Amelia
La sala de juntas de Le Château Lumière era como un escenario de teatro donde todos fingían ser más importantes de lo que eran. La mesa redonda, pulida hasta brillar como un espejo, reflejaba las caras tensas de los empleados, y el aire olía a café caro y nervios. Eran las nueve de la mañana, y yo estaba sentada en una silla que crujía cada vez que me movía, con un informe falso en las manos que pesaba como una sentencia. Beatriz Roux, la madre de Max y la reina indiscutible de la empresa, estaba al frente, con un traje gris que parecía diseñado para intimidar y una mirada que podría derretir el hielo polar.
A mi alrededor, el equipo directivo y los supervisores del restaurante formaban un círculo incómodo. Clark, el maître, tamborileaba los dedos con una sonrisa que escondía veneno. Anet, con su libreta de reservas como si fuera un escudo, lanzaba miradas asesinas a cualquiera que la mirara. Gloria y Zianna, las únicas que me dieron un guiño de apoyo, estaban apretadas entre Paul, que sudaba como si estuviera en una sauna, y Leo, que parecía disfrutar del caos como si fuera un espectáculo. Max estaba a mi derecha, con un traje azul que le quedaba como un guante, pero sus manos, escondidas bajo la mesa, temblaban como hojas en un vendaval. Y yo, con mi blusa arrugada y mis gafas torcidas, sentía que mi corazón latía tan fuerte que todos podían oírlo.
Beatriz carraspeó, y el silencio cayó como una cortina de plomo.
—Buenos días —dijo, con una voz que era puro acero—. Convoqué esta reunión para evaluar los avances de mi hijo, Max, como director de Le Château Lumière. Tres meses es tiempo suficiente para mostrar resultados. Max, adelante.
Max se levantó, con una sonrisa que era puro teatro, y empezó a hablar sobre “crecimiento sostenido” y “estrategias innovadoras”. Pero sus ojos, cada pocos segundos, buscaban los míos, como si yo fuera un ancla en un mar de tiburones. El informe que había preparado anoche, con números manipulados para ocultar la crisis financiera, estaba en sus manos, y cada palabra que decía era una cuerda floja sobre la que caminábamos juntos.
Estaba a punto de pasar a las proyecciones cuando la puerta se abrió con un golpe, y Clara entró como si fuera la protagonista de una película. Su vestido rojo abrazaba cada curva, y su perfume llegó antes que ella. Todos giraron la cabeza, pero sus ojos, verdes y afilados, se clavaron en mí como dagas.
—¿Interrumpo? —dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Max, no me dijiste que esta sería una reunión… inclusiva.
Señaló mi silla con un gesto que parecía acusarme de un crimen. Mi cara ardió como si estuviera bajo un reflector, y el rumor del “romance secreto” que Anet había regado como veneno pareció flotar en el aire. Beatriz arqueó una ceja, pero no dijo nada, esperando la respuesta de Max.
—Clara, siéntate —dijo Max, con una voz más fría de lo que esperaba—. Amelia está aquí porque preparó el informe. Es mi secretaria, y su trabajo es esencial.
El silencio que siguió fue tan denso que podría haberlo cortado con un cuchillo. Clara parpadeó, como si no esperara resistencia, y Anet soltó una risita que sonó como un clavo en mi orgullo. Clark murmuró algo a Paul, y sentí las miradas del equipo como agujas en mi piel. Pero entonces, Max se giró hacia mí, y sus ojos, por un segundo, fueron un escudo.
—Amelia, ¿puedes explicar las proyecciones? —preguntó, con un tono que era más una orden que una petición.
Tragué saliva, ajustándome las gafas, y me levanté, con las piernas temblando como gelatina. El informe estaba lleno de mentiras—ingresos inflados, gastos reducidos, promesas de un festival gastronómico que aún no existía—pero lo había diseñado para sonar creíble. Con la voz más firme que pude, hablé de “tendencias positivas”, “aumento de reservas” y “estrategias de marketing”. Cada palabra era un paso en un campo minado, pero Beatriz escuchaba, tomando notas, y los demás seguían, algunos con aburrimiento, otros con sospecha.
Cuando terminé, me senté, con el corazón galopando como un caballo desbocado. Max retomó la palabra, agradeciendo mi “dedicación” y pasando a temas operativos. Clara, ahora sentada junto a Anet, me lanzaba miradas que podrían haber congelado el sol, pero no dijo nada más. Beatriz, al final, asintió, con una expresión que no revelaba nada.
—Buen trabajo, Max —dijo, cerrando su libreta con un chasquido—. Espero ver estas proyecciones cumplidas. La reunión ha terminado.
El alivio fue como una ola que me arrastró, pero no pude disfrutarlo. Todos se levantaron, murmurando y recogiendo sus cosas. Gloria me dio un pulgar arriba desde el otro lado de la mesa, y Zianna susurró un “lo hiciste, nerd” que me hizo sonreír. Leo, con una sonrisa de tiburón, le dio una palmada a Max en la espalda, diciendo algo sobre “esquivar balas”. Clark y Paul salieron discutiendo sobre el menú, y Anet se fue con Clara, lanzándome una última mirada venenosa.
En minutos, la sala quedó vacía, excepto por Max y yo. Estaba recogiendo mis papeles, intentando no pensar en las palabras de Clara—“nueva secretaria”, como si fuera una intrusa—cuando tropecé con el cable del proyector. Mi carpeta voló, mis gafas se deslizaron por mi nariz, y yo caí hacia adelante, segura de que el suelo me esperaba con una burla.
Pero no llegué al suelo. Unas manos fuertes me sujetaron por los brazos, y cuando levanté la vista, Max estaba allí, a centímetros de mí, con una expresión que era mitad preocupación, mitad algo que no supe nombrar. Sus ojos, de un azul que parecía un océano en calma, me atraparon, y por un momento, el mundo se detuvo. No era solo que me había salvado de un ridículo. Era la forma en que me miraba, como si, por primera vez, me viera de verdad.
—¿Estás bien, Foster? —preguntó, con una voz baja que vibró en mi pecho.
Asentí, incapaz de hablar, con mi cara ardiendo como una fogata. Sus manos seguían en mis brazos, cálidas y firmes, y el espacio entre nosotros era tan pequeño que podía oler su colonia, una mezcla de madera y especias que me mareaba. Nos miramos más tiempo del que era seguro, y mi corazón, ese traidor, latía como si quisiera confesar todo lo que escondía.
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Editado: 12.07.2025