Por mucho que me hubiera gustado negarme a aceptar el ofrecimiento de Alex, el dinero era imposible de reunir faltando solo dos días para navidad, así que realice esa llamada. Ahora estamos por aterrizar en Cuba.
Lucy es mi mejor amiga, prácticamente lo ha sido desde que éramos niñas. Su madre trabajaba en la casa de mis padres, pero eso no implicaba nada para nosotras, nos volvimos inseparables. Ella es única en muchos sentidos, no solo por esa alegría que irradia, o por ese sentido de responsabilidad que a veces chocaba con mi actitud caprichosa o mimada. Puedo decir sin temor a equivocarme que gracias a ella no soy como muchas otras chicas, porque cada vez que se me subía a la cabeza, me ponía los pies en la tierra y me hacía reaccionar.
Por desgracia, siendo la persona que más merece ser feliz, las cosas no son siempre como quisiéramos. Hace dos años fue diagnosticada con cáncer. Mis padres no dudaron en estar dispuestos a pagar su tratamiento y por varios meses estuvo ingresada en el Memoral Sloan-Ketterling, uno de los mejores hospitales de oncología, pero también, uno de los más costosos. Aunque al principio sus padres no se opusieron, los resultados no eran buenos y la estancia comenzó a prolongarse, hasta que contactaron con un médico cubano, que aparentemente estaba probando un nuevo método que era más económico y que ellos aceptaron sin dudar.
―El cinturón ―murmura Alex, inclinándose sobre mi asiento para abrocharlo.
No digo nada, tengo muchos nervios, no es por volar, eso es seguro, es más que nada en pensar en verla. Hace 9 meses que no sé de ella, y aunque estuve dispuesta a esperar como pidió, no puedo dejar botada nuestra promesa. Prometimos pasar juntas todas las navidades y como sé que si tuviera los recursos, ella habría ido en mi busca, me corresponde a mí, cumplir nuestra palabra.
Alex parece notar mi inquietud, no me mira, pero toma mi mano. Agradezco que no diga nada.
Alex me conduce fuera del aeropuerto, sin soltar mi mano.
―¿Has venido antes?
―No.
―¿No? ―Le miro horrorizada, deteniéndome en el borde de la acera. Pensé que conocía el lugar.
―Tranquila. ―Suelta una risa y sacude la cabeza―. Tengo un mapa y siempre podemos pedir instrucciones.
―Claro ―ironizo, mirando alrededor. Algunas personas que caminan de prisa y otras relajas que parecen acaban de llegar.
―Vamos. ―Señala un auto y casi me sorprendo de no ver un chofer. Examino su atuendo, no muy segura si funciona o es todo lo contrario. Es la primera vez que lo veo usar algo distinto a un traje y puedo decir, que esa camisa y vaqueros le favorecen mucho, mucho.
Sacudo la cabeza. Bien, llego la hora. Voy a darle un buen tirón de orejas a esa mujer por hacerme preocupar todos estos meses. Tiempo, ella pidió un poco de tiempo, pero ha sido demasiado.
Dar con ella no es difícil, considerando los recursos de mi acompañante, que me hace un pequeño gesto, animándome a seguir a la enfermera, él ha dicho que esperara afuera. Asiento, tomando la bolsa de regalos que he traído.
Mi corazón se acelera, al detenerme delante de la puerta y tomando un respiro cruzo el umbral. Sus ojos encuentran los míos. Casi sonrío ante la sorpresa que inunda su cara, que no parece la misma que vi la última vez, pero luego me recorre el pánico al ver el horror llenar su semblante. ¿Acaso no quería verme?