Raúl del Valle
Enseguida que ella sale de mi oficina, me encargo personalmente de verificar que se hagan las investigaciones pertinentes. En cuanto todo está listo, me siento al lado de mi incondicional Pedro para averiguar de su vida. No es difícil, ya que no tiene nada oculto.
Respecto a lo que desconocíamos, ya la información ha llegado al correo, lo leo detenidamente y de la forma más brusca posible, me entero de que Alina no hizo lo que le pedí. No puedo decir con exactitud las emociones que empiezan a formarse, el enojo me gobierna, pero no porque ella haya tenido ese hijo, sino por no haber estado ahí con ella, por abandonarla cuando más me necesitaba.
Me quedo pasmado viendo la pantalla, leyendo una y otra vez el detalle, para corroborar que es real, que no forma parte de mi imaginación o de un sueño. Llevo mis manos a la cabeza tratando de procesar aquello.
Tengo una hija; esa es la realidad.
Antes de acostarme a dormir, le doy vueltas a la información mientras doy vueltas en la cama. Mi mente empieza a maquinar diferentes escenarios. Ella tuvo que pasar por el embarazo sola, seguramente fue difícil para ella e incluso se vuelve recurrente el verla llorar. Soy responsable de muchas cosas, entre ellas el haber dejado que se vaya de mi lado.
Han pasado muchísimos años desde la última vez que nos vimos y la culpa se multiplica por esos años en que la dejé abandonada, que la dejé sola con ese problema. Todavía la recuerdo suplicándome para que la acompañara en el proceso, llamándome idiota por darle la espalda. Ahora más que nunca soy consiente del desgraciado que fui y sigo siendo.
Apenas y puedo cerrar los ojos, cada vez que intento descansar. Las pesadillas se hacen presentes y en todas ellas puedo verlas a las dos, sufriendo. Cada vez que despierto, mi corazón late con desenfreno. Soy el peor hombre con el que se puedo haber cruzado.
Todavía no es la hora habitual de levantarme, pero prefiero hacerlo a seguir torturándome en la cama. Voy a hacer ejercicio, desayuno algo ligero y terminando me dirijo a la oficina. Antes de llegar me detengo a un lado de la carretera. Pienso la mejor manera de hacerle frente. Como si fuera fácil llegar hasta ella y decirle, sé que tenemos una hija y quiero formar parte de su vida.
En cuanto llego a la empresa, desde antes de ingresar, me doy cuenta de su presencia. Mi mirada se pierde en su belleza, pareciera que el tiempo se detuvo y que volvemos a ser los mismos jóvenes inmaduros.
—Necesitamos hablar —le digo sin siquiera saludarla.
Ella camina conmigo, solo somos ella y yo hasta que llegamos a mi piso. El espacio en donde dar órdenes se vuelve una rutina, en donde nadie puede pasar sobre mí, en donde nadie puede contradecir mi palabra.
—Tenemos una hija. —Me suelta y, a pesar de ya saber la verdad, sigue teniendo ese efecto en mí. Siento que mi corazón se detiene y todavía no lo puedo creer del todo.
—Lo sé.
En cuanto escucha esto, se levanta y está dispuesta a irse. Entiendo su enojo porque se imagina que lo sé desde siempre y la dejé a su suerte. Me toca aclararle que fue anoche cuando lo supe.
Decirle aquello, aligera su molestia y vuelve a sentarse, entonces nos enfrascamos en una conversación en donde la protagonista es ella y la manera en que decidió que no iba a cumplir lo que dijo que haría.
Me imagino toda la escena, e incluso en momentos las lágrimas salen sin que yo lo espere. Mi corazón se estruja cada vez que escucho las emociones que ella experimentó, y eso que no hemos hablado de lo que siente ahora.
A medida que avanza el relato, me doy cuenta de que estoy más enojado conmigo mismo, pero eso no va a remediar las cosas, así que decido que es momento de actuar y que la mejor manera de hacerlo es, conociéndola, formando parte de su vida.
—¿Quién te ha dicho que eso va a ser fácil? No sabes lo complicado que es lidiar con una adolescente.
—¿Puedo suponerlo? Pero entonces, ¿qué propones? Soy todo oído, me voy a acatar a lo que tú digas, entiendo que llegué tarde a sus vidas y que el único responsable de eso soy yo. Lo que busco es remediar un poco la falta que les hice, si es que les hice falta. Te lo digo, no para que sientas lástima de mí, es para que sepas que soy consciente de la posición en que me encuentro.
Caer en cuenta en eso es doloroso. Al final de cuentas, al hacer falta algo con el tiempo, se vuelve imprescindible. Ellas no necesitan de mí.
—Quisiera decir que mi hija es el ser más dulce que existe en este mundo, que siempre tiene una sonrisa o que es una niña feliz, porque en estos días no existe nada de eso. Si me lo hubieran preguntado hace algunos años, diría que esa niña es el mismísimo ángel.
—¿Qué cambió? —Me intereso de manera genuina.
—Es difícil de explicar cuando convives con una adolescente, los cambios propios de su etapa se intensificaron y la verdad es que no sé cómo lidiar con ella, lo he intentado de todo y no encuentro la fórmula. —Verla de este modo me hace sentir más inútil de lo que ya me siento.
—Permíteme conocerla, permíteme formar parte de su vida, permíteme ayudarte. —Mientras se lo digo, me acerco a ella y la envuelvo en mis brazos. Esto lo hago porque me doy cuenta de que ha empezado a llorar, así de difícil ha de estar la situación.