Culpa y Redención

Capítulo 1

Raúl del valle

La nieve ha comenzado a caer. Todo está frío, el blanco se puede ver en todas partes y el hielo se convierte en el paisaje más admirado. Nadie nota mi presencia, soy alguien que pasa desapercibido sin saber que, con un chasquido, muevo cualquier cosa en la ciudad.

A manera de protección, mi brazo rodea mi cuerpo y sobo mis brazos para entrar un poco en calor. Claro que esto no es suficiente, es necesario llegar a casa y que su calor mismo me envuelva y me proteja de la intemperie. Odio estos días y puede que se deba a que soy como el clima, frío, intolerable, gris… Nadie ha sido capaz de descubrir más allá de lo que se puede ver por fuera, solamente ella.

Pero, ¿qué me pasa?, por qué recordarla precisamente hoy.

Sacudo mi cabeza para que las malas ideas se vayan. Ingreso a mi coche sintiendo el cambio de temperatura. El abrigo queda fuera de mi cuerpo, terminando en el asiento del copiloto; esta noche será mi única acompañante. Manejo con cuidado, ya que en estos días es cuando más accidentes ocurren. Estoy cerca de la desviación que me llevará a casa, a la más alejada del mundo y donde nadie pueda molestarme. Soy así, solitario, sin ganas de nada más que concentrarme en mis negocios, vivir mi vida sin más preocupaciones que las empresas y sin más miedos que el perder dinero.

Suena el teléfono con el tono característico, indicándome que se trata de mi madre. Sé que hace días que no la visito y seguramente está preocupada, así que tomo el teléfono, no sin antes orillarme para no provocar alguna tragedia.

—Disculpa mamá, he estado algo ocupado y no he podido ir a verte —respondo enseguida y antes de que empiece con su sermón es mejor aclarar; sin embargo, no hay una respuesta instantánea. El ruido intermitente comienza a molestar e imagino que mamá se equivocó al marcar y lo mejor que puedo hacer es colgar. Estoy por presionar el botón y una milésima de segundo antes, escucho la voz de alguien desconocido.

—¿Es usted familiar de la señora Verónica Rivera del Valle?

—Sí, es mi madre, ¿qué hace usted con su teléfono? —pregunto algo molesto, no quiero pensar que fue víctima de algún asalto o que alguien esté llamando para extorsionarme o, en el peor de los casos, que la hayan secuestrado.

—La señora sufrió un accidente, necesitamos la presencia de un familiar para que autorice la intervención que estamos por hacer. —Dejo de escuchar lo que me dice, mi cabeza da vueltas tan solo de imaginar que mi madre esté en un hospital, que le hayan hecho daño. No quiero quedarme solo. Creo que ese es mi mayor miedo.

—¿Señor? Sigue en línea —preguntan para confirmar, al parecer el shock me ha dejado mucho tiempo mudo.

—Aquí sigo. Envíeme la dirección que estoy por allá pronto.

Retorno por dónde vine, dirigiéndome al hospital ubicado en el centro de la ciudad. Por más que trato de ir con precaución, la idea de que algo pueda pasarle a mi madre me preocupa. Mi cabeza genera muchos escenarios y eso no es bueno en mi concentración.

Debido a la nieve, me cuesta más tiempo de lo normal llegar hasta el hospital. En cuanto llegó, ya me esperan para que firme, ni siquiera lo pienso, que hagan lo necesario para salvarle la vida, de los demás yo me encargo.

Pasa el tiempo y nadie sale a darme informes del cómo está su estado de salud, lo único que sé es lo que se me dijo cuando llegué. Ella sufrió un accidente, tuvo varios daños y ahora se encuentra en estado crítico. No puedo saber qué es exactamente lo que le están haciendo allá adentro, lo único que espero es que le estén salvando la vida y ella se aferre a este.

A pesar de lo duro que pueda parecer, no sabría cómo superar si ella se va. Si fue difícil cuando papá murió, no quiero ni imaginarme si ella también me deja solo.

Entre sentarme y dar vueltas en la sala de espera, ya estoy llegando al límite de la desesperación. No me moveré hasta que alguien me diga algo. Voy en busco de una enfermera y recibo la misma respuesta que las otras mil veces que he preguntado. No saben nada. Seguramente ya he de tener fastidiada a la enfermera porque puedo verlo en su mirada de fastidio.

—¿Familiares de Verónica Rivera?

—Soy yo. —Salto del sofá en el que estaba sentado hace unos segundos y me acerco al médico.

—Hemos hecho todo lo posible por la señora, desafortunadamente…

—¡No! Ella no me puso haber dejado solo —Me alteró de solo imaginar lo que le ha pasado. Ella no puede irse así nada más. Necesito aún de ella.

—Le voy a pedir que se tranquilice y me escuche —ante su indicación me quedo mudo—. Debido a las múltiples fracturas, cayó en estado de coma y hasta que despierte no sabremos las repercusiones que existen en su cuerpo. Ella no está muerta, aún hay esperanza. —Al menos sus palabras me alejan del escenario más catastrófico.

—Hagan lo que sea, traigan a especialistas, usen los mejores tratamientos, pero no permitan que muera. Quiero verla despierta. —Casi grito, a pesar de mostrarme calmado para que no me corran de aquí.

—Haremos lo posible.

Recibo algunas indicaciones de su parte y muchas horas después, al fin se me permite verla. En cuanto ingreso a la habitación, lo primero que noto es su cara lastimada. Es difícil pensar que ella puede irse de un día para otro y es mucho más difícil imaginarme huérfano a pesar de mi edad. Ni siquiera debería de estar teniendo estos pensamientos en mi cabeza.




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