Culpa y Redención

Capítulo 6

Alina

En medio de las confusiones, la lucidez se hace presente y debo hacer frente a lo que ocurrió en el pasado. Es hora de hacerlo partícipe, aunque tal vez sea tarde.

Subimos en el elevador, solamente somos él y yo. Me recargo en una esquina y dejo que suba, para dejar de estar encerrado en un espacio tan pequeño. Llevo la cabeza agachada, a pesar de eso, puedo darme cuenta de que tiene la vista puesta en mí; eso de manera indudable me pone más nerviosa de lo que ya estoy.

Escucho el pitido que me indica que hemos llegado. Salgo despavorida e incluso rozo mi cuerpo suavemente con el suyo al pasar a su lado. Detalles tan insignificantes como ese, toman relevancia y no puedo darle una explicación.

De nueva cuenta nos encontramos en este último piso, en donde hubo ese reencuentro, apenas ayer, y ya me está resultando una eternidad porque pareciera que ha pasado más tiempo. Camino, segura, hasta la que recuerdo es su oficina, ingreso sin ser invitada y espero a que él también lo haga para poder hablar de manera definitiva.

—Tráenos dos cafés y no me pases ninguna llamada ni quiero nada de interrupciones.

—Como ordene, señor.

Venía tan ensimismada en mis pensamientos que ni siquiera me detuve a saludar a la mujer que imagino es su asistente. Ya no puedo remediar nada y prefiero esperar aquí.

Puedo sentir su presencia en cuanto ingresa. Me mira por algunos segundos antes de extender la mano para que me siente. Lo hago porque lo prefiero así, la conversación que estamos a punto de tener es algo difícil.

—Y bien, te escucho.

Muevo mis manos de manera nerviosa, jugando con la correa de mi bolsa. Pareciera que me encuentro en un juicio, yo soy la acusada y también mi propia defensora, lo que hace más complicadas las cosas.

—Es difícil empezar, soy consciente de que esta conversación la debimos de tener hace muchos años. Tal vez estoy buscando una justificación, pero en ese tiempo las cosas no terminaron bien entre tú y yo.

—Lo recuerdo. No le des tantas vueltas, lo que tengas que decirme, dímelo. Prometo no juzgarte, prometo que me voy a comportar y escucharte hasta el final.

—Tenemos una hija.

El silencio se hace presente, después de soltarle la noticia no sé qué más decir y, al parecer, él tampoco tiene palabras que expresar. Escucho mi corazón latir, la boca del estómago me duele y lo único que quiero en este instante es gritar y ponerme a llorar. Son tantos sentimientos encontrados, que me es difícil sacar a flote alguno.

—Lo sé. —Entonces dejo de pensar, me levanto enojada.

—¿Así qué lo sabías? Y yo de tonta, aquí, tratando de hacerte partícipe de algo que conoces a la perfección y que tu cobardía no te permitió hacer nada más, te quedaste como si nada…

—Déjame hablar.

—No hay nada más que decirnos, lo sabías, no quisiste saber más y lo mejor es que dejemos las cosas como están. —Me levanto dispuesta a irme, no tiene caso que siga aquí. Estoy por cruzar la puerta cuando su cuerpo me detiene.

—Me enteré hoy.

Me guía con delicadeza hasta donde estaba sentada hace unos instantes. Con su mirada me pide mucho. Puedo saberlo porque lo recuerdo a la perfección, es como si el tiempo se hubiera detenido y fuéramos esos mismos adolescentes que jugaron a quererse, los mismos que aprendieron a caminar de la mano, los mismos que se amaron tan intensamente que eso mismo terminó por separarlos.

—No supe más de ti desde aquella última vez que estuviste en la oficina de mi padre. Pude haberte mandado a investigar, seguirte los pasos, pero decidí dejarte tranquila. Ya tenías suficiente y no quería aturdir tu paz con mi presencia. —Empieza a hablar.

—¿Cómo olvidar ese momento, si fue ahí mismo en donde nos despedimos? Aunque si me permites decirte, en aquellos días, mi corazón era el que gritaba que volvieras a mi lado.

—No sabes cuánto hubiera querido hacer las cosas distintas. Pero tú, más que nadie, sabías que en ese momento no podía decepcionar más a mis padres. No te lo dije, pero en aquel tiempo me enteré de una terrible enfermedad que padecía mi padre…

—Así que eso era, por eso tu madre… —No termino la oración. Me guardo para mí la conversación que tuve con su madre unos días antes.

—¿Qué pasó con ellos?

—Nada importante. Mejor, continúa con lo que ibas a decir.

—Era un ser inmaduro, que buscaba el camino para redimirse; sin embargo, me olvidé de ti, de la mujer que, medio todo, la que me acompañó en mis momentos más oscuros, la que me hizo ver la cruda realidad. Te dejé a un lado y es algo que hasta el día de hoy no he podido perdonarme del todo. Todavía en algunas noches, pienso en que hubiera sido de mí de haber hecho las cosas distintas.

Sus palabras me conmueven, le creo, creo en lo que me dice, porque fui una fiel testigo de lo que era su vida. Todo lo que dice en verdad pasó y, lejos de entenderlo, busqué la manera de atarlo a mi vida. En verdad que mi hija no fue planeada, pero en cuanto me enteré, lo primero que pensé es que quería que estuviera a mi lado en el proceso, a pesar de ya haber hablado sobre el tema y estar seguros de lo que queríamos. Usé la noticia a mi favor.




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