Culpa y Redención

Capítulo 8

Raúl del Valle

—¿Se te perdió algo? —pregunta haciendo que regrese a la realidad. Todavía no puedo articular palabra—. Si no me dices qué buscas, gritaré fuerte para que salgan los vecinos o, mejor, puedo llamar a la policía para que te lleven por acosador. —Me muestra su teléfono, haciendo amago de cumplir lo último que dijo.

—No, no es necesario. En realidad, buscaba a tu mamá —digo y puedo darme cuenta de que mi voz suena extraña. Es el nerviosismo de estar frente a mi hija, de conocerla. Me ha dejado en shock.

—Ya te dije que ella no tiene tiempo para hombres en su vida, será mejor que te vayas por donde viniste. —Amenaza y puedo notar que, enojada, se le empiezan a poner las mejillas rojas. ¡Igual que yo!

—No se trata de lo que piensas —intento hacerla entrar en razón, pero ella es necia y me interrumpe a la primera oportunidad.

—No lo voy a decir una vez más, ¡vete de mi casa!

—¡Azul! —Volteamos ante el grito de su madre—. Entra a la casa y ya hablaremos tú y yo.

—Pero, mamá.

—Por una vez, haz lo que te digo.

Ella duda en obedecer, la mirada de su madre indica que no hay otra opción. Decide entrar, no sin antes dar una pataleta, sacudiendo los pies y las manos, señal de que no está de acuerdo en esto.

En poco tiempo desaparece y desde aquí se escucha el portazo que da; imagino que se ha encerrado en su habitación. Quedo en shock debido a este encuentro tan intenso. Esa niña tiene mucho que decir, es tan intensa que por un momento imagino si las cosas hubieran sido diferentes si estuviera a su lado. ¿Quién soy yo para juzgar a su actitud?

—¿Qué haces aquí? —Ahora es Alina la que me saca de mis pensamientos, cayendo en la realidad. Puede que esto sea una tontería—. Te dije que necesitábamos planear bien las cosas, que me dieras tiempo para no provocar mayor reacción en ella.

—Perdóname por actuar tan impulsivamente. La verdad es que desde que saliste de mi oficina no podía estar bien. Quería conocerla. —Confieso y espero que pueda entender un poco mi punto.

Sacude la cabeza en señal de negación y pienso que me va a correr, ya he causado suficientes problemas para agregar uno más a su vida.

—Pasa.

Eso me sorprende, pude esperar cualquier cosa menos que ella me esté invitando a su casa. Es extraño y no porque piense mal, sino porque esperaba todo, menos que ella me recibiera de este modo.

Entro detrás de ella, y en cuanto ingreso, el aroma a limpio me recibe. De pronto, muchos recuerdos se hacen presentes; este olor tan particular debe de ser el causante. Recuerdo a la perfección, aquella vez que ensucié tanto mi departamento que ella me obligó a limpiarlo, y desde esa vez, siempre olía de la misma manera.

Mientras la sigo, voy viendo que la casa está muy ordenada. A simple vista se nota que los muebles son de buena calidad, lo que me indica que no viven del todo mal, claro que, siempre se puede mejorar.

—Si ya terminaste de juzgar mi casa, puedes sentarte. ¿Te traigo un café, un té o algo más fuerte? —Ya no sé si me lo dice en serio o está siendo sarcástica debido a la manera en que me estoy comportando.

—Un café está bien, me sigue gustando de la misma manera. —Puede que esté entrando en una zona de peligro, pero nada pierdo con intentar.

—Sigue juzgando mi casa —dice mientras se va alejando hasta desaparecer detrás de una puerta sin seguro, lo que me hace pensar que es la cocina.

Por más que trato, no puedo evitar seguir viendo la decoración, tal vez tratando de encontrar algo que me diga cómo viven. No tardo en darme cuenta de que cerca tengo varios portarretratos, en donde aparecen ellas; la mayoría es de Azul cuando estaba más pequeña. Parce que con la edad dejaron de tomarse fotos.

Lo que me deja con la boca abierta es la imagen de ella, Alina, con el vientre abultado. Tomo la fotografía y recorro con mis dedos el contorno de su cuerpo. Es ella, mi pequeña Alice, portando a la hija que desprecié, la que no me di la oportunidad de conocer. Estoy tan sensible estos días que me hace soltar una lágrima.

—Eras la embarazada más hermosa —digo en cuanto me doy cuenta de que ella ha regresado.

No responde, deja con calma las dos tazas sobre la mesa, se acerca con cautela y me quita la fotografía de las manos para colocarla de nuevo en su lugar.

—Fue la única que dejé que me tomaran, me sentía horrible en ese entonces. Las hormonas se me alborotaron y creo que lloraba hasta porque la mosca pasaba cerca de mí. —Imagino lo difícil que pudo haber resultado eso. Incluso lo difícil que sigue resultando.

—Siempre estuviste sola. —No se lo pregunto, porque estoy segura de eso. Sus padres le dieron la espalda cuando se reveló.

—No quiero hablar de eso, mejor siéntate, tómate el café y regresa a tu casa.

—¿Es que me estás corriendo? Tan pronto te has aburrido de mí. —Juego con ella. No puedo estar seguro de la reacción que va a tener, pero decido que arriesgarme no va a traerme más problemas que el hecho de no hacerlo.

—Es que ahí está el detalle, no me aburres, pero tampoco me entretienes, yo diría que me eres indiferente. —Sus palabras son lanzadas hacia mí, como si fueran cuchillos traspasando mi cuerpo, incluso puedo sentir un pequeño dolor físico.




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