Ella amaba escribir cuentos de "Muerte", pero al sentir envejecer sus ojos temía morir... Por eso, comenzó a buscar la belleza en cada cosa, en cada muerte.
Cada amanecer, cada gato en la terraza, cada bostezar, cada persona que se levantaba, cada flor que seguía con su mirada al sol. También, cada noche, cada luna, cada estrella, cada luz, cada sonrisa de alegría, cada ángel que vio en sus sueños, cada dolor, cada amor, cada lágrima y cada voz.
Cada cosa que divisaba en su mundo daba libre albedrío a su imaginación; delirante, sollozante, algo tenue, desobediente, sentimental y tétrica. Porque a través de sus gafas veías que su única y fiel compañera era la nostalgia.
A ella le apasionaba escribir cuentos de "Muerte", no importaba si había luna llena o un sol radiante, siempre estaba presente el frío tenaz. El paisaje nunca era otro que de color gris o blanco y los sentimientos permanecían a flor de piel, aunque las sonrisas que salían desde los escombros más pesados eran las que siempre, siempre vencían al llanto llevándose la atención agridulce de quien lo leyera.
Así eran sus cuentos de "Muerte" y un día dejó de escribirlos.