Cuidado con la Nerd

Capítulo 19: Juego de carisma

Max

El almacén de Le Château Lumière olía a especias y a problemas que no podía ignorar. Estaba apoyado contra una estantería llena de latas de tomate, con un inventario en la mano que no había leído y un dolor de cabeza que palpitaba como un tambor. El evento de Amelia había sido un éxito, pero el chisme de Vanessa encerrada en mi despacho toda la noche seguía corriendo como un virus, y Clara’s mirada cada vez que me cruzaba con ella era un recordatorio de que mi vida era un castillo de naipes a punto de caer. Y luego estaba Amelia, la nerd con gafas torcidas que salvaba mi pellejo una y otra vez, pero cuya inteligencia empezaba a ponerme nervioso. O, más bien, ponía nervioso a Leo.

Leo entró al almacén con su chaqueta de cuero crujiendo y una sonrisa que era puro caos calculado. Llevaba un café en una mano y su teléfono en la otra, como si estuviera listo para dirigir una conspiración.

—Max, amigo, tenemos un problema —dijo, apoyándose en una caja de vino y mirándome como si fuera un detective en un interrogatorio—. Esa nerd tuya, Amelia, es demasiado lista. Sabe más de lo que debería.

Fruncí el ceño, dejando el inventario en una estantería.

—¿De qué hablas, Leo? —pregunté, cruzándome de brazos—. Amelia es mi secretaria. Claro que sabe cosas, para eso le pago.

Leo negó con la cabeza, con una risa que sonaba como un motor arrancando.

—No, no, rey del despiste —dijo, bajando la voz como si las latas pudieran espiarnos—. Piensa. Ella encontró los números rojos del restaurante, preparó ese informe falso que engañó a Beatriz, cubrió tu desliz con Vanessa, y organizó un evento que salvó el turno. Esa chica tiene los secretos de la empresa en la cabeza. ¿Y si decide usarlos? ¿O si alguien como Clara o Anet la presiona?

Me quedé callado, con un nudo en el estómago. Amelia había sido mi salvavidas desde que llegué como director: los correos con Salazar, el informe para Beatriz, el evento de la “Noche de Sabores”. Pero Leo tenía razón. Ella sabía demasiado: la quiebra inminente, el escándalo de Vanessa, incluso el rumor del “romance secreto” que seguía creciendo. Si algo salía mal, Amelia podía ser una bomba de tiempo.

—¿Qué sugieres? —pregunté, con una voz más tensa de lo que quería—. ¿Que la despida? Porque no puedo. La necesito.

Leo sonrió, con un brillo en los ojos que me dio escalofríos.

—No, Max, despedirla, no —dijo, dando un sorbo a su café—. Contrólala. Y tu mejor arma es esa cara de modelo y tu carisma. Haz que confíe en ti, que te adore. Finge que tienes sentimientos por ella. Unas flores, un par de “cariño” por aquí y por allá, y la tendrás comiendo de tu mano.

Mi boca se abrió, pero no salió nada. ¿Fingir sentimientos por Amelia? La idea era absurda. Amelia era… Amelia. La nerd con blusas arrugadas y gafas que parecían pegadas con cinta adhesiva. Estaba agradecido por su trabajo, pero imaginarme con ella, incluso como una actuación, era como imaginarme bailando ballet en tacones. Ella no era Clara, con su elegancia afilada, ni Vanessa, con su fuego impredecible. Era solo… mi secretaria.

—Leo, eso es una locura —dije, pasándome una mano por el pelo—. Amelia no se lo creería. Y Clara me mataría. Ya está paranoica con ese rumor de la foto.

Leo se acercó, dándome un codazo como si fuéramos adolescentes planeando una travesura.

—Clara no tiene que saberlo —dijo, guiñándome un ojo—. Y Amelia… créeme, las chicas como ella caen fácil por un tipo como tú. Un ramo de flores, un par de cumplidos, y estará tan embobada que no pensará en traicionarte. Es estrategia, amigo. Piensa como director, no como galán.

Quise protestar, pero las palabras se atascaron. Leo tenía un punto. Amelia era leal, pero ¿hasta cuándo? Si Clara o Anet la presionaban, o si se cansaba de mis desastres, podía soltar todo lo que sabía. Y yo no podía permitírmelo, no con el restaurante al borde del abismo y Beatriz respirándome en la nuca.

—Está bien —dije, con un suspiro que sentía como una rendición—. Lo intentaré. Pero si esto sale mal, te culparé a ti.

Leo levantó su café como si brindara por una victoria.

—Ese es mi Max —dijo, riendo—. Ahora ve a comprar unas flores. Y practica tu sonrisa de “estoy enamorado”. La vas a necesitar.

Esa tarde, con un ramo de margaritas en la mano que me hacía sentir como un actor en una comedia barata, encontré a Amelia en la oficina, enterrada en una pila de facturas. Su cabello era un nido rebelde, y una mancha de tinta en su mejilla le daba un aire de científica loca. Ajustaba sus gafas cada dos segundos, murmurando algo sobre “proveedores estafadores”. Por un momento, dudé. Esto era ridículo. Pero luego pensé en Leo’s advertencia, en los secretos que Amelia guardaba, y apreté el ramo como si fuera un escudo.

—Amelia, eh… hola —dije, apoyándome en la puerta con mi mejor sonrisa, la que usaba para convencer a clientes VIP.

Ella levantó la vista, parpadeando como si hubiera olvidado que existía.

—Señor Roux, ¿necesita algo? —preguntó, con una voz que era puro profesionalismo, aunque sus mejillas se tiñeron de rosa.

—Solo quería… agradecerte por el evento —dije, entrando y dejando las flores en su escritorio—. Esto es para ti. Por ser, ya sabes, increíble.

Amelia miró las margaritas como si fueran un artefacto alienígena. Luego me miró a mí, con una mezcla de confusión y sospecha que me hizo sudar.

—¿Flores? —dijo, ajustándose las gafas—. Eh… gracias, señor Roux. Pero no era necesario. Solo hice mi trabajo.

—Cariño, tú haces más que eso —respondí, con un guiño que esperaba fuera encantador y no patético—. Este lugar estaría perdido sin ti.

La palabra “cariño” sonó como una nota desafinada, y Amelia’s ojos se abrieron como platos. Por un segundo, pensé que me tiraría las flores a la cara, pero solo se sonrojó más, murmurando un “gracias” apenas audible. Recogió las flores, oliéndolas con una timidez que me hizo sentir como un villano.




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