Raul del Valle
Me quedo embobado escuchándola hablar, viendo en ella la seguridad que desde siempre me ha desprendido. Parece tan indiferente a mí, mientras que yo he de admitir que estoy nervioso por esto. De todas las mujeres del mundo jamás imaginé que podría volver a verla o mucho menos que ella llegara a mi oficina. Esto es tan inesperado y me toma por sorpresa.
—Buenas tardes, señorita Zepeda. Tome asiento y dígame, ¿en qué puedo ayudarla? —Responder de la misma manera en que ella lo ha hecho es lo mejor. Prefiero las formalidades para enterarme de qué es lo que busca o por qué se encuentra aquí.
—Traigo ante usted la demanda de mi clienta, la señorita Irma Román. —He de admitir que no esperaba que ella defendiera a la loca esa. También no pasa desapercibido que ella pudo lograr el sueño que tenía y la tengo aquí frente a mí, siendo una abogada en toda regla.
—¿Así que es usted quien la representa? Espero que le haya dicho cuál es la verdad detrás de esto. —Tomo la hoja que me ofrece y finjo leerlos.
—Lo hizo y con más razón he decidido tomar el caso, después de todo, fui una fiel testigo de lo que usted es capaz. —Ya puedo recordarla con más facilidad, ella no se queda callada.
—¿No cree que eso va contra la ética profesional? Usted está predisponiendo algo que probablemente no pasó, solamente porque usted haya tenido una mala experiencia, no quiere decir que todos hayan pasado por lo mismo.
Puedo sonar como un completo imbécil, pero es mejor dejar las cosas claras. Así me hubiera mandado al mismo presidente de la república, yo hubiera mantenido mi postura.
—¿Por qué no nos quitamos las máscaras? Acepta tu culpa y hazte cargo de tu responsabilidad o es que, ¿siempre prefieres el camino fácil? —Eso fue un golpe bajo y ella lo sabe.
Los colores suben a mi rostro, me estoy poniendo furioso por la manera en que se están dando las cosas. Busco la calma de cualquier lado. Este juego podemos jugarlo ambos.
—Dile a esa mujer que no pienso ceder ante sus chantajes. Se lo dejé claro y te lo dejo claro a ti, y si no tienes más que decir, lo mejor es que salgas por la puerta por la que entraste. —Mi enojo ha hecho acto de presencia y ella lo nota.
—Mi clienta solo quiere llegar a un acuerdo. —Baja un poco la guardia, pero conociéndola, y si sigue igual de aferrada como la recuerdo, entonces no descansará hasta comprobar que soy culpable, aunque no lo sé.
Le voy a seguir el juego para ir de subiendo sus modos. Todas las personas tienen un punto débil por el que se les puede atacar.
Ya no tengo que lidiar con Irma, ahora el problema tiene un nuevo nombre y apellido: Alina Zepeda.
—¿Qué acuerdo? Ella quería más de lo que le puedo ofrecer. Mi padre le tuvo demasiadas consideraciones. Yo no, y por eso está armando todo este relajo. ¿Quieres que te muestre su confesión o los hago en el juzgado?
Claro que esto no se lo esperaba, he de decir que nadie puede contra mí, solamente ella pudo hacer que baje la guardia en el pasado. Parece que el tiempo se detuvo y ella sigue desafiándome.
—Entonces, nos vemos en el juzgado. —Ella siempre quiere tener la última palabra y aquí está, diciéndome que siempre va a ser así y que no puede perder.
Veo cómo se levanta, tan segura de lo que hace. Por mi parte, yo solo puedo quedarme embobado, admirando y recordando tantas cosas. Reacciono en cuanto ella sale de la oficina, entonces, como si mi silla tuviera un resorte, me levanto y voy tras ella.
—Alina. —Mi llamado hace eco ante la sala vacía.
Voltea al escuchar mi voz. Nunca, en el tiempo que nos conocimos, la llamé por su nombre, ni siquiera el primer día que se atravesó en mi camino. Para mí siempre fue mi pequeña, Ali. También me sorprendo al escuchar mi propia voz nombrándola.
¿Qué pretendo?, ¿hacer que ella se quede más tiempo? ¿Cuál sería el pretexto? Ni yo puedo responderme a esa pregunta, tal vez solo quiero admirarla una última vez, que mi cabeza guarde su nuevo rostro y quedarme con la mejor impresión ante este inesperado reencuentro. También hay mucho que quiero preguntarle…
—¿Te puedo ayudar en algo? —interrumpe mis pensamientos.
—Quiero invitarte a comer, así te explico lo que sucede y además te doy razones suficientes para que desistas de llevar el caso de Irma. —Me escucho haciendo la invitación y puedo jurar que ni siquiera lo pensé, fue espontáneo.
Ese puede ser un buen pretexto para tenerla cerca, para ponernos al día, tal vez. Sería muy iluso de mi parte imaginar que ella desea charlar de algo más que no sea el caso.
Es increíble que este reencuentro inesperado me esté haciendo hacer cosas que no hubiera pensado. Me doy cuenta de que sigue provocando lo mismo en mí, pero buscaré la manera de fingir que no me afecta y que toda interacción que tengamos es meramente profesional.
—No hago este tipo de reuniones, créame que si yo acepto un caso es porque estoy segura de que lo voy a ganar.
—Parece que, en este caso, te ha fallado la intuición. Ya deja de llamarme de usted y fingir que somos dos desconocidos. —Le digo al estar más cerca de ella.
—Está usted en su oficina, la empresa que tanto quiere. Es así como usted se merece que lo traten —me responde con tanta ironía e indiferencia que hay algo dentro de mí que se remueve.