Cuidado con la Nerd

Capítulo 17: Fuego en el rumor

Max

El rugido del extractor en la cocina de Le Château Lumière era lo único que rompía el silencio en mi cabeza. Estaba apoyado contra la encimera de acero, con una taza de café que ya no humeaba y un teléfono que vibraba como si tuviera vida propia. Eran las cuatro de la tarde, y estaba atrapado en un huracán que no había visto venir. Anet había soltado una bomba: una foto borrosa de Amelia y yo en la sala de juntas, mis manos en sus brazos, nuestras caras tan cerca que parecía un fotograma de una película romántica. El mensaje que la acompañaba, enviado al grupo de WhatsApp del restaurante, era puro veneno: “¿Romance en la oficina? La nerd conquista al jefe.” Ahora, el rumor del “romance secreto” era una fogata que amenazaba con quemarlo todo, y Clara, mi prometida, estaba lista para echarle gasolina.

La puerta de la cocina se abrió con un chirrido, y Leo entró, con su chaqueta de cuero colgando como si fuera un rockstar y una sonrisa que decía “esto va a ser un desastre épico”.

—Max, amigo, eres el protagonista de la telenovela del año —dijo, apoyándose en la nevera y sacando su teléfono—. Anet se merece un Oscar por esta foto. Parece que estás a punto de besar a Foster. ¿Qué demonios pasó?

—No pasó nada, Leo —respondí, apretando la taza hasta que mis nudillos se pusieron blancos—. Amelia tropezó, la sostuve, y esa víbora de Anet sacó una foto. Ahora Clara cree que estoy teniendo una aventura, y Beatriz… si mi madre ve esto, me deshereda.

Leo soltó una carcajada que retumbó como un trueno en la cocina.

—Relájate, rey del caos —dijo, cruzándose de brazos—. Aunque, oye, no te culpo. Foster tiene ese rollo de nerd adorable. Pero Clara no va a comprar lo de “solo la ayudé”. ¿Ya hablaste con ella?

Negué con la cabeza, sintiendo un nudo en el estómago. La reunión con Beatriz ayer había sido un milagro, gracias al informe falso que Amelia preparó. Nadie sospechó que el restaurante estaba al borde de la quiebra, pero esta foto podía derrumbar todo. Clara ya estaba paranoica desde que cuestionó la presencia de Amelia en la reunión, y yo, como idiota, no había desmentido el rumor con suficiente fuerza. Y Amelia… ella no merecía ser el blanco de las lenguas venenosas del restaurante, no después de salvarme una y otra vez.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo, y Clara irrumpió, con un vestido negro que parecía diseñado para una guerra y unos tacones que resonaban como disparos. Anet estaba detrás, con su libreta de reservas apretada contra el pecho y una sonrisa que era puro veneno destilado.

—Max, tenemos que hablar —dijo Clara, con una voz tan afilada que podría haber cortado la encimera—. ¿Qué es esto? —Agitó su teléfono, donde la foto de Amelia y yo brillaba como una prueba en un juicio—. ¿En serio crees que voy a tragarme que “nada pasó”?

—Clara, cálmate —dije, dejando la taza en la encimera y levantando las manos como si negociara con un francotirador—. No es lo que parece. Amelia tropezó después de la reunión, la ayudé a no caerse, y Anet sacó esa foto para armar un lío. No hay nada entre nosotros.

Clara cruzó los brazos, con una ceja tan alta que parecía tocar las luces del techo.

—¿Nada? —repitió, con un tono que goteaba desprecio—. Anet me contó que Amelia está metida en todo: correos con Salazar, el informe para Beatriz, y ahora esto. ¿Qué sigue, Max? ¿La vas a poner en mi lugar en la boda?

Anet dio un paso adelante, con una risita que sonaba como cristales rotos.

—Es obvio, Clara —dijo, ajustándose el cabello como si estuviera en un plató—. La nerd cree que puede escalar seduciendo al jefe. Todo el mundo habla de su “romance secreto”. ¿Verdad, Leo?

Leo, que hasta ahora había estado disfrutando del espectáculo, se enderezó, con una mirada que podría haber congelado a Anet en el acto.

—Anet, guárdate tus cuentos para tu diario —dijo, con un tono que era puro acero envuelto en terciopelo—. Amelia salvó a Max con ese informe, mientras tú solo sabes chismorrear. Si alguien está causando problemas aquí, eres tú.

Anet se puso roja como un pimiento, pero Clara no cedió. Me miró, esperando una respuesta, y sentí el peso de cada error que había cometido: el desliz con Vanessa, los rumores que dejé crecer, la forma en que dependía de Amelia sin darle el crédito que merecía.

—Clara, te lo juro por mi vida, no hay nada con Amelia —dije, mirándola a los ojos aunque mi voz temblaba—. Es mi secretaria, hace su trabajo mejor que nadie, y eso es todo. Si no me crees, entonces no sé qué estamos haciendo aquí.

Clara respiró hondo, como si contara hasta diez para no explotar.

—Esto no termina, Max —dijo, con una voz baja que era más aterradora que un grito—. Si descubro que me mientes, la boda se cancela. Y esa nerd… que se mantenga en su lugar.

Salió, dejando un rastro de perfume que olía a ira. Anet, con un bufido, la siguió, lanzándome una mirada que decía “esto no ha acabado”. Leo silbó, apoyándose en la nevera otra vez.

—Amigo, estás caminando sobre vidrios rotos —dijo, con una risa que era mitad diversión, mitad lástima—. Pero, oye, Foster es una joya. ¿Viste cómo Clara intentó destrozarla en la reunión y ella ni se inmutó? Esa chica tiene agallas.

No respondí. Mi mente se fue a otro lugar, a un recuerdo que llevaba años enterrado pero que ahora salía como un fantasma. Era mi segundo año en la universidad, y yo seguía siendo el Max Roux que creía que el mundo giraba a mi alrededor.

Flashback

Tenía veinte años, y las noches en los bares eran mi reino. Mis amigos, Diego y Álvaro, eran mi corte, y yo era el rey, con una cerveza en la mano y una sonrisa que abría puertas. Esa noche, en un antro lleno de luces neón y música atronadora, vi a un chico nuevo en nuestro grupo, un tipo flaco llamado Mateo, con una camiseta de Star Wars y una risa nerviosa. Diego, que nunca perdía la chance de burlarse, lo señaló.

—Mira al friki —dijo, con una risa que olía a tequila—. Apuesto a que nunca ha besado a nadie.




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