Cuentos para dormir

El Escritor

Una noche más en vela, bajo la luz de la luna londinense que atraviesa las oscuras cortinas hasta su escritorio junto a la ventana. Ahí, reposa su único confidente: el cenicero; donde yacen enterradas bajo las cenizas sus únicas plegarias, donde tras cada cigarrillo suspira, exhalando cada vez más rápido sus últimas pizcas de cordura.
Alfred Johnson, un escritor de tiempo completo, que ha intentado por 24 años escapar de la vida. Se encuentra sentado frente al escritorio y se cuela por la ventana una brisa traviesa para acariciar su rostro.

Un susurro lo hace girar.
Poza su mirada sobre el búho que se encuentra descansando en la rejilla del ventanal. Su penetrante mirada de oro hubiese hecho que cualquiera temblara de pavor, sin embargo, Alfred conoce muy bien a su visitante y aunque no le agrada su presencia ya no le teme. 
El plumaje del ave danza al compás del viento que irrumpe en la habitacion hasta el decepcionado rostro de Alfred.

- ¿Otra vez tú? - le pregunta, llevándose un cigarrillo a los labios y encendiéndolo - ¿Que haces aquí?

El búho no despega la mirada del demacrado hombre rubio.

- ¿Otra vez yo? - pregunta el búho - ¿Por qué te sorprende? Sabías que vendría y la prueba esta en que me esperabas, como todas las noches.

- Te equivocas - contradice el de cansados ojos verdes - lo que espero todas las noches es tu ausencia hasta el amanecer.

- No puedo ausentarme - le recuerda el búho - no por mucho tiempo. Soy tan tuyo como tú eres mío.

Alfred se lleva la mano a la cabeza, revolviéndose el cabello con frustración. El búho carcajea.

- Deberías de estar agradecido, soy el único que nunca te abandonará.

- No puedo agradecer una maldición como esa - responde Alfred, para después darle una calada a su cigarrillo. Mira un punto imaginario, intentando ignorar la presencia del búho, como todas las noches.

- Mírame - ordena el búho.

Alfred le ignora.

- Mírame - ordena el búho, otra vez.

Alfred lo ignora de nuevo.

- No deseas verme porque tengo los ojos de tu padre, el hombre que te dió la vida y el que te la quitó al morir.

Alfred sigue mirando en otra dirección, a pesar de que las palabras del búho lo atraviesan como dagas.

- ¿Recuerdas cuando tu padre murió? Aquella carta que les llegó de la guerra a tu madre y a ti, con la noticia escrita en ella de que tu progenitor había muerto en una explosión.

Alfred le da un sorbo al whisky que contiene el vaso de cristal entre sus dedos.

- ¿Cómo se sintió? Yo sé que lo recuerdas. Dolió, ¿cierto? Pero el dolor de tu madre fue mayor y el tuyo... - Alfred por fin, lo mira - el tuyo se incremento después, cuando te convertiste en el tormento de tu pobre madre, cuya desdicha la llevó a perder los estribos.

- ¿Por qué? - de la garganta del búho se escapa la voz de la madre de Alfred - ¿Por qué te pareces tanto a él?

- ¡Callate! - grita Alfred, arrojando con fuerza el vaso con licor hacia la ventana, el cual, al chocar contra las rejillas se hace pedazos, igual que el corazón de Alfred cada vez que recuerda.

- No fuiste bueno para nada, según tu madre y yo le doy la razón. Mirate, no eres nada.

- Yo lo intenté todo para complacerla, pero nunca fui suficiente - sollozó.

- ¡Eres un inútil! - le gritó el búho con la voz de su madre - ¿Por qué murió tu padre y no tú?

- ¡Silencio! - gritó Alfred y le arrojó la botella de whisky al búho, la cual se hizo pedazos al estrellarse contra la pared.
El licor salpicó todo el lugar y el aroma a whisky se impregnó en la pared de adobe y la vieja alfombra gris.

- ¿Y esas cicatrices? - pregunta el búho, mirando sus brazos descubiertos hasta el codo, donde arremangó los puños de la sucia camisa blanca que usa. - ¿Cómo te las has hecho?

Alfred ríe con ironía - Querrás decir, ¿quien me las ha hecho? ¿No? - mira sus zapatos de color negro, un poco rotos de la punta, como su mente.

- Te las hizo tu madre, con cigarrillos encendidos que presionaba contra la frágil piel de un Alfred de diez años. Cincuenta y nueve quemaduras llevas en la piel, cincuenta y nueve recuerdos de dolor durante dos años.

Una lágrima resbala por la pálida mejilla de Alfred, donde la barba dorada empieza a crecer.

- Las cicatrices más largas te las hizo mientras te azotaba con un alambre de hierro por no acatar sus órdenes. Ochenta y tres errores cometiste para que te castigara. Ochenta y tres errores durante tres años.

Alfred sigue con la mirada fija en el piso. Sus ojos verde olivo se han apagado y debajo de ellos descansan enormes ojeras de mil insomnios.

- Y las cicatrices más profundas que llevas en los brazos... - ¡Silencio! - lo interrumpe Alfred tapando sus oídos con ambas manos y cerrando con fuerza sus ojos.

- Esas te las has hecho tú, son siete, siete cicatrices de siete intentos de suicidios fallidos cuando tenías trece años - Alfred dejó caer ambas manos con derrota a los costados, pues escuchó lo que dijo el desgraciado sin querer hacerlo.



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En el texto hay: angeles, homosexualidad, esquizofrenia

Editado: 14.06.2019

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