Alina
—¡Azul! Baja de inmediato a desayunar. Te cuento tres antes de que suba y te traiga de las greñas. —gritar es mi única opción.
Soy abogada y he lidiado con gente de diferentes personalidades, he podido hacer frente a gente con el peor carácter del mundo; sin embargo, a la única que no puedo poner en cintura es a mi propia hija. De un tiempo para acá, ella es mi caso más difícil.
No sé desde cuándo ocurre esto, si cuando era más pequeña me adoraba, obedecía a mis órdenes sin rechistar y siempre era una niña risueña. Eso cambió con el paso de los años y todavía no puedo descubrir qué fue lo que provocó un cambio muy drástico. He intentado de todo: premiarla, castigarla, hablarle con amor, tener mano dura con ella, incluso he pensado en algo más serio como internarla para que mejore su conducta.
Me siento en el comedor a ver la mesa puesta a la espera de que ella decida bajar y acompañarme a desayunar. Dejo soltar un fuerte suspiro, incluso tengo ganas de llorar porque no he podido encontrar la fórmula mágica para cercarme a ella.
Entiendo que está en una etapa difícil, incluso, puedo recordar que a esa edad yo me puse igual o peor y es hasta ahora que entiendo a mi madre mientras lloraba para que me comportara. La situación me hace volver a esos días de rebeldía, recordar la manera en que mi padre exigía la perfección en todo y el cómo deseaba que me convirtiera en su versión femenina.
Cuando tuve noción de lo que quería y en lo que me quería convertir, él no lo soportó y me alejó por completo de su vida. Es al recordar esto, que me siento mal, ante la necesidad de hacer las cosas distintas, que ella, en lugar de tenerme miedo, pueda acercarse con confianza para que me pueda contar cualquier cosa.
He buscado la manera de regular mis emociones, sobre todo al lidiar con ella, pero pareciera que todo va a peor. Ella no hace caso y yo me enojo más.
La terapeuta me ha dicho que, de ser posible, busque la manera de contactar con su padre. Hay una posibilidad de que eso mejore las cosas. Ese es un recurso al que no pienso recurrir a menos que mis opciones viables se hayan agotado.
—Ya estoy aquí. —Brinco al escuchar su voz. Espero que no me haya leído la mente—. Vaya, parece que pensabas en algo o tal vez en alguien —sugiere y en su voz se esconde la burla.
—Deja de decir tonterías, mejor siéntate a desayunar y, antes que nada, saluda.
Me levanto y le doy un beso en la mejilla y otra en la frente, como cuando era más pequeña y esta era mi manera de decirle lo mucho que la amo.
—Buenos días, hija. Te amo.
—Yo también, mamá —responde a regañadientes.
Se sienta frente a mí y empieza a observar lo que hay puesto sobre la mesa. A todo le hace caras, pero sé que en el fondo está feliz de que haya incluido sus alimentos preferidos. Se sirve como si la comida fuera su enemiga.
Desayunamos en relativa calma. No me atrevo a preguntar nada más, porque sé que eso propiciaría de nuevo una pelea. Espero a que se acople a la nueva vida que estamos empezando.
Con la llegada de la propuesta para formar parte de la firma de abogados, también llegó la posibilidad de mudarme a esta nueva ciudad. Fue un tanto complicado aceptar, considerando que mi hija no estaba del todo de acuerdo.
Entiendo que todos los cambios que hemos tenido han contribuido a que su rebeldía se fuera intensificando. Es en estos momentos en que quisiera que mi madre estuviera conmigo para darme algún consejo, poder hablarle y que me escuchara o simplemente que me dé un abrazo y que diga que todo va a estar bien.
Sin embargo, las cosas no son así y debo de resignarme. Ella decidió tomar el camino que mi padre le marcó y, desde que supieron que me había descarriado, borraron de su álbum de familia perfecta, mi nombre. No he tenido un contacto cercano con ellos y no pienso tenerla.
Solamente somos Azul y yo.
En cuanto terminamos de desayunar, subimos al auto. Voy a pasar a dejarla al colegio y de ahí dirigirme a mi oficina. Ser madre y profesionista se pudieron acoplar muy bien y no puedo quejarme del éxito que he tenido. Parece que la llegada de mi hija fue beneficiosa para mí.
—Pórtate bien y no quiero recibir más quejas.
—¡Por Dios, mamá! No soy una chiquilla a la que tengas que darle estos consejos.
—¿Hasta cuándo vas a tener esta actitud conmigo? —me atrevo a preguntarle antes de que baje. Ella regresa al asiento, cierra la puerta y me mira, pereciera que por un instante la he hecho pensar—. Dime, ¿qué pudo hacer para que mi niña esté de vuelta?
—Nada, ya no tienes que hacer nada. —Se sale dando un portazo con toda la dignidad del mundo.
Y así comienza mi ajetreado día, donde lo más difícil ya ha pasado, por el momento. Ahora, pasamos a lidiar con asuntos de trabajo. Asisto a un desayuno con un potencial cliente quien me explica su complicada situación, al final decido aceptar. Después de eso, me toca regresar a la oficina porque no hay juicios a los que asistir.
—Hay una persona esperándola —informa mi asistente. Su aviso no es novedad, ya que cada día, hay muchas personas desfilando, esperando que el despacho pueda aceptar sus casos.
Tenemos un espacio designado para esperar y una primera entrevista, aquí es donde decido quién sí y quién no. En cuanto ingreso, saludo a la mujer y espero que hable.