Culpa y Redención

Capítulo 9

Alina

Después de encontrarnos y gritarnos, mi hija corre por las escaleras y yo voy detrás de ella. Siento mi corazón latir con fuerza imaginándome lo peor, porque en momentos como este, no se piensa en las consecuencias.

Me enojo conmigo y con Raúl; lo primero que le dije a ese hombre que no hiciera fue lo primero que hizo. Ahora estoy enojada por haberlo dejado entrar, pensando que la cordialidad es lo que debe de reinar entre nosotros. Al parecer no fue buena idea porque ella nos ha escuchado. Ya sabe que su padre está de regreso y no lo ha tomado muy bien.

—Hija, por favor, detente. —La alcanzo, justo en la entrada del edificio.

La sostengo entre mis brazos. Ella trata de zafarse, pero soy un poco más fuerte y eso le impide que pueda dar un paso más. Un tiempo después, al fin se da por vencida y lo sé porque siento su cuerpo relajarse. A pesar de eso, no la suelto, solo hago que se dé la vuelta para poder abrazarla muy bien. La oigo llorar y yo estoy llorando con ella.

—¿Por qué mamá?

No entiendo su pregunta o finjo no entenderla, así que no encuentro una respuesta adecuada. Busco la manera de consolarla y que se entere de que soy su madre, la mujer que la ama por sobre todas las cosas y que nada va a hacer para que cambie eso.

—No importa qué, aquí estoy contigo, soy tu mami y tú eres mi cielo. Te amo, hija, y no quiero que algún día lo olvides.

—También te amo —dice entre sollozos y esas palabras alimentan mi alma.

La magia se rompe con la presencia de Raúl. Hace una tos fingida y con eso basta para que Azul se suelte de golpe. Le dedica una de esas miradas que hasta a mí me da miedo. Por lo menos tengo la certeza de que ella no se deja intimidar ante nadie.

—Pensé que ya se había ido. ¿Puede dejarnos a solas? Este es un momento de madre e hija. —Las últimas palabras las recalca haciendo énfasis en cada sílaba, como si le quisiera decir que no es necesario nadie más en la ecuación. No van dirigidas a mí, a pesar de eso, siento pena por el hombre que se nota cada vez más afligido, incluso diría que a punto de llorar.

—Si eso es lo que quieres, me iré, pero antes de que me vaya quiero que hablemos sobre lo que escuchaste. —Su voz de súplica me causa lástima, incluso quiero intervenir para que ella lo escuche.

—No sé qué me quiera decir, según sé, mi papá está de viaje y no ha regresado, así que ahórrese sus explicaciones y váyase de una buena vez porque parece que se encuentra confundido. —Las palabras de mi hija son cada vez más hirientes y ya ando buscando el momento de intervenir.

—Por favor, dame la oportunidad de hablar contigo —vuelve a suplicar.

—Ni crea que su mentira va a hacer que lo acepte como el novio de mi mamá. Es mejor que se vaya. —le señala la calle.

En su rostro se puede ver cada vez más enojo, sus mejillas han aumentado de color debido al llanto y al enojo. Puedo ver la misma reacción en el rostro de Raúl, es una característica de las muchas que le heredó

—Me iré, solo cuando este seguro de que vas a obedecer a tu mamá. Mírala, ella se encuentra muy preocupada. —Se da por vencido, parece que se ha dado cuenta de que no va a conseguir nada. Por lo menos por hoy.

Ya me tocará hablar con ella en cuanto estemos solas. Le permito esta reacción solo porque sé lo difícil que resulta para ella, pero tampoco puede actuar del mismo modo siempre. También voy a entender si ella decide no saber nada de su padre, se lo haré saber a él y puede que hasta ahí termine las cosas.

—Es lo mejor. Te mantengo al tanto de las novedades. —Le digo cerca de su oído en cuanto se acerca a despedirse.

Me da un beso en la mejilla, como si fuéramos los mejores conocidos. Nadie sabe que nos acabamos de reencontrar hace dos días y que pareciera que no pasaron quince años desde la última vez que nos vimos.

Lo veo subirse a su coche e irse. Cuando el auto desaparece y nos quedamos solas, la invito a caminar de vuelta a casa.

—Vamos adentro, que necesitamos hablar —Ella intenta decirme algo, pero me adelanto y le coloco un dedo en sus labios—. Sí, tenemos que hacerlo, es necesario.

Resignada, camina delante de mí. Al llegar al departamento, enseguida se dirige a su habitación y tal vez quisiera encerrarse, pero no se lo permito e ingreso junto con ella como si fuera su sombra. Permanezco de pie, mientras que ella se echa a la cama.

—Mamá, necesito pensar. —Habla cubriéndose el rostro con una almohada.

—Te voy a dejar pensando, mientras calentaré la cena y cuando te llame a cenar, bajarás sin renegar y después hablaremos. ¿Entendido? —Le ordeno y en mi tono de voz no hay cabida para negativas, tendrá que obedecer sí o sí.

Sin levantarse ni abrir la boca, sacude su cabeza diciéndome sí. Entonces, hago lo que he prometido, la dejo sola con sus pensamientos. Mientras yo, me mantengo entretenida en la cocina, para no pensar demasiado, en cuanto todo se encuentra listo, llamo a Azul para que me ayude a poner la mesa.

En poco tiempo, baja. Me obedece sin decir nada, pero sé que le está dando vueltas a lo que pasó hace unos momentos. Sus ojos se están poniendo aguados y de vez en vez se sacude alguna que otra traicionera lágrima que sale de sus ojos. A mí se me forma un nudo en la garganta al verla en este estado.




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