Cuidado con la Nerd

Capítulo 15: Números y miradas

Max

El despacho de Le Château Lumière parecía más pequeño de lo normal, como si las paredes se cerraran para recordarme que mi vida era un castillo de naipes a punto de colapsar. Eran las diez de la mañana, y yo, Max Roux, estaba sentado en mi escritorio, mirando un correo de mi madre, Beatriz, que podría haber sido escrito por un general antes de una batalla. “Reunión urgente mañana a las 9:00. Presentarás los avances de tus tres meses como director ante toda la empresa. No me decepciones.” Cada palabra era un clavo en mi ataúd, y el sudor en mi nuca no tenía nada que ver con el calor de junio.

No soy un genio de los números. Nunca lo he sido. Mi talento está en las sonrisas, en convencer a clientes VIP como Diego Salazar de alquilar el restaurante, en mantener el brillo de Le Château Lumière aunque el motor esté gripado. Pero Beatriz no quería sonrisas. Quería gráficos, balances, pruebas de que su hijo no era solo una cara bonita con un traje caro. Y yo, con tres meses como director, tenía más problemas que soluciones: el escándalo con Vanessa, los rumores del “romance secreto” con Amelia, y ahora esto. Mi única esperanza era Amelia Foster, la nerd con gafas torcidas que había salvado mi pellejo más veces de las que podía contar.

Leo estaba repantigado en el sofá, con su chaqueta de cuero y una sonrisa que parecía decir “me alegra no ser tú”. Había llegado cinco minutos antes, oliendo a café y problemas, y se había quedado porque, según él, “esto iba a ser un espectáculo”.

—Max, amigo, estás más pálido que la sopa de cebolla de Paul —dijo, cruzando los brazos—. ¿Qué vas a hacer? ¿Bailar para Beatriz y esperar que se olvide de los números?

—Cállate, Leo —gruñí, pasándome una mano por el pelo—. No tengo ni idea de qué presentar. Los últimos tres meses han sido un caos. Entre Vanessa, Clara, y ese maldito rumor, apenas he dormido, mucho menos revisado balances.

Leo soltó una risa que retumbó como un trueno.

—Tranquilo, rey del drama. Tienes a la nerd mágica, ¿no? Amelia puede convertir un desastre en un PowerPoint en cinco minutos.

Como si la hubiéramos invocado, Amelia entró, con una pila de carpetas que parecía a punto de derrumbarse y una blusa con una mancha de tinta que parecía un mapa abstracto. Sus gafas estaban más torcidas que nunca, y su cabello era un nido que gritaba “no he dormido”. Pero sus ojos, detrás de esas lentes, tenían esa chispa que aparecía cuando el mundo se caía y ella tenía un plan.

—Señor Roux, traje los documentos que pidió —dijo, dejando las carpetas en mi escritorio con un golpe seco—. Pero… hay algo que necesita saber antes de la reunión.

Su tono era serio, como si estuviera a punto de confesar un crimen. Leo arqueó una ceja, y yo sentí un nudo en el estómago que no era solo por el correo de Beatriz.

—¿Qué pasa, Foster? —pregunté, intentando sonar calmado aunque mi voz sonaba como un coche con batería baja—. ¿Otro desastre? Porque mi cupo está lleno.

Amelia respiró hondo, ajustándose las gafas, y abrió una carpeta con números que parecían un idioma alienígena.

—Revisé los financieros de los últimos tres meses —dijo, señalando filas de cifras rojas que me dieron ganas de salir corriendo—. El restaurante está en problemas. Muy graves. Los gastos superan los ingresos en un veinte por ciento. Las reservas han bajado, los proveedores están cobrando más, y si no cambiamos algo, podríamos quebrar en seis meses.

El silencio que siguió fue tan pesado que podría haber aplastado un elefante. Leo dejó de sonreír, y yo sentí que el suelo se movía como en un terremoto. ¿Quiebra? ¿Le Château Lumière, el orgullo de los Roux, cerrando? Beatriz me desheredaría, Clara me dejaría, y yo terminaría vendiendo hamburguesas en una esquina.

—¿Estás segura? —balbuceé, mirando los números como si pudiera cambiarlos con fuerza de voluntad—. Esto… esto no puede ser. ¿No hay un error?

Amelia negó con la cabeza, con una calma que me hizo querer gritar.

—No hay error, señor Roux. Lo revisé tres veces. Necesitamos más tiempo y nuevas estrategias. Un festival gastronómico, descuentos, redes sociales. Pero para mañana… no tenemos nada sólido que mostrar.

Leo silbó, inclinándose hacia adelante.

—Nerd, eso es un bombazo —dijo, con una mezcla de respeto y pánico—. Beatriz va a freír a Max si presenta esto. ¿Algún plan milagroso, o nos rendimos ya?

Me levanté, caminando de un lado a otro como un león enjaulado. Mi mente era un torbellino: Beatriz esperando resultados, Clara vigilándome, el restaurante hundiéndose. Y yo, el gran Max Roux, sin una maldita idea de qué hacer.

—No puedo presentar esto —dije, señalando la carpeta como si fuera veneno—. Mi madre me crucificará. Y la empresa… pensarán que soy un inútil. Foster, ¿no hay algo que podamos mostrar? ¿Algo que no sea un funeral?

Amelia mordió su labio, mirando los papeles como si buscaran una respuesta. Luego, levantó la vista, y sus ojos tenían un brillo que no supe si era genialidad o locura.

—Hay una opción —dijo, con una voz baja que me hizo parar en seco—. Podemos… ajustar los números. Cambiar los ingresos, reducir los gastos en el informe. No será real, pero comprará tiempo hasta que tengamos un plan. Puedo prepararlo para mañana.

Mi boca se abrió, pero no salió nada. ¿Amelia, la nerd honesta que parecía incapaz de mentir, sugiriendo un fraude? Leo soltó una carcajada que resonó como un cañonazo.

—¡Foster, eres una caja de sorpresas! —dijo, aplaudiendo lento—. ¿Desde cuándo eres tan maquiavélica? Me gusta.

Yo, en cambio, no estaba tan seguro. Mentir a Beatriz, a la empresa, era como jugar con fuego en un tanque de gasolina. Pero la alternativa—admitir que el restaurante estaba al borde del abismo—era peor. Miré a Amelia, buscando una grieta en su confianza, pero solo vi esa determinación que había visto cuando trajo a Salazar o cubrió lo de Vanessa.

—¿Puedes hacerlo? —pregunté, con una voz que sonaba más desesperada de lo que quería—. ¿Y que nadie lo note?




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