Tic-toc.
Otro día de mierda igual que el anterior.
—Señorita Suárez...
Tic-toc.
Solo faltan 37 minutos, solo eso.
—Señorita...
Tic-toc.
¿Soy yo o los segundos pasan más lentos?
—¡Pero que falta de respeto!
Tic-toc, tic-toc, tic-toc.
—¡Katherina!— exclama mi jefe.
Tic...
—¿Qué suce...?
Toc...
Dejo de mirar el enorme reloj antiguo que adorna la sala de reuniones para volverme a la voz que me está llamando y antes de que siquiera sea consciente, en cuestión de segundos, estoy tirada en el piso llena de café hirviendo alrededor de platos rotos y comida por haber chocado con una señora de servicio que traía bocadillos para los socios. Mientras intento ahogar mis gritos y levantarme escucho de fondo a mi jefe gritándome que vaya a su oficina de inmediato.
Mierda. Este día va del asco.
—¡¿Se puede saber qué te está pasando, Katherina?! ¡El señor Sandoval te estuvo hablando sin recibir respuesta alguna POR MÁS DE 10 MINUTOS, y tú... tú estabas como una estatua mirando el reloj como si en este fueras a encontrar la novena maravilla del mundo!
Me muerdo el labio inferior avergonzada. Sinceramente no sé qué decir, o sea ¿Qué excusa le voy a dar? O al menos ¿Qué excusa le puedo dar que no suene como una patética y completa mierda?
Nunca, repito, nunca había oído al Sr. Bustamante gritar, así de grande es mi error, o mejor dicho, la cagué, y a lo grande, hice el ridículo frente a todo el mundo sin contar el hecho de que ahora debo pagar los platos rotos, literalmente.
—Yo...— suspiro —lo siento.
El señor Bustamante, me mira enojado, se da la vuelta hacia la estantería de licores que se encuentra en la oficina y se sirve un vaso de whisky, lo toma de un solo trago, bota una gran bocanada de aire y finalmente vuelve su vista a mí, esta vez más relajado solo que con una mirada de decepción haciendo que mi estómago se revuelva por el sentimiento de culpa, creo que prefería su estado anterior. Camina en dirección al frente del escritorio apoyando su cuerpo en este, haciendo que tenga que inclinar mi cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara ya que me encuentro sentada.
—Katherina, comprendo que no estés pasando por un buen momento, entre Jeremiah, el trabajo y la universidad, tu vida es una carrera sin descanso, pero desde hace varias semanas has sido deficiente, llegas tarde, no estás presentable, sueles estar distraída, no estás enfocada...— toma una pausa —y no pienso permitir eso en mi empresa, así que... lamento decirte que estás suspendida por cuatro semanas sin paga.
No... No, no, no, no, no, no, no.
Suspendida.
Cuatro semanas.
Suspendida un mes.
Un puto mes.
Joder, creo que esto no podría ser peor.
Abro mi boca para decir algo pero sale un ridículo balbuceo y la cierro inmediatamente.
《¿Qué piensas decir? No tienes ningún derecho de replicar, así que mantente firme y acepta tu responsabilidad》.
Hago caso a la voz de mi conciencia y digo:
—Comprendo, señor.
¿Qué más puedo decir? Absolutamente nada, lo que pase en mi vida privada no debe afectar lo laboral, por muy agotada que me encuentre.
—¿Me puedo retirar?
—Por supuesto— asiente.
Me levanto intentando no ensuciar con gotas de café la oficina pero es inútil, estoy empapada, por otro lado agradezco que ya me dejó de quemar la susodicha bebida, pues en la desesperación me vacié una botella de agua encima, ahora no siento más que un pequeño ardor y por fin se quitó la visibilidad mi sostén blanco de encaje, sí, además de ser el chiste de hoy de la empresa también seré la imagen en que pensarán a mitad de la noche para jalarsela, a eso sumenle que soy copa D. Estoy muy viscosa, mi falda tubo negra está un poco rota por la costura izquierda, mi camisa manga larga chifon ya no es completamente rosa, mis medias pantys negras pegajosas y no me quiero imaginar la burla que me hará Joseph, ya que creo que tendré que llamarlo para que me venga a buscar, no puedo ir así en el metro. Camino a la puerta y cuando estoy a dos pasos de ella, mi jefe me llama.
—Querida... sé que este momento debe ser difícil para ti, pero eres bastante fuerte y puedes contra todo, por lo tanto Jeremiah lo lleva en la sangre, mejorará, estoy seguro.
Me regala una paternal sonrisa que le devuelvo pero la mía no es tan grande.
—Gracias, señor, espero que tenga razón.
Salgo, tomo mis cosas y me dirijo al ascensor mientras me coloco mi abrigo rosa junto a las orejeras, bufanda y guantes del mismo color, cuando entro llamo a Joseph para que venga por mí, después de esperar unos 30 minutos en la recepción de la planta baja recibo un mensaje de mi mejor amigo que dice que ya está enfrente del edificio.
—Si dices algo te castro.
Espeto a penas entrar al auto, que por supuesto no sirve de nada ya que hace total caso omiso a mi amenaza y empieza a hacer bromas malas a mi costa mientras yo solo ruedo los ojos. Cuando llegamos a mi pequeño apartamento lanzo mis tacones al igual que las prendas de invierno a alguna parte de la sala y me tiro en el sofá aún escuchando las burlas de Joseph desde la cocina.
Le voy a clavar el tacón en la yugular.
—Te voy a clavar el tacón en la yugular.
—Que agresiva eres, Kat, por eso no tienes novio— ríe de nuevo —Justo después de que me dijiste que fuera por ti papá llamó, me contó todo, yo pienso que los socios harán caso omiso a el show que hiciste gracias a tus nenas, lo que hubiera dado por estar ahí.