezas, porque no sabía que tanto interés podría tener en un café cuando trabajaba en una cafetería.
— Hola Lucca, ¿cómo estás? —lo saludó Dolores simpáticamente.
— Dolores —dijo sonriendo encantado con su sola presencia—, bien, ¿vos?
— ¿Te digo la verdad amarga o la endulzo un poco?
Lucca rio levemente, Dolores y él habían intercambiado nombres luego de un año viéndose constantemente, ella decía que él era de sus mejores clientes, o por lo menos, de los que se dignaban a dejarle propina.
— La verdad amarga.
— Estoy cansada, creo que voy cinco horas seguidas sin sentarme por lo menos dos minutos.
— ¿Día pesado?
— Si, pero bueno, si no laburo no pago el alquiler y volver a vivir con mis viejos a esta edad no es una opción viable.
— Te entiendo.
— No queda de otra, en fin, ¿lo mismo de siempre?
— Si por favor.
— Dale, genial —dijo anotando el pedido en su libreta—, te lo traigo enseguida.
Lucca asintió y sonrió al verla marchar, su sola simpatía para atender a la gente era maravillosa, a pesar del cansancio nunca iba a tratar mal a nadie.
Sacó su nuevo libro de la mochila y se puso a leer, apenas iba por la pagina cuarenta, pero últimamente el trabajo le dejaba la mente agotada y no había forma de que pudiera pasar de una página.
Al menos unos diez minutos más tardes, Dolores apareció con su frappuccino helado y sus tres tostados habituales.
— Buen provecho.
— Gracias —dijo él sonriendo, sin embargo, notó como su mirada viajaba al libro.
— ¿Te gusta Stephen King? —preguntó sorprendida.
— Es el primer libro que leo de él, pero sé de su gran trayectoria.
— Es un genio del terror, mi gran modelo a seguir.
— ¿Escribís? —preguntó sorprendido.
Era extraño como en dos años, simplemente había logrado saber su nombre y nada más que eso, al fin avanzaba más allá de las conversaciones simpáticas.
— Sí, estoy intentando ahorrar para poder publicar un libro, pero ya estoy finalizando mi manuscrito.
— No tenía idea.
— Bueno, no hablamos demasiado, solo sé tu nombre —dijo ella divertida.
— Tenés razón —concordó con ella—, entonces, ¿leíste algún libro de Stephen King?
— Muchos, sus libros abundan en mi biblioteca, este —dijo señalando a Insomnia—, es una joya, y está entre mis tres favoritos de él.
— Entonces creo que fue una buena compra.
— Una muy buena, no te vas a arrepentir —aseguró sonriendo—, bueno, te dejo para que meriendes tranquilo, que disfrutes de la lectura.
— Gracias.
Ella se marchó a atender otras mesas y él pensó que elegir aquel libro había sido de lo más oportuno. ¿Cómo iba a imaginarse que solo eso necesitaba para tener un acercamiento a ella? Tenía que invitarla a salir, ver una película, comer algo por ahí, o no sé, simplemente tomar unos mates y hablar de libros en el parque.
Era extraño como habían necesitado tanto tiempo para charlar, incluso, parecía que después de dos años aquella era la primera vez que hablaban, el primer acercamiento, el indicado. Porque no había tenido el valor de invitarla a hacer algo cuando habían intercambiado nombres, pero ahora, parecía que el libro había sido una más que valiosa herramienta para captar su atención.