Hay tantas preguntas rondando mi cabeza, pero solo sonrío y entro. Ignoro la expresión de desconcierto de su madre; así como el estado de ambas, el cansancio evidente que los círculos negros debajo de sus ojos indican o su pérdida de peso.
Llego hasta el borde de la cama, olvidándome de mi carga y la abrazo, Lucy no responde, pero no me aparto. Mi temor desaparece cuando siento sus brazos rodearme y solo entonces me doy cuenta del miedo que tenía ante su rechazo.
Me percato de como su madre y la enfermera salen, pero aun así no me aparto.
―Te extrañe.
―Y yo a ti.
―No lo parece. ―No es un reproche como tal y ella lo sabe.
Me alejo un poco, viendo cómo se pasa la mano por la cabeza donde ahora no hay rastro de esos rizos rebeldes. Sus ojos se humedecen, pero niego.
―Eres difícil de encontrar ―hablo, dando un ligero toquecito en la punta de su nariz, que carece de calidez―, afortunadamente para ti, soy demasiado persistente. ―Mis palabras suavizan su expresión, así como la tensión que mostraba.
―Eso veo.
―Oye.
―¿Que tienes ahí? ―inquiere, mirando las bolsas, su curiosidad emergiendo y con ella la añoranza por esa chica que siempre ha estado conmigo.
―Unas cosillas ―respondo entusiasmada, ansiando ver su cara.
―Aun no es navidad, Adi.
―Digamos, que soy de las que piensa que no hay que esperar para regalar y tomando en cuenta que perdimos tu cumpleaños, estamos un poco atrasadas.
―Supongo.
―Mira ―le muestro el primero de ellos―. El disco de chinos que tanto querías. ―Ríe, sin corregirme sobre la nacionalidad de sus cantantes preferidos―. Obviamente traje mi reproductor por si acaso. ―Ella lo toma y la chispa que parece iluminar sus ojos me anima―. ¿Qué más? ¡Oh sí! Tengo un suéter, aunque temo que aquí no hace tanto frio.
―El hospital es cálido, quizás pueda usarlo.
Definitivamente, tengo que hacer que lo use. Sus manos están muy frías.
―Bien. ―Abro la última bolsa, titubeando un poco sobre su reacción, no fue algo que me pasara por la mente―. También traje esto. ―Muestro el gorro de lana, que para mi sorpresa, inmediatamente comienza a colocar con dificultad en su cabeza y aunque mis dedos ansían colaborar, me abstengo, porque no quiero afligirla más de lo que parece.
―¿Qué tal me veo?
Le muestro pulgares arriba.
―Creo que tenemos que comprar un par más. ―De nuevo sonríe y eso vale todo.
―¿Viniste sola?
―No. ―Estrujo un hilo de mi blusa, me había olvidado de ese pequeño detalle―. Y ahora lo que lo pienso, puede que te haya traído otro regalo.
Sus ojos se abren complemente.
―¿Viniste con Alex?
―Aja. Está afuera, prefirió esperar.
―Hizo bien. ―Alisa nerviosamente la sabana de su regazo―. No me gustaría que me vea así.
Asiento y comprendo un poco de porque su distanciamiento aunque no puedo estar de acuerdo.
―Puede esperar.
―¿Segura?
―Si, dijo algo sobre turistear.
Un pequeño silencio se instala.
―Yo...
―Ni lo digas. ―Sujeto su mano, dedicándole una sonrisa―. No hace falta. Pero eso sí, ni pienses que me iré.
―Eso es bueno.
―Lo que me sorprende, es que hayas olvidado nuestra promesa.
―No lo hice, pero...
―Está bien ―la interrumpo―. Tenemos tiempo para ponernos al día.
Hablamos un poco más antes de que comience a lucir realmente agotada y lucho contra el impulso de salir a buscar un médico.
―Parece que tengo que registrarme en un hotel ―empiezo a decir― y bañarme. ―Hago una mueca―. Volveré más tarde.
―Tomate tu tiempo. Creo que dormiré un poco. ―Sus ojos casi cerrándose lo confirman.
―Algo justo para alguien que siempre ha sido madrugadora ―le doy un beso―. Descansa.
Apenas soy capaz de llegar a la recepción, antes de derrumbarme. Alex me abraza con fuerza, no hay palabras, nada que pueda explicar lo que siento en estos momentos. No estaba preparada para esto, imaginé muchas situaciones, pero no está. Ha sido tan difícil no derramar lágrimas y hacer esa pregunta: ¿Por qué ella?