Mirar la esencia
Las veces que he dicho que he estado creando mi mundo han sido mentiras. He estado escondida todo este tiempo, recordando las heridas infringidas, rememorando perfectamente el dolor que se sintió al recibirlas.
Pero para el mundo, estamos bien. ¿Verdad? No queremos que alguien vuelva a lastimar lo que fue lastimado.
Pero, como mujeres, nuestras curitas son nuestros hijos; haríamos tanto por ellos. Apenas empiezo a escribirles poemas y ya quisiera conocerlos.
¿Pero qué les diremos cuando nos pregunten cómo fuimos de jóvenes? ¿Pasamos por dificultades? ¿Errores?
Entonces, yo te pregunto: ¿Por qué castigas a un niño por habersele caído algo al suelo? ¿Por qué golpeas a un niño por haber tirado un jarrón? ¿Es que acaso tú, de niño, no tiraste jarrones?
El ser humano todavía no comprende que, cuando juzga a una persona, posiblemente se esté mirando a un espejo. Quizás son tus heridas las que hablan, quizás son tus propios monstruos los que te destruyen.
Entonces, quizás te cuente un cuento: Había una vez una joven de preciosos ojos y belleza sencilla. Este hecho fue hace muchos siglos atrás. Esta joven era la hija de un muy rico conde, y ella ostentaba las más ricas comodidades.
Pero esta joven tenía un oscuro corazón, porque cruelmente se burlaba de una de las jóvenes pobres del pueblo. Esta joven de poca riqueza no tenía ojos; más una venda blanca cubría sus cuencas vacías.
Ella sentía que llorar era imposible, pero estaba en constantes tormentas de llanto.
Lo que no sabía la joven de hermosa belleza que se burlaba de ella era que realmente estaba viviendo en una mentira.
Años atrás, cuando nació la hija del conde, esta se enfermó de la vista y perdió sus ojos. El conde lloraba en las esquinas de su palacio, hasta que se corrió la voz de que su hija estaba enferma y daba una buena suma de dinero a aquel que le donara ojos para su hija.
Una madre desesperada y corta de dinero necesitaba alimentar a su hija que moría de hambre, y aquella mujer pensó: "Prefiero que no veas este mundo a que mueras a manos del hambre y nunca más te vea."
Aquella madre dio los ojos de su hija. Unos preciosos ojos verdes. Verdes oscuros; nunca se habían visto ojos más hermosos como aquellos ojos verdes oscuros.
¿De qué sirve esa belleza si por dentro estás podrida? ¿De qué te sirve ser mujer y no ser para ella o para él una madre sencilla?
Qué cruel belleza, que con ojos preciosos no veía. Y qué injusta la vida, que aquella joven de cuencas vacías observaba maravillas.
¿Juzgar? ¿Tú a quién quieres juzgar? ¿Es que no ves que te obsequiaron ojos perfectos para mirar?
¿Y tú estás mirando? ¿Qué miras ; además de juzgar?
Mi niño, lo esencial no es visible a los ojos.
Y espero poder leerte "El Principito" cuando cumplas los ocho.