Alina
La vida siempre puede resultar complicada, más cuando tienes que lidiar con demasiadas cosas sola. Diría que no me quejo, pero sí, lo hago, siento que estoy llegando a mi límite y que en realidad no puedo hacer esto sola. En medio de los miles de confusiones, se hace presente la figura del hombre que me ayudó a procrearla.
Su aparición, a pesar de ser tan solo en nombre, me ha movido el piso más de lo que debería de haber hecho, en fin, creo que me iré resignando a que pronto va a saber de mí y que eso haga que él averigüe cosas.
La cuestión es que, hoy, tengo que ir hasta él a presentarle formalmente el acuerdo al que mi clienta quiere llegar, antes de irnos a un juicio más grande. Entre todo este manojo de nervios, llamo a mi hija para que baje a desayunar, y entonces, ocurre la misma historia de siempre.
Salimos un poco tarde de lo habitual y esto nos lleva a que ella vaya mucho más de malas que en otros días. Entre gruñidos, me pide que avance porque se va a perder su primera clase. Dicha clase es de artes y esa es su parte favorita, la que no se quiere perder y por eso su molestia.
—Mamá, detente aquí, ya es tarde.
Apenas y logro estacionar el carro, cuando me doy cuenta de que ella ya ha bajado y empieza a caminar a prisa. En lo que cierro, ya ha avanzado un buen tramo.
Un grito sale de mis labios al notar que cruza las calles sin fijarse. Puede que el temor más grande de una madre sea el perder a un hijo. A pesar de que ella me saca dolores de cabeza, es mi adoración y no me perdonaría si algo me pasa, porque siempre pensaré que es mi responsabilidad.
—¡Azul! —grito con tanta desesperación que corro hasta ella, estando en segundos a su lado. Por fortuna, la camioneta que la iba a embestir, se detuvo, logrando así que mi hija saliera ilesa.
La llevo a la acera más cercana, lo primero es comprobar que se encuentra bien, que no tenga ningún rasguño y es entonces que empiezo a reprenderla y hacerle ver que puede provocar una tragedia.
Ella, asiente, parece que se da cuenta de la gravedad del asunto. Sin que se lo pida me da un beso en la mejilla y después me regala un abrazo fuerte. Hace tanto que no tenía estas muestras de cariño, que me parece sorprendente.
Reacciono a su gesto; le regalo un beso en la frente y le doy la bendición deseándole un buen día. A pesar de lo trágico que comenzó el día, puedo decir que este pequeño gesto ha mejorado demasiado mi mañana. Finalmente, se aleja de mí para dirigirse a su colegio, con toda la calma del mundo, como si la clase de arte ya no fuera tan importante.
Después del incidente y comprobando que mi hija de verdad había ingresado. Regreso al coche y manejo hasta el gran edificio de la empresa de Raúl del Valle. Con cada cuadra recorrida, mi corazón late cada vez con más fuerza. La mezcla de sentimientos hace que me duela la barriga, entre el miedo y la incertidumbre están haciendo que quiera morderme las uñas.
—Buenos días, señorita, busco al señor Raúl del Valle.
—¿Tiene cita con él? —Ahora resulta que es una persona muy importante a la que no se puede llegar si no es con cita, pero a mí de que me ve, me ve.
—No, pero es de carácter urgente lo que tengo que hablar con él, dígale que la representante legal de la señorita Irma, lo busca. —Quizá con esa referencia sea más fácil conseguir una citan con la inminencia de Raúl.
—En ese caso, permítame que se le informe al jefe.
Mientras ella hace lo que dice, yo me quedo admirando lo que tengo a mi alrededor. La decoración indica que hay más dinero del que se puede gastar. Hay gente entrando y saliendo, lo que me da indicios de que andan apurados haciendo dinero.
—Disculpe, señorita, me informan que puede pasar. —La mujer que me ha recibido, me indica el camino que debo seguir para llegar hasta el último piso. Tendría que ser Raúl, siendo tan predecible. No se puede esperar que un jefe esté en pisos superiores.
En cuanto llega al último piso, otra mujer me recibe y me indica que pase a la oficina, deja la puerta abierta y se va. De reojo puedo ver que me vigila desde su lugar. ¿Qué piensa, que me voy a robar algo? Soy abogada, no una vil ladrona.
Me entretengo en mi teléfono, estudiando un caso del cual tenemos el juicio en puerta. El tiempo se pasa volando y no me aburro pensando en tonterías. De pronto escucho unos pasos que me pone alerta, la piel se me eriza, mi corazón late con desesperación y estoy segura de que mi respiración tampoco es normal. La expectativa de que voy a verlo pronto, después de años de no hacerlo, me tienen así.
—Buenas tardes —saluda al pasar a mi lado.
Aspirar su aroma hace que evoque demasiadas cosas en el pasado. Sigue usando el mismo perfume, o soy yo quien lo huele de la misma manera. Trato de no pensar en tonterías y concentrarme en lo que me trajo hasta aquí. Busco a la mujer que no le teme a nada y hago que sea ella la que dé la cara, mostrándole lo que soy ahora.
—Buenas tardes, Señor del Valle. Licenciada Zepeda, es un gusto volver a verlo. —Extiendo la mano de manera formal, después de todo, es un asunto de negocio lo que me trae hasta aquí.
He de admitir que por dentro sigo temblando, que el miedo de este reencuentro sigue ahí. Por supuesto que no puede desaparecer tan fácilmente, después de todo, un reencuentro con el que fue el amor de tu vida, no debe de resultar indiferente, mucho más si los sentimientos que hubo en el pasado fueron intensos.