―¿Encontró todo lo que buscaba? ―recito las palabras acostumbradas y deslizo el código por la cinta para que aparezca el monto a cobrar.
―Eso creo.
Me pongo tensa al reconocer la voz. Mi mano se tensa sobre la suave tela de los guantes que sostengo.
―¿Algo más que necesite? ―pregunto tensamente, dirigiéndole una sonrisa y una mirada molesta.
―Necesito hablar contigo ―contesta entregándome su tarjeta, recordándome que en este instante es solo un cliente más y no mi supuesto prometido.
―Estoy en horario de trabajo ―digo con los dientes apretados.
―Te esperaré.
Quiero negarme, pero antes de que pueda hacerlo, toma sus cosas y se va.
Las siguientes horas son tensas, no puedo dejar de preguntarme que pretende, que dirá, por fortuna logro salir justa al entregar cuentas y salvo mi sueldo. Su auto es fácil de localizarlo, destaca bastante y su chofer abriendo la puerta para mí, hace que algunas miradas sean lanzadas en mi dirección, por parte de algunos clientes.
Salto dentro sin pensarlo dos veces y ruego para que nadie de la tienda me haya visto.
―¿Y bien? ―voy al grano, olvidándome de los buenos modales y de toda esa farsa a través de la cual nos hemos movido desde que nuestros padres acordaron nuestro matrimonio.
Siento como el auto comienza a ponerse en marcha, pero no aparto la mirada de su cara.
No responde de inmediato, saca los guantes y toma mi mano.
―Hace frio.
―¿Qué? ―Permito que coloque ambos y frote mis manos entre las suyas. Su acción es tan inesperada, que permanezco pasmada. No lo tengo por ser un tipo afectuoso, más bien demasiado estirado, como diría Lucia―. ¿Qué haces aquí? ―inquiero finalmente, saliendo ligeramente de mi confusión y apartando mis manos.
―Tu padre me contó lo que pasa.
Fantástico.
―¿Te dijo los motivos por los que estoy trabajando? ―Asiente con un leve movimiento de cabeza―. Supongo que no es bueno para tu imagen que trabaje como una cajera, pero si te apareces por aquí, llamaras más la atención, hasta ahora nadie se ha fijado en mí.
Me observa atentamente, haciéndome sentir incomoda.
―Tengo un trato. ―Mi espalda se tensa e instintivamente retrocedo, encontrando la puerta del auto.
―¿Qué clase de trato? ―Le miro con cautela.
―Habrá un evento de año nuevo, sería bueno que estemos juntos.
Comienzo a negar. Imposible. Suponiendo que logre mi objetivo, espero alargar lo más posible mi estancia.
―No puedo.
―Aun no has escuchado mi propuesta. ―Sus ojos me parecen más suaves, como si sonrieran. Extraño. Hasta ahora no he visto más que esa imagen intachable que siempre presenta.
―Lo sé, pero…
―Puedo pagar tu boleto, también cubrir todos los gastos del viaje.
―Mi padre no lo aprobara.
Sus condiciones fueron muy claras. Cero ayuda.
―Yo me encargo de eso.
Entrecierro lo ojos.
―¿Cuáles son las letras pequeñas? ―Una pequeña sonrisa tira de los bordes de su boca, rompiendo la seriedad de su expresión.
―Nada. No hay letras pequeñas. ―Definitivamente parece estar divirtiéndose―. Entiendo que esto es importante para ti y puesto que has asegurado no poder acompañarme en la cena de navidad, me gustaría que fuera posible en año nuevo. No hemos figurado en muchos eventos y la gente comienza a preguntarse si nuestro compromiso es solo una pantalla.
―Lo es ―digo antes de poder contenerme―. Quiero decir…
―Sé lo que quieres decir, pero no tiene por qué ser así.
―Difícil. La mayoría de los matrimonios arreglados están destinados al fracaso, la infidelidad o infelicidad.
Hago una mueca.
―Ciertamente, un matrimonio ha sido y sigue siendo una manera de garantizar la unión de dos familias y unificar intereses, por eso para nuestros padres es importante.
―¿Y tú que piensas? ―mi pregunta parece tomarle por sorpresa.
―A las personas, les gusta el romance.
―Entonces ―cambio de posición―, ¿estás ofreciéndome ayuda, a cambio de romance?
―Las personas sabrán que hemos hecho un viaje juntos.